María Jesús Hoyos
“Si algo tenemos los actores, por desgracia, es tiempo. Hay que saber llenarlo con cosas que nos sirvan”
Viene de encadenar actuaciones para Álex de la Iglesia e Icíar Bollaín y continúa paladeando el éxito de la serie ‘Poquita fe’ tras casi 60 años de anddura. No es extraño que reivindique la importancia de la tenacidad y la constancia en el oficio
PEDRO PÉREZ HINOJOS (@pedrophinojos)
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
Lo tuvo claro desde pequeña. Ella quería ser actriz. Por eso no le importó enfrentarse a su padre y echar mano de su abuela para que le acompañara a la Escuela de Arte Dramático para hacer las pruebas de ingreso y matricularse. Tenía solo 14 años. Después de más de seis décadas dedicada a la profesión, María Jesús Hoyos (Madrid, 1946) acaba de encadenar una de sus mejores rachas, con el éxito de la comedia Poquita fe (Movistar Plus+) como colofón. Decenas de trabajos en televisión y cine a las órdenes de los mejores directores del último medio siglo van componiendo un currículum mareante en el que los parones también han estado cubiertos con más trabajo: doblaje, locución, docencia para actores… Porque Hoyos le da sentido a eso de que el tiempo es oro. Ella lo lleva puliendo desde casi la infancia.
– Tras tantos años de trabajo, ¿cómo se explica el éxito de Poquita fe?
– Lo estoy disfrutando muchísimo. Es una propuesta muy sencilla, muy pequeña y cercana. Te reconoces en ella porque a veces la vida es aburrida, cuesta encontrarle sentido y acabamos convirtiéndonos en unos muermos [risas]. Se creó un piloto de la serie hace 10 años. Ha sido enorme la constancia de sus creadores, Pepón Montero y Juan Maidagán, para llegar a sacarla adelante. En esta profesión, si no perseveras, si no das la lata, no tienes nada que hacer.
– ¿Estaba usted en aquel piloto?
– Sí, yo ya estaba. Pepón y Juan me conocieron por mi papel en la miniserie Hoy quiero confesar (2011), en la que ponía cara a Encarna Sánchez. Me buscaron y me ofrecieron este proyecto. Lo cierto es que le debo mucho a ese piloto. Cuando me llamaron para Maixabel le pregunté a Icíar [Bollaín] cómo me habían conocido, y me contó que la jefa del casting había visto imágenes justamente de ese capítulo que le gustaron mucho. Hice un par de pruebas y al final salió el personaje. Imagínese lo agradecida que estaba a Pepón y Juan antes de que saliera Poquita fe.
– Y todo esto ocurre cuando lleva unas seis décadas en la brecha. ¿Cómo le dio por dedicarse a la actuación casi desde la infancia?
– Por escaparme de mi vida personal y vivir otras. Así de simple. Mis padres eran muy aficionados al teatro, a la cultura en general, incluso mi abuelo escribió una obrita. Pero nadie más en la familia se dedicó profesionalmente a esto. A los 14 años les pedí permiso para entrar en la escuela de Arte Dramático. Mi padre no se lo tomó bien, me frenó mucho, me lo hizo pasar muy mal, pero finalmente logré acceder. Más tarde me enteré de que había otra escuela que estaba introduciendo métodos nuevos. Era el Teatro Estudio de Madrid (TEM). Así que por las mañanas iba a la escuela oficial, con los grandes actores de nuestro teatro como maestros, y por las tardes iba a las clases de Miguel Narros en el mencionado TEM. Fueron años de enorme aprendizaje, de formación completísima. Y pese a la oposición de mi padre, que dejó de pagarme las clases de las tardes. Pero Narros me dijo que no me preocupara: iba a darme una beca. Y tiré para adelante, no desistí.
– ¿Quién le brindó la primera oportunidad para trabajar?
– Me dieron el premio fin de carrera en la escuela de Arte Dramático. Y conseguí trabajo con el grupo de figuración del Teatro Español. Luego Narros dirigió El villano en su rincón y me dio mi primer papel. Tuve mucha suerte. Con el TEM también representé la obra La caja de arena, de Albee, antes de encadenar trabajos. Hice además algo de radio y comencé a presentar algunos programas de televisión porque tenía buena voz. Yo creo que entonces lo teníamos más fácil que ahora. Había menos ofertas de trabajo, pero éramos menos aspirantes.
– ¿Y cómo llegó al audiovisual?
– En paralelo al teatro, también empecé a actuar en series. De aquella primera época recuerdo con mucho cariño mi papel en Renata Mouperin, de los hermanos Gouncout, para el programa Teatro para siempre, si no recuerdo mal. Fue mi primer personaje protagonista y lo considero un trabajo buenísimo.
– ¿Constituyó Sor Citroën su debut en cine?
– Sí. Qué recuerdos. Hace algunos años la emitieron en Cine de barrio. Nos llamaron a mí y a la niña para comentarla porque éramos las únicas que seguíamos vivas. Qué pena.
– Cuando se repasa su trayectoria, prácticamente desde la década de loa setenta no ha parado, trabajando tanto en cine como en televisión.
– No me ha faltado trabajo. Y se ha disparado especialmente en la última década. En los últimos tres años he tenido la gran suerte de que Álex de la Iglesia haya contado conmigo para la anciana milenaria de 30 monedas y para la película El cuarto pasajero. También Pedro Almodóvar me dio un papel en Madres paralelas e Icíar Bollaín me eligió para Maixabel. Y he rodado la segunda temporada de 30 monedas, que está pendiente de estrenarse. Algo fabuloso. No se trata solo de buenos trabajos, sino también del hecho de trabajar a las órdenes de directores muy importantes.
– ¿Y cuál es el secreto?
– No tirar la toalla. Estar ahí y prepararte mientras te llaman para trabajar. No dejar de prepararte. Yo en 2020 acabé el grado en Filosofía. Tardé un montón de años porque me sacaba asignaturas entre parón y parón. Eso es fruto de la perseverancia. Y también de la idea de que los actores deben ser personas cultas. Hace poco tiempo estuvo por Madrid Brian Cox y comentó que siempre busca hueco para visitar el Museo del Prado cada vez que viene por aquí. Tiene que ser así: un actor o una actriz deben nutrirse del mundo de las artes, de la cultura en general. Porque si algo tenemos nosotros, desgraciadamente, es tiempo. Y ese tiempo hay que saber llenarlo de cosas que nos hagan disfrutar y que nos sirvan para nuestro trabajo. Lectura, exposiciones, museos, cine, teatro… Eso debe estar en nuestra agenda. Porque la técnica llega un punto en que la tienes adquirida y te dedicas más que nada a perfeccionarla. Así que hay que cultivar la pasión por la vida y el conocimiento. De esa manera estás engrasado para cuando te llega la oportunidad.
– No podría decirse que usted haya desaprovechado muchas oportunidades. Ha trabajado con muchos directores en proyectos diferentes.
– Cuando trabajé con Miguel Picazo en Extramuros (1985) le dije en un momento del rodaje: “Me estoy psicoanalizando”. Y él me respondió: “Eso es lo mejor que pueden hacer los actores porque les ayudará mucho en la profesión”. Este oficio es muy duro, muy inestable. Es fácil sufrir bajones. Y en ciertos momentos necesitas ayuda para tirar adelante. Yo he hecho tres cosas bien en mi vida: seguir mi vocación, tener a mi hija, psicoanalizarme. Esas han sido mis guías, lo que me ha dado fuerzas.
– La vulnerabilidad y la inseguridad, esos fantasmas que siempre rondan a un actor o actriz.
– Pues imagínese cuando te toca un director que, en vez de darte seguridad, te la quita. Que también los hay. Más antes que ahora. Los había muy autoritarios: aunque les gustaras, aunque te hubieran escogido para el papel, aún recuerdo ensayos terribles. Hoy eso se da menos, y además tienes más defensas. Respecto a Poquita fe, una de las claves de su éxito ha sido precisamente la unión que Pepón Montero ha logrado con el equipo: sabes lo que haces, compartes los puntos de vista, entiendes la mirada del director… Sin esa unidad, es difícil que el proyecto salga bien.
– ¿Cómo se toma usted el trabajo en equipo?
– Mi amigo Francisco Vidal, antes una gira con la obra de teatro Yonquis y yanquis, que él dirigía, nos dio este consejo: “Llevaos bien, porque si no, las comedias no funcionan” [risas]. Y tenía toda la razón. Por norma, establezco buen trato con los compañeros, pero si estamos haciendo comedia, pongo el doble de empeño en ello. Es fundamental. Eso luego se nota. Y aunque haya alguien que no te caiga bien, te tienes que esforzar en los ensayos o en los rodajes. Cueste lo que cueste.
– ¿Para los dramas no?
– No hace tanta falta. Solo cuando haces algo que necesita diversión. ¡Es que se nota! [risas].
– ¿Obedece siempre o se rebela a menudo?
– Tienes que hacer lo que te pida el director. Aunque no estés de acuerdo. Él impone su mirada y tú estás al servicio de eso. Luego lo hablas. Si no entiendes algo, si quieres saber por qué algo ha de ser así, si te falta algo de información… Juan [Maidagán] y Pepón [Montero] me tenían que parar en Poquita fe. “No te vengas arriba”, me advertían. Yo tomaba la iniciativa y, como no paraba, ellos me ponían freno. “Pequeño, pequeño. Estamos contando cosas pequeñas. No hay que estirarlas”, me recalcaban. Esa es la mirada del director. Él te lleva, pide, te modula.
– ¿Se ha fijado fecha de retirada o no piensa ponerse límites de momento?
– Empecé con 14 años y voy por 77. Tengo la suerte de estar en uno de los mejores momentos de mi carrera. Si no me falta el trabajo y mantengo la vocación del primer día, no encuentro ningún motivo para parar.
– ¿Qué papel le gustaría antes de retirarse?
– Yo solo pido trabajo. Pero me encantaría hacer Lady Macbeth, un texto que he estudiado mucho. Me apasiona. Precisamente por haberlos estudiado tanto, como otros textos y personajes, siempre van conmigo, los tengo ahí cerca, acompañándome y ayudándome para otros papeles.
– ¿Se atreve a dar un consejo a sus compañeros jóvenes?
– Vuelvo a mencionar Poquita fe: les diría que hagan todo lo contrario y pongan mucha fe en todo lo que hagan.
La infausta moda de tirar el texto
Cuidadosa con todos los detalles, María Jesús Hoyos advierte de la mala deriva en algunas maneras del oficio desde hace años. “Al socaire del método Stanislavski, que prioriza la verdad de las emociones y los sentimientos, se ensalzó esa forma más auténtica de representar a los personajes. Con el paso del tiempo, esa autenticidad ha devenido en una falsa naturalidad”, lamenta. La veterana actriz madrileña recuerda que la dicción fue importante en las distintas vertientes de su formación: las del teatro clásico y la escuela tradicional con Mercedes Prendes y Manuel Dicenta, por un lado; y la vía alternativa del Teatro Estudio de Madrid, por otro. “Hoy en día la dicción se ha perdido un poco. Lo veo mucho entre actores jóvenes en series de televisión. Para comunicar, hace falta expresarse con claridad, dar un matiz a cada palabra”, explica Hoyos. ¿Dónde encuentra ella el origen del problema? En la corriente de “meter prisa a todo y de darle otro aire a la comedia. Pero no confundamos el ritmo con tirar el texto. Si no se entiende el texto, si la palabra no llega con claridad, el público desconecta”.