– Él se confiesa admirador de su generación de actores. ¿Eso facilita el trabajo?
– Mucho, porque se sitúa a tu misma altura. Le gusta mucho hablar con los actores.
– Después de 50 años desde su debut en el cine, ¿qué se puede aprender?
– Se puede seguir aprendiendo. Como en la vida, en la interpretación todo evoluciona muy deprisa. Debuté en Canción de juventud, de Rocío Durcal, con una o dos líneas. La segunda fue con Marisol y la tercera con Pili y Mili. Yo, que amo esta profesión, pensaba para mí que estaba toreando sobreros, como en las corridas. ¿Cómo será un actor sobrero? ¿Se imagina?
– Hablemos de ‘Historias para no dormir’. ¿Estuvo en la primera etapa de la serie?
– En las primeras de los años sesenta yo no intervine. Las hacía casi todas el padre de Chicho, Narciso Ibáñez Menta. En la etapa en color de los ochenta fue cuando entraron más actores y estaba todo más repartido.
Efectivamente, Tejada solo intervino en un par de episodios de la segunda época, rodada en color. Pero le cuesta recordarlo.
– En el episodio ‘El fin empezó ayer’ hacía de extraterrestre superdotado infiltrado en una facultad de medicina.
– ¡Ah, sí, hombre! Hay cosas que olvido. El otro día mi hijo vio la pila de guiones que tengo coleccionados en el despacho desde mis inicios y me preguntó: “papá, ¿tú te has estudiado todo esto?”. “Lo he memorizado al pie de la letra”, le contesté. Se quedó de piedra.
– ¿Qué tal se llevaba con Chicho?
– Muy bien. Somos muy amigos. Ahora anda fastidiado el hombre, creo que tiene que desplazarse en silla de ruedas.
– ¿Era muy diferente de la televisión de los sesenta?
– No crea, todo se hacía a una velocidad de vértigo. Hice varios capítulos y recuerdo que Chicho nos trataba con mucho cariño. Ensayábamos mucho en su casa de la plaza de los Delfines en Madrid. Tuve compañeras maravillosas, como Fedra Lorente, que luego fue la Bombi en el Un, dos, tres… y con la que trabajé en tres ocasiones con Chicho de director.
– ¿Qué proyectos tiene?
– No encuentro ningún texto de teatro que me entusiasme lo suficiente para embarcarme. Los actores somos como el teléfono de la esperanza, estamos siempre ahí, esperando que suene y que alguien te ofrezca algo.