MARIAN ÁLVAREZ
“Meterte en otras
cabezas te vuelve
más humano, más sano”
La definieron como “levantisca” y le encantó. Y ha encarnado a algunas de las protagonistas más trágicas de nuestro cine, sobre todo gracias a Fernando Franco. Ha permanecido indemne a las heridas emocionales, pero reconoce que el cuerpo, ahora, le pide un poquito de comedia
INMACULADA RUIZ
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)
Pese a bordar papeles de mujeres huidizas y calladas, habla como un torrente, imparable y simpática. En eso detecto que la de la pantalla es un personaje que ella hace. Si no, creería estar de cañas con Ana, la trastornada taciturna de La heridaque le valió hace cuatro años un Goya, un Feroz y la Concha de Plata. “Es que me maquillan muy poco, casi nada, como siempre hago de mujeres de apariencia normalita...”, se explica Marian Álvarez. Son las siete de la tarde en una librería-café y pide, aconsejada por la camarera, una cerveza “jamonera” que ella ni sabe lo que es. Se zampa mientras tanto un cuenco de snacksjaponeses. Dicen los psicólogos que la disposición a probar nuevos sabores suele ser un rasgo de personalidad extrovertida. Esta actriz que quiso ser futbolista, definitivamente, lo es.
– Viene del set de rodaje. ¿En qué está trabajando?
– En una serie que se llama El fútbol no es así y dirige Daniel Calparsoro. Trata sobre los claroscuros del mundo del fútbol: los hinchas, la corrupción...
– No será la espectacular novia de un futbolista estrella...
– ¡Qué va! Una banquera que se une a un grupo de hinchas para destituir al presidente del club. Pero bueno, tengo mis rolletes, ¿eh? Rollos con tíos sin dramas. ¡Por fin! [risas]. Un lío normal, ni se me muere nadie ni nada…
– ¿Por qué la eligen para personajes tan oscuros?
– Menos mal que me eligen, porque son una maravilla. Tuve la suerte de que Fernando Franco se cruzara en mi camino y me ofreciese el personaje de La heridasin que hiciera falta casting. Porque me conocía. Que te den un papel así es como que te toque la lotería.
– Y le tocó, pues le reportó un Goya.
– Te digo una cosa: como era una peli tan pequeña, íbamos sin ninguna presión, había mucha libertad en la creación, no había que sacar ningún resultado porque pensábamos que no la vería ni Cristo. Imagina una peli en plano secuencia rodada en 16... Y claro, ahí te tiras a la piscina. Nos tiramos de cabeza y salió bien.
– No tenía muchas papeletas a su favor.
– Estas películas al final tienen su público. No hay que tener miedo, creo que subestimamos a los espectadores, y hay mucha gente a la que le gusta este tipo de cine. Autores como Fernando Franco saben que el público es inteligente, que no hay que dárselo todo mascadito, sino que piensa y entiende las pelis. Tienen que existir directores así.
– Y existen.
– Ya, pero son los menos, porque en este país lo que se produce es... pues eso. Que lo entiendo, hay que ganar dinero, que el cine es un juguete muy caro. No hemos de pelearnos entre cine de autor y comercial, debe haber variedad: comedia, drama, animación, ciencia ficción...
– La vida misma.
– Claro. Y el cine es un reflejo de la sociedad en que vivimos, no podemos cerrar los ojos, pues es un instrumento para denunciar cosas, para dar voz a gente que no la tiene. Por ejemplo, en el caso de La herida, a los trastornos límite de la personalidad. Mucha gente no sabía que eso existía.
– Su personaje es durísimo y encima casi no habla. ¿Cómo lo abordó?
– No habla porque está muy sola. Con el único que es sincera es con el tipo del chat. Es al único que no miente. Cuando alguien tiene un trastorno de este tipo, que ni sabe por dónde anda, que está escondiéndose todo el rato... Al único a quien puede hablar de sus problemas es a alguien que no existe.
– ¿Llegó a empatizar con el personaje?
– Sí, sí. Estudié muchísimo ese tipo de personalidad en libros de psicología y psiquiatría. Nunca había conocido ese trastorno, pero mucha gente me cuenta que le pasa. Yo quería ser muy rigurosa porque entendía que era un material muy sensible que podía herir a personas. La gracia es que tenía que estudiar mucho pero luego olvidarlo, porque ella desconocía que tenía ese trastorno, no estaba diagnosticada, así que era un triple salto mortal. Lo pasé muy bien haciéndolo, y sí, la llegué a entender. Cuando haces personajes de ese tipo, si no empatizas, es imposible.
– Le dan un papel y… ¿qué hace al día siguiente? ¿Qué método sigue para trabajarlo?
– Primero intento conocer bien lo que estoy contando. El trastorno límite, el duelo o la vida y obra de Teresa de Jesús... Es cierto que algunos papeles son más exigentes y tengo que investigar muchísimo. Después me acerco al personaje desde mis experiencias personales, porque intento que las cosas que trasmito sean muy reales. Me inspiro también en canciones, libros, pinturas... Es lo que más me gusta de mi trabajo, ya que en ese proceso me siento más libre.
– ¿Recurre al arte para despertar sus emociones con un personaje?
– Sí, la música a mí me inspira muchísimo, y la novela. Escucho de todo... Bueno, de todo no: ni reguetónni trap ni rap ni nada de esa música que no puedo ni soportar. Y en literatura me gusta mucho la novela, sobre todo autores de otras épocas pasadas; depende del momento. Y la música, igual. Unas veces me pongo más punky otras, más tranquilita.
– ¿Usted es de esas actrices vocacionales desde la infancia?
– Qué va, no lo tenía ni pensado. Yo me metí en Empresariales, por meterme, y me aburría mucho, mucho. Como mis padres tienen un grupo de teatro de aficionados y en mi casa siempre hemos ido mucho al teatro, era algo que estaba ahí, pero nunca había pesado que quisiera ser actriz, a diferencia de tanta gente que lo tiene claro desde pequeña. Yo, nunca. Prefería ser futbolista.
– Pues de futbolista a actriz...
– Sí, sí, me encantaba jugar al fútbol. ¡Y me encanta! Pero un día, de repente, me apunté a interpretación como la que se apunta a danza del vientre, y hasta hoy. De repente me dije: “¡Es que es esto! Es esto lo que quería hacer, aquí me siento feliz, soy yo...”. Yo creo que la vida ha elegido por mí.
– ¿Y qué encontró en ser actriz que lo vio tan claro?
– Es que es mi vida. Cuando estoy en un set de rodaje siento que estoy más feliz que en otro lado. Es fuerte, pero estoy allí y pienso: “En ningún sitio soy más feliz que aquí”.
– ¿Descubrió que era feliz actuando?
– Actuando o simplemente estando en el set, allí sentada. Miro a mi alrededor y me siento feliz viendo lo que veo. Me gusta mucho que personas diferentes nos pongamos de acuerdo en hacer algo, y que ese algo salga. Y que ese momento sea ese y no otro. Hay algo de magia en todo ese proceso que no se puede explicar. Cuando lo sientes, piensas: “¡Es que vivir de esto es una maravilla, soy una suertuda!”.
– Su trabajo le regala mucho, pero ¿qué le quita?
– Mucha tranquilidad. Esta es una profesión muy dura. Cuando te va bien, qué bien; pero yo he tenido época horribles, de querer dejarlo. Te compensa cuando estás actuando, pero el resto del tiempo...
– Debe de ser angustioso estar esperando siempre una llamada.
– Eso es durísimo. Hay que tener una cabeza muy bien amueblada para no volverse loco. Depender de otros para trabajar es duro, hay algo que no controlas. Esto, al final, es una lotería.
– ¿Cuál es su objetivo en su carrera?
– ¿El mío? ¡Trabajar! Yo no soy muy de ambicionar; por ejemplo, nunca me propuse ganar un Goya. Al final luego vas y lo ganas, pero la única ambición es que me lleguen los mejores papeles. No más.
– ¿Y cuáles son esos papeles que ambiciona?
– Los que te hagan crecer y te supongan retos, los que te saquen de tu zona de confort. No necesariamente los mejor pagados ni las películas más gordas, nada de eso. Que sean, no sé, incómodos; que no sepas ni por dónde empezar, que te pongas en un estado de nervios.
– ¡Un sufrimiento!
– Sí, pero un sufrimiento maravilloso. Es muy bonito. Que te den siempre lo que ya sabes hacer es un rollo.
– Pero luego hay que volver a casa
– Sí, pero he aprendido a dejarlo ahí...
– ¿Y lo consigue?
– Bueno, con Morir no lo conseguí demasiado, pero... Las circunstancias eran muy especiales, porque estaba con mi pareja [Andrés Gertrudix asumía el papel de su marido en la película]. Ahí se nos complicó el asunto de dejar el personaje al llegar a casa.
– ¿Cómo lo llevaron en ese rodaje?
– Mejor de lo que todo el mundo creía. Porque todos pensaban que no íbamos a acabar la película juntos. Le decían a Fernando Franco: “¡Te los vas a cargar!”[ríe]. Bueno, es complicado, pero después del “corten” me echo unas risas, me tomo una cerveza y fenomenal. Aunque al final siempre te llevas algo a casa, nunca dejas el personaje, y eso a veces se lleva mejor y otras no se consigue del todo. Y si encima trabajas con tu pareja, llegas a casa y acabas comentando cosas del rodaje. Menos mal que tenemos una hija y eso te hace tocar tierra; de repente tienes que hacer la tortilla y cambiar los pañales, pero... Con Morir es con la que peor lo he pasado después: me quedé muy tocada con esa película. Es que ir a jugar a que tu marido se muere todos los días es una mierda. Sin embargo, él lo llevó mejor. Yo empecé más arriba anímicamente y él más asustado, pero luego se empezó a dar la vuelta. Por lo menos, nos hemos sostenido el uno al otro. Cuando yo acabé, le dije a mi representante que lo dejaba todo.
– ¿Qué ha descubierto de sí misma a través de los personajes?
– ¡Uf! Pues prácticamente todo lo que sé de mí. Actuar sirve de terapia. Yo nunca he ido a un tratamiento de ese tipo y a veces pienso que menos mal que soy actriz. La gente dice que para ser actriz hay que estar un poco loca, pero yo creo que no, que los actores somos más sanos porque interpretar otras cabezas, otros mundos, te hace empatizar. Y eso te vuelve más humano, más tolerante, más sano. Todo el mundo tiene un lado oscuro, y el que diga que no, miente. Descubrir ese lado a veces asusta, pero está bien verlo y decirle: “hola, lado oscuro. Oye, vamos a llevarnos bien, no salgas cuando no te toca y ya está” risas]. Con este trabajo te acabas conociendo.
– ¿Descubrió su lado místico interpretando a Santa Teresa?
– ¡Ostras! Mira, yo tenía la imagen de Santa Teresa que te cuentan en el colegio. Y yo fui a uno de monjas, así que imagina: una cosa mística y tal. Y de repente descubres a un personaje que, si viviera en estos tiempos, sería una antisistema, una punki increíble. Me encanta esa mujer, aluciné con ella. El reto era interpretar de la manera más cercana a lo que ella era, por eso me centré más en la parte más humana y menos en la mística.
– Supongo que para inspirarse escuchó mucho punk
– Pues sí. Los Pixies siempre están muy presentes en mi vida, pero especialmente en esa época, porque me conectaba con en esa cosa de monja punk. Por eso tiré más por ahí que por la música clásica o el gregoriano. Santa Teresa era monja porque tenía que serlo. Esa mujer no valía para otra cosa, no era de jugar a las casitas ni de casarse.
– Parece que sus papeles no salen del drama. ¿Qué le pasa con la comedia?
– Pues eso digo yo, hace mucho que no la trabajo. Me encanta, pero no me la dan, no se atreven.¡Y eso que yo empecé haciendo comedia! No sé, algún día cambiarán las tornas. Es que en esta profesión te encasillan, pero… ¡yo no puedo hacer todas las locas del mundo![risas] He representado a muchas desequilibradas y es muy divertido, pero yo quiero algo ligerito, para desengrasar un poco. En Felices 140, con Gracia Querejeta, lo hice, pero me hubiera gustado seguir más en esa línea.
– Su última película, El cuaderno de Sara, aborda otro tema gravísimo, el negocio del coltán en el Congo.
– Yo creo que el cine es un arma poderosísima para despertar conciencias. Creo en ese tipo de títulos más que en los de puro entretenimiento. Si tengo que elegir, siempre tiro más hacia el lado de la denuncia, de dar voz a los que no la tienen, de poner problemáticas sobre la mesa. A raíz de esa película participé en un coloquio y había muchos científicos en la sala. Confesaban que les resultaba increíble cómo una película puede hacer más por despertar conciencias que muchísima inversión y divulgación, ¡y encima con menos dinero! Yo creo en ese tipo de cine.
– Hablando de compromiso, ¿qué hizo el último 8 de marzo?
– Hice huelga y fui a la mani.
– El cine ha hecho poco por las mujeres, ¿no cree?
– Muy poco. Y es una pena. Y encima la visión que se da de las mujeres... ¡Joder! Los que se dedican a este oficio se supone que son de mentalidad más abierta, y estamos así. ¡Qué no será en otros trabajos! ¿Qué pasa con los personajes de las mujeres? ¿Por qué siempre estamos relegadas a un segundo plano o a un plano poco favorecedor e irreal? He tenido la suerte de que en mi carrera haya desarrollado personajes femeninos fabulosos y trabajado con directoras (y con Fernando Franco, que es capaz de sacar el lado femenino interesante). Pero a veces lees un guion y piensas: “Vaya, esto está escrito por hombres”. Hay cosas terribles en esos textos y tú no te reconoces en ellos, pero, como eres actriz, tienes que defender lo indefendible. Y se pasa muy mal. Fatal.
– ¿Y cómo lo resuelve?
– Mi problema es que no sé mentir. Yo tengo que hacerlo todo de verdad: lloro de verdad, me río de verdad... Si no, se me nota. Soy muy protestona a veces, peleo mucho. El otro día me dijeron que era muy levantisca, y me encantó la palabra. Es verdad que lo soy, yo creo que el compromiso te obliga a tomarte esto en serio, porque esto llega a mucha gente, a mucha, ¡y claro que me pongo levantisca! Pero bueno, también tienes que comer, tienes que trabajar. Ni es Hollywood ni yo soy Nicole Kidman, que puede exigir que le cambien un guion. Has de hacer tu trabajo e intentar que sea lo más cercano a lo que tú crees. Eso es: al menos, intentarlo.
– ¿Qué tipo de director le gusta para trabajar?
– Hay mucho director que no sabe dirigir a los actores, que no sabe lo que quiere. Y eso no me gusta. Para mí, el equilibrio perfecto es el que sabe dónde quiere llegar y te deja un margen. Yo soy muy creativa, me gusta mucho introducir detalles. Además, no pregunto; directamente lo hago.
– ¿Por ejemplo?
– En La herida hay un momento en que estoy durmiendo y tengo una pesadilla, y yo puedo hacer esto con la vena, mira [hace palpitar visiblemente la vena del cuello]. Y pensé cómo hacer que se vea que estoy teniendo una pesadilla sin mucho movimiento, porque sé que a Fernando eso no le gusta. Y en casa, ensayando, me salió este gesto y pensé: ¡ostras! Y se quedó, y él lo pilló. ¡No se creía que lo estaba haciendo aposta! Pero yo no pregunto; esos detalles los pongo en práctica, y listo. Se puede hacer de todo, el cuerpo es infinito. Además, en cine eso es muy agradecido: te ponen una cámara en un plano que te coge todo, capta todo. En teatro no se te ven esos gestos o cómo se te empañan los ojos. En el cine sí, y me encanta por eso.
– ¿Entonces le gusta más que el teatro?
– Sí, sí. Igual suena mal, porque todo el mundo dice lo contrario. También es cierto que no he hecho casi nada de teatro, y cuanto más pasa el tiempo más miedo me da, más respeto. Algún día me lanzaré, porque no quiero morirme sin haber hecho teatro, pero cuando veo una mala obra de teatro lo paso fatal, fatal... Por los compañeros, por todo. Soy muy exigente como espectadora, y tampoco es lo indicado. Acabo pensando: “¡Coño, pues hazlo tú, a ver si te sale mejor!”, y se me crea un conflicto horrible. Eso sí, cuando veo una obra que me gusta, me da la vuelta a la cabeza y digo: “¡Yo quiero hacer eso!”.