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09-03-2016

Ilustración: Jésica Cichero

Ilustración: Jésica Cichero


Nuevas voces


Ellos



MARINA SERESESKY
Estoy en un sin vivir, por más que le doy vueltas no consigo decidirme. No sé si poner unas lentejas o preparar unos buenos san jacobos. Las lentejas alimentan más, es verdad, con su chorizo, su tocino, sus verduritas, por no hablar del hierro que tienen. Pero los san jacobos me salen tan ricos, y a Paco le gustan tanto que no logro decidirme.

   Y no es que mi familia me festeje la comida, ni me la agradezca, no, no, qué va, para nada. A veces ni me miran cuando les sirvo el plato. Están muy ocupados y eso hay que entenderlo. La mayor estudia mucho, es muy inteligente. Ahora hasta se me ha vuelto vegetariana, así de la noche a la mañana. Y ser vegetariana es de inteligentes, de gente leída, de tener más de dos dedos de frente. Vamos, eso creo yo...

   El menor es más tontorrón, pobrecito mío, más básico. En eso ha salido al padre. Pero muy buena gente, honesto y trabajador. En esto también ha salido a su padre, que a trabajador no le gana nadie. Tienen los dos los ojos pequeños y separados, unos ojos que lo mismo te dan risa que miedo. Lo que le pasa a mi niño es que lo ha dejado una novia que tenía y no me levanta cabeza. Va rumiando por los rincones y apenas habla. A veces consigo que me conteste con algún monosílabo, y eso ya me da alegría para todo el día.

   Y luego está mi Paco. Mi Paco es muy suyo. Pero no siempre fue así. Cuando nos conocimos era un encanto, hasta se acordaba de los cumpleaños. Ahora siempre está enfadado, y si no está enfadado está viendo el fútbol. Yo entiendo que llega muy cansado, y que conducir un autobús por la ciudad es muy estresante, y que la úlcera no le ayuda a mantener el buen humor, pero una se cansa. Y cuando se cansa, estalla. Y cuando estalla, hace locuras como las que estoy a punto de hacer...

   No puedo negar que para dar este gran paso también me han ayudado “ellos”. “Ellos” me han salvado la vida.

   La primera vez que se me apareció uno fue hace tres años. Estábamos cenando. Paco estaba insoportable ese día, discutía a grito pelado con mi hija. Yo quise interceder para que se calmara, pero fue peor. Me dijo que no me metiera, que todo era culpa mía, que no servía ni para calentar una sopa. Y acto seguido tiró el cocido por los aires. Mientras los garbanzos y los fideos volaban, yo cerré los ojos. Los cerré tan fuerte que casi me dolían. Y cuando los abrí, ahí estaba él, sentado a mi lado. Con esa sonrisa encantadora. Cogiéndome la mano para tranquilizarme. Sean Connery. Pero no tan mayor como sale ahora por la tele, no. Sean Connery de la época de James Bond.  Estuvo conmigo mientras recogí el estropicio del cocido, mientras pasé la mopa y hasta que fregué el ultimo plato. Me escuchó, me abrazó y me secó las lágrimas cuando la impotencia y la rabia ya no me dejaban ni hablar.

   A partir de ese momento cada vez que en casa la cosa se ponía tensa, o cuando  me invadía la tristeza, cerraba fuerte los ojos y ahí estaba él. Charlábamos de todo, de su vida, de la mía. A veces nos pasábamos horas comentando las películas y Sean decía que prefería mil veces estar conmigo que vivir en Hollywood. Y yo le creía, porque lo decía con tanto convencimiento y tanto amor que no te quedaba otra que creerle.

   Con los años fui perfeccionando la técnica. Y al final ya no necesitaba ni cerrar los ojos para llamarlos. Porque sí, eran y son muchos. Y muy distintos.

   Mario Moreno Cantinflas se me aparece en contadas ocasiones, sobre todo cuando la tristeza se me transforma en enfado y el enfado en amargura. Me hace un movimiento con las cejas, así muy rápido y yo no puedo resistirme y me parto de risa. Siempre  consigue arrancarme una carcajada a golpe de ceja. Otro muy asiduo es Robert Redford, con su traje de aviador; no encontraréis otro que lave mejor el pelo que Rob. Lentamente, con ternura y haciendo mucha espuma, como si le fuera la vida en ello.

   Cada uno tiene su aquel, claro. George Clooney es un gran conversador; Omar Sharif da unos masajes de muerte; Dean Martin es un experto en decoración y arreglos florales. Hay días que mi casa parece el camarote de los hermanos Marx, que también se me aparecen, no todos, solo Harpo y Zeppo (vaya a saber por qué). La semana pasada estábamos sentados a la mesa Paco, mi hija la mayor, mi suegra, yo y el trío los Panchos al completo. Ellos no hablan pero cantan que alimentan. Pero mi preferido es Marcello. Mi Marcello Mastroianni. Qué elegancia, qué saber estar, qué galanura y qué gran bailarín. En sus brazos me siento Anita o Sofía. A él me lo reservo para los días especiales, las fiestas y los fines de semana largos.

   Pero lo más extraño es que, para los momentos más íntimos, cuando a Paco se le pone entre ceja y ceja que quiere hacer uso del matrimonio, y por más raro que suene, en esos momentos a mí se me aparece el pakistaní. Sí, el de la tienda de abajo que es frutería y locutorio. No sé si es ese color de piel, o esos dientes tan blancos, o esa mirada picarona que  me pone cuando compro los aguacates (que siempre los tiene muy bien de precio) pero ahí está, siempre puntual cuando lo necesito...

   Pero no creáis que solo se me aparecen hombres. Tengo, también, un grupito discreto de grandes amigas: Concha Velasco, Ana Magnani, Doris Day y Anne Igartiburu, que, aunque no lo creáis, es muy divertida.
Qué curioso, yo que siempre me he sentido la más invisible de las mujeres, ahora estoy rodeada de amigos iguales a mí. Son invisibles, sí, pero reales como estas arrugas, estas canas y estos kilos de más que se han instalado en mi espejo. Ellos me ayudan, me dan fuerza, me hacen sentir segura, capaz de todo. Por eso hoy me atrevo con esto. Porque hoy es mi cumpleaños y todo tiene un límite.

   Me levanté muy temprano, como siempre, preparé el desayuno y me senté a esperar. Ni un beso, ni un abrazo, ni unas falsas palabritas. Se habían olvidado, los tres. Pensé que sería porque todavía estaban dormidos y hasta que no se beben su cafelito no son personas, pero no. Al mediodía llegaron a comer Paco y la mayor (mi hijo no llega hasta la noche). Devoraron el bacalao al pil-pil, durmieron el telediario y se fueron. Paco me avisó que llegaría tarde porque se va a quedar a ver el partido en el bar, y mi hija se queda a dormir en casa de una amiga (que también es vegetariana). Yo sé que ellos me quieren a su manera, y yo también los adoro, pero, como me dice Mario Moreno, esto ya ha pasado de castaño oscuro. El que más insistió en que hiciera las maletas fue Sean, él cree que mi familia nunca va a cambiar y que yo me merezco una vida mejor.

   Así que me voy, los abandono. Aunque Anne, que es muy impetuosa, insiste mucho en que les ponga algo en los san jacobos, no para asesinarlos, no, pero por lo menos para que estén un par de horas retorciéndose en el baño. Pero no sé, a mí me parece demasiado. Tampoco voy a dejarles una nota, porque Marcello dice que no les tengo que dar explicaciones, y así de paso piensan un poco, que no les viene mal del todo. Me voy a la casa de mi prima Charito que vive en Gandía, en primera línea de playa, a empezar una nueva vida. Me voy con “ellos”, pero no será un problema porque mi prima me dijo que ella vive con Matías Prats y Gene Kelly, así que la fiesta está asegurada.

   Antes de irme voy a pasar a comprar unos aguacates al pakistaní. He pensado que no sería mala idea poner una frutería/locutorio en Gandía, y él quizás pueda ayudarme... o acompañarme. No sé, todo es posible... Y eso me encanta.



 
Marina Seresesky es guionista, directora y actriz. Escribió y dirigió  los cortos ‘L'ultima opportunitá’, ‘El cortejo’ , ‘La boda’ y el documental ‘Madres, 0.15 el minuto’. En el 2016 estrenará su primer largometraje, ‘La puerta abierta’, protagonizado por Carmen Machi, Terele Pávez y Asier Etxeandía
 

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