“Las plataformas no viven en el minuto de la cuota de pantalla”
El director Mariano Barroso está de doble actualidad: acaba de presentar en Movistar+ la serie de seis capítulos ‘El día de mañana’ y se ha estrenado como presidente de la Academia de Cine. Es el decimosexto que capitanea la institución en sus 32 años de vida
NURIA DUFOUR (@nuriadufcon)
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)
Dos miradas retrospectivas, la de un director que se retrotrae a los años de una infancia vivida en Barcelona y la de una serie que nos lleva al pasado de un país inflamado, convergen en el despacho del presidente de la Academia de Cine. Dominan la amplia sala diáfana el blanco de las paredes desnudas y la luminosidad que fluye por dos grandes ventanales.
La historia de El día de mañana empieza precisamente en 1966, cuando Mariano Barroso abandonaba Barcelona siendo pequeño. Había nacido en Sant Just Desvern en 1959. “Es una ciudad que tengo idealizada por el momento que ocupó en mi vida. La serie me daba la oportunidad de hacer algo que me tocaba por muchas partes”.
Este trabajo supone la cuarta incursión del cineasta en el medio televisivo. Debutó a principios de los noventa como director de cinco episodios de Las chicas de hoy en día, y repetiría la experiencia a finales de esa década gracias al telefilme Lucrecia, con el honor de ser el primero producido por Antena 3. En 2010 rubricó Todas las mujeres para el canal temático TNT.
– ¿Cómo se articula la producción de El día de mañana?
– Cuando Fernando Bovaira y Domingo Corral [productores] me propusieron dirigirla, enseguida me puse a leer la novela de Ignacio Martínez de Pisón. Conocía muy bien su obra. Me gusta su estilo literario y el retrato exhaustivo de personajes que construye. La historia me enganchó inmediatamente. Tiene una estructura muy compleja que me apetecía trabajar.
– Firma el guion junto a Alejandro Hernández, con quien colabora desde el largometraje Hormigas en la boca (2004).
– Alejandro es un escritor muy talentoso y muy sensible. Le conocí en la Escuela de Cine de Cuba hace 20 años. Me entiendo muy bien con él. Nos costó bastante organizar el material, pero en cuanto tuvimos clara la estructura, le encontramos la unidad asignando un año a cada capítulo.
El día de mañana narra la historia de Justo Gil (Oriol Pla). Es un chaval de la España rural que llega con lo puesto a Barcelona en el otoño de 1966 con el único afán de curar la extraña enfermedad que mantiene a su madre inmovilizada. Pero no es su única motivación. Lo enigmático de Justo es que cada persona con la que se va relacionando durante su estancia en la capital catalana cuenta una versión diferente de él: comunista, falangista, manipulador, buen hijo, buen amante, estafador, divertido, honesto, seductor, un pobre hombre, un canalla, un mentiroso, un romántico. En el camino de este poliédrico personaje se cruzan, sobre todo, dos a los que cambiará la vida. Carme (Aura Garrido), una mujer de espíritu curioso e independiente atrapada en un mundo masculino, y Mateo (Jesús Carroza), un policía andaluz de la temida Brigada Político-Social.
– Esta ficción se enmarca en un contexto gris de la historia española, pues la acción abarca de 1966 a 1977. Sin embargo, los personajes transmiten mucha luz. ¿Estaba esa idea presente en la novela?
– No. Le dimos muchas vueltas. Una cosa es lo que cuentas y otra es cómo lo cuentan los personajes. Para contar algo sombrío y hacerlo atractivo, hay que buscarle el brillo. De eso saben mucho los buenos actores, los que encuentran el punto de brillo en la penumbra. Me gusta trabajar con opuestos. Separar la forma del fondo. Creo que hemos sido más fieles a lo que vivían los personajes, que en definitiva son chicos de veintitantos años sin referencias ideológicas, como le sucedía a tanta gente en aquel momento. Gente joven que persigue sueños, y por eso el escenario de sus sueños lo ve lleno de luz. Hasta por el minúsculo ventanuco de las salas de tortura rompen los rayos del sol mediterráneo. Buscar la luz dentro de la oscuridad aporta una capa fundamental a la historia.
– Pero resultan bastante desoladoras esas escenas de tortura en los sótanos de la comisaria de Vía Laietana.
– No era necesario que añadiéramos más carga emocional a la que ya tienen las propias imágenes. Hacemos ficción pensando en el espectador, y no puedes agobiarle. La época era muy tremenda como para acentuarla. Sería incluso contraproducente porque provocaría rechazo. Estaríamos manipulando.
– Justo Gil, el protagonista, es un tipo moralmente cuestionable por el que desde el principio se siente atracción.
– Es un impresentable, capaz de las mayores burradas, pero con visible humanidad. Tiene unas debilidades que despiertan nuestra identificación. El reto era que atrapase. Me gusta explorar personajes así y preguntarme cómo es posible que logren generar tanta empatía.
– El nombre de Oriol Pla, el actor que lo interpreta, ha estado sobre la mesa desde el principio. ¿Poner cara a un personaje le ayuda a su construcción?
– Mucho. El personaje es lo que está escrito más el actor. Esa combinación la valoro más que cualquier cosa. Sin hacer de menos al resto de disciplinas, la escritura y la interpretación me parecen las dos cosas más complejas, del encuentro de esas dos artes surge realmente la creación del personaje. Cada actor haría un Justo Gil diferente. ¡Anda que no hemos visto Hamlet distintos!
– La actuación es otra forma de escritura. ¿Deja lugar a la improvisación?
– En El día de mañana el guion estaba muy estructurado y medido, muy escritas y reescritas las escenas. Los cambios surgen normalmente en los ensayos, durante el rodaje apenas hay margen.
– Como director de actores, ¿es cierto eso que tanto se dice de que son vulnerables?
– Es una verdad como un templo. Cuanto más vulnerables, mejor, porque tienen más sensibilidad. El gran enemigo del actor es la inseguridad. Se desnuda a nivel emocional, está vendido. Cuando trabajo en clases con ellos trato de ayudarles a encontrar herramientas para conseguir que esa inseguridad vaya haciéndose cada vez más pequeña y así ganar en la seguridad que luego tiene que transmitir el personaje.
– ¿Sufre usted la presión de la audiencia?
– La suerte de estas plataformas es que no viven en el minuto de la cuota de pantalla. En eso se parecen más al teatro y menos al cine. Cuando hicimos Closer nadie entró en pánico por el hecho de que en el arranque de las funciones no se acabara de llenar la sala. Estos ritmos me parecen más saludables. Lo de la taquilla y las audiencias diarias me genera mucho estrés.
– A partir de este momento, con las plataformas en plena vorágine creativa, ¿a qué desafíos se enfrenta la industria?
– Justamente estamos en la Academia en pleno debate sobre ese tema. Nadie sabe dónde va todo esto. Dónde acaba el cine y dónde empieza la televisión. A nivel legal está claro: una película lo es desde el momento que se estrena en salas. Pero empieza a no haber una línea clara. Todo está en revolución. Como en tantas cosas, hay que instalarse en la pregunta. Mientras podamos seguir haciéndonosla continuaremos ahí. Llegará un momento en que alguien tendrá que decir algo.
– ¿Qué tal en ese otro oficio de presidente de la Academia?
– Apasionante. Estamos ante un montón de frentes. Recientemente anunciamos que la próxima gala de los Goya la celebraremos en Sevilla. Tenemos muchos proyectos en marcha. Queremos que la Academia se adecúe a los nuevos tiempos, ir abriéndola cada vez más.
– ¿Al hablar de “abrir” la Academia, a qué se están refiriendo?
– Hay mucha gente que no está y debería estar. La Academia tiene que ser activa y dinamizadora, generar debate y actividad. Convertirse en un lugar de referencia.
– ¿En qué se diferencia el director de Mi hermano del alma del de El día de mañana?
– En la edad, sobre todo. A veces me veo y no me reconozco. Sigo creyendo en las mismas cosas. La evolución del cineasta va paralela a la de la persona. Y te das cuenta de qué es lo más importante. Ahora pongo la energía donde creo que debe estar.