“Cuando llegué a España entendí de verdad lo que era empezar de cero”
La crisis la obligó a dejar atrás su condición de actriz consagrada en Cuba. Sobrevivió como pudo, cumplió su sueño de ser 'chica Almodóvar' con 'Volver', luego se conformó como guionista en Miami... y llegó 'Vis a vis'
PEDRO DEL CORRAL (@pedrodelcorral_)
María Isabel Díaz tiene la historia de Cuba agarrada a las caderas y los contoneos de quien pisa las tablas desde bien pequeña. Es una actriz de cuna, de tacón recio, de pataleo profundo. Una mili que, por mucho que pasen 54 años, sigue grabada a fuego en su piel. La misma que acaba de desprenderse de su querida Sole (Vis a vis) y la misma que acoge ahora a su necesaria Nora (La vuelta de Nora). Ahí, en sus diferentes capas, es donde guarda todos sus recuerdos: desde aquellos primeros en los que soñaba con ser una estrella internacional hasta los últimos en los que se propone mantenerse fiel a su esencia. De hecho, siempre lo ha sido. Ha barrido bares, cambiado ceniceros y servido comidas, pero siempre ha dejado su peculiar huella. Allí donde las luces se apagaban y sonaba la música, aparecía en el escenario y cantaba aquello de “Yo quiero ser una chica Almodóvar”. Siempre con toda la madurez que le dieron las clases en el Instituto Superior de Arte de su país y siempre acompañada de la soltura que le transmitieron Orlando Rojas, Rolando Díaz o Fernando Pérez.
El espectáculo lo preparó ella misma tras su llegada a España en 1996. Y durante largo tiempo lo adaptó para cumpleaños y despedidas de soltero. Con un brillante vestido entonaba aquella canción que tantas veces repitió frente al espejo en La Habana. Caminaba con aplomo y se movía con salero. Y así hasta que terminaba dando la espalda al público, momento en el que todos veían su uniforme de camarera asomando bajo el escote. “Nunca he sentido frustración, sino deseo y valentía. Vengo de una familia en la que no había artistas. Mis padres eran trabajadores y les parecía muy importante tener una buena casa y vestir lo mejor posible. Ellos me enseñaron que todos llegamos a la vida sin nada y que en cualquier momento podemos perderlo todo”, afirma. Por eso, sus idas y venidas siempre han estado marcadas por la templanza y el descaro de quien torea con gracia al mundillo y le dedica algún que otro verso. Con este leit motiv bajo el brazo pasó de limpiar casas y cuidar niños a trabajar con Pedro Almodóvar (Volver) o Los Javis (La llamada). Y sin apenas cambiar un ápice de sí misma.
– Dice Silvio Rodríguez que “lo más terrible se aprende enseguida y lo más hermoso nos cuesta la vida”. Bonita contradicción, ¿no le parece?
– Sí. Por eso hay que poner siempre toda la carne en del asador. Implicarse, marcar la diferencia. Luego decidirás si te has quedado satisfecha o no con tu trabajo, pero la conciencia tiene que estar tranquila con todo lo que haces.
– Tenía ocho años cuando supo que quería dedicarse a la interpretación. ¿Estaba bien visto en aquel entonces en Cuba?
– Mi país ha sido más adelantado que España en ese sentido. Ingresé en 1982 en el Instituto Superior de Arte y puedo decir con toda seguridad que me sentí respaldada. En esa escuela había magia, respiraba arte. Antes de graduarme ya hice mi primera obra profesional, lo que me abrió las puertas a trabajar con Armando Suárez del Villar. Me propuso participar en una ópera de género trovadoresco. Por mi tesitura de voz, me dieron el personaje de la madre con solo 18 años. Tenía terror. ¿Cómo iba a ser yo la mamá de chicas mayores que yo? Afrontado eso, todo fue llegando poco a poco.
– En la historia del cine cubano siempre se ha hablado de actrices fetiche. Humberto Solás optó por Eslinda Núñez, Fernando Pérez descubrió a Isabel Santos… y Orlando Rojas se fijó en usted para sus películas.
– Él siempre dice que soy su artista de referencia. Me dirige solo con la mirada: sé qué necesita o qué no estoy haciendo bien en todo momento. Nos conocimos casi de casualidad. Un día, después de estudiar, mi hermana me dijo que un director de cine había llamado a casa preguntando por mí. No me lo creí poque en Cuba son normales las bromas de este tipo. Pero a las ocho de la mañana del día siguiente sonó el teléfono. Lo cogí, se presentó, me dijo que me quería en su próxima película. Le dije que sí todo el rato siguiendo la inocentada, pero me propuso vernos. Quedamos en estrenos de cine, en fiestas con otros artistas… Quería tenerme a su lado para conocerme y sentirme. Y así, hasta que me sugirió el papel protagonista de Una novia para David. Lo más bonito de todo fue que hizo exactamente lo mismo con todos los demás actores que participaron en la cinta.
– La televisión apoyó a las figuras del cine cubano que surgió en los ochenta. No se rodaban películas todos los días, pero sí telenovelas y programas que consagraban a distintos artistas. ¿Cómo fue su entrada?
– El filme de Rojas tuvo un nivel de aceptación grandísimo. Lo vieron ocho millones de un total de 11. El revuelo era similar al que generaba la televisión por entonces. Aun así, yo quería hacer teatro y cine, pero acabé participando en algunos programas infantiles que me encantaban. En especial, La hora de las brujas. Fue un bombazo. Lo veían hasta los adultos. Tenía muchas lecturas y cada uno podía sacar sus propias conclusiones. Fue una etapa muy dulce. Trabajaba mucho y todos me conocían.
– ¿En qué momento una actriz consagrada en su país decide marcharse a España?
– Por mucho que lo digas, nunca piensas que vas a empezar desde tan abajo. En Cuba hubo en los noventa una gran crisis económica conocida como el Periodo Especial. Lo tumbó todo. Por aquel entonces yo participaba en fiestas en las que cantaba: “Por la calle de Alcalá, con la falda almidoná y los nardos apoyaos en la cadera…”. Lo sentía tan adentro que quise cumplir ese sueño. Se lo comenté a varios amigos de Barcelona que me animaron a venir para probar suerte. Ahí fue precisamente cuando entendí lo que era de verdad empezar desde cero. Fueron cinco años durísimos en los que casi no trabajaba de actriz. Pero me di cuenta de algo importante: yo no sé claudicar. Si no hubiese sido por esos amigos, difícilmente habría seguido adelante. Me dieron casa, apoyo, comida… Mientras tanto cuidaba niños, limpiaba residencias, atendía teléfonos. Lo pasé mal, pero lo viví como lo que me tocaba en ese momento.
– ¿Qué cambió?
– Tuve la suerte de que dos actores cubanos del País Vasco hicieron todo lo posible para que tuviera un representante. El mismo que con el tiempo me presentaría a varios directores de casting. Me salieron papeles esporádicos que iban alimentando mi ilusión, hasta que me contrataron de fija en la serie Javier ya no vive solo. En ese momento me vine a vivir a Madrid. Me enamoré de la ciudad. De hecho, creo que soy tan madrileña como habanera. Se parecen mucho: la vida de aquí es tan caótica y linda como la de allí.
– Y se convirtió en la primera y única ‘chica Almodóvar’ de Cuba. ¿Soñaba con ello?
– Desde que nací. Cuando me llamó Luis San Narciso para una prueba, jamás me dijo que fuese para trabajar con Pedro. Solo me dio algunas pautas sobre cómo debía ir vestida. Una vez allí, me lo confesó todo. No me lo podía creer. Hice una improvisación y, al acabar, me pidió que me olvidase de todo, pues no iba a trascender nada hasta unos meses después.
– ¿Qué fue lo que más le gustó de Almodóvar?
– Su cercanía. Se niega a intelectualizar nada. Eso yo ya lo hacía, pero no era consciente. Pedro me lo redescubrió. Soy muy mala a la hora de hacer una prueba: tengo muchas inseguridades y me presiono demasiado. De modo que ahora, cada vez que teorizo un personaje, enseguida me vienen sus indicaciones a la cabeza. Aún tengo que aprender a hacer un casting.
– Volver le puso en la primera plana del celuloide español. ¿Le costó mantener ese éxito?
– No tuve muchas más oportunidades. Tras Volver hice La mala, de Pérez Rosado, que fue muy importante en mi carrera. Es cierto que no tuvo gran repercusión, pero me sentí realizada con lo que hice en ella. Luego llegaron Steven Soderberg, Daniel Urdanivia o Lara Izaguirre. No gocé de un respaldo mediático similar al de otras compañeras, pero es una parte importante de mi carrera. Y eso no me lo puede quitar nadie.
– Por eso se fue a Miami…
– Allí me conocen hasta las piedras. Me ofrecieron trabajar de jefe de guionistas en un canal de televisión, pero yo quería actuar. Aunque durante un tiempo sí viví de eso, me costaba mucho aceptarlo.
– Entonces Vis a visllegó en el momento más oportuno.
– Cuando regresé brevemente a España para rodar Un otoño sin Berlín, de Lara Izaguirre, me propusieron hacer una prueba para una nueva serie carcelaria. No duró mucho, y enseguida volví a Miami. Aún recuerdo aquel 8 de diciembre en que me llamaron: estaba en el gimnasio y me pedían unas fotografías. Rápidamente me metí en el baño y me las hoce allí con el móvil: delante del espejo, sujetando a un niño, poniendo caras… Al poco tiempo me llamaron para preguntarme si estaría dispuesta a cortarme el pelo. Por supuesto que sí. Y al rato, estaba haciendo las maletas.
– ¿Qué ha supuesto Sole para usted?
– Un regalo para mi carrera. Al leer los dos primeros capítulos tuve la percepción de que iba a ser algo grande. Vis a visme ha dado todo lo que un actor puede desear. Es necesario que la serie siga de alguna manera. Ha surgido algo tan bonito entre todos que no debe morir nunca.
– Ahora está con La vuelta de Nora, la secuela de Casa de muñecas, que reflexiona sobre el papel de la mujer en la sociedad del siglo XXI. Se cumplen 140 años de su estreno en Copenhague y el texto continúa vigente. ¿Hemos avanzando tan poco?
– Es triste, pero así es. No hay una postura maniquea en sus diálogos, la obra no manipula ni juzga. Todos tienen sus razones para actuar de una determinada manera. Han pasado 140 años, pero parece que hayan transcurrido 15: desde que Nora abandona el hogar familiar hasta que regresa. Como sociedad, no hemos avanzado todo lo que debiéramos.
– Se intuye entonces que apoya con fervor el #MeToo.
– En Cuba yo no he vivido nunca acoso. En cambio, en España sí: cuando cantaba en Ibiza, un cubano intentó besarme en un baño. El acoso a las mujeres es un mal que está empobreciendo el mundo: basta con ir a una discoteca y bailar con un chico. Con ese simple gesto, él se cree con toda la potestad para tocarte un pecho. Lo bueno sería que una también tuviera el derecho de tocarle algo.