Potencial secretaria en huelga de hambre
− ¿Qué pasó?
− La actriz Belinda Corel me vio y me dijo: “¿Qué estás haciendo aquí, pequeña, quieres entrar?”. Me acompañó a saludar a la empresaria de la compañía, Lilí Murati, una húngara que terminó diciéndome con su acento centroeuropeo: “Si quieres hacer teatro, vuelve dentro de unos días para hacer un ensayo”. Cuando lo conté en casa se armó una buena. Mi padre, escandalizado: “¿Tú artista? Ni hablar. ¿Crees que no sé cómo es la vida de las artistas, que están de madrugada por ahí?”. Yo me rebelé. Me encerré en una habitación y me declaré en huelga de hambre. Estuve varios días sin salir de allí ni probar bocado, gritando que quería morirme.
− ¿Quién ganó aquel pulso?
− Yo. La aspiración de mi padre era que trabajase de secretaria en los almacenes Simeón, que también estaban en la plaza de Santa Ana, así que acepté que me apuntaran a clases de mecanografía porque sabía que podría escaparme a diario para ver a los actores. Cuando se enteró, mi padre se puso furioso, pero entonces le dije, mirándole a los ojos: “Si no me dejas ser actriz ahora, te juro que cuando cumpla 21 años me marcharé y no me verás en tu vida”. Me vio tan convencida que accedió a matricularme en el Conservatorio de Arte Dramático.
− Al fin iba a recibir formación interpretativa.
− En realidad, el teatro que allí enseñaban era muy antiguo, con mucho verso. Yo quería hacer algo más moderno. Mientras ensayaba la Cavalleria rusticana, el humorista Víctor Valdorrey me dijo: “Si quieres hacer teatro, ve de mi parte a ver a Conchita Montes”. Y eso hice. Mentí a Conchita como una bellaca para que creyera que tenía más experiencia y me propuso que empezara al día siguiente. Estaban ensayando Esta noche tampoco, de José López Rubio. Para que nada fallara, conté con la complicidad de mi madre, que me recogía en la plaza. Así llegábamos juntas a casa y mi padre no sospechaba. Me salvó que el Teatro de la Comedia, donde debuté, estuviera al lado de mi casa.
− ¿Qué descubrió sobre las tablas?
− Que la vida era de color. Deseaba tanto representar teatro que me habría unido a ellos aunque fuera para poner clavos. Luego descubrí que ser actriz resultaba tan fascinante como imaginaba, pero multiplicado por mil. Aquello era la alegría de vivir. Y yo estaba tan feliz. A la fascinación del teatro se le unía la posibilidad de escapar de la miseria moral de aquel tiempo tan terrible. En esa época, para la hija de una portera y un empleado de cervezas El Águila, la única salida era hacerse secretaria. Puede que eso valiera para otras, pero yo no estaba dispuesta a limitarme. Tenía demasiada imaginación. Y también determinación.
− ¿Especula alguna vez con las otras vidas que pudo haber vivido?
− Me gustaba mucho el baile. No me habría importado ser una bailaora flamenca de los Vargas, un grupo de gitanos que solía actuar por Santa Ana, pero ese mundo era más complejo. También me atraía la escritura y la pintura. Me interesaban cosas que pudiera hacer sola, sin depender de nadie, por eso me atraía tanto la magia de enfrentarme al público. Me fastidió no poder estudiar, porque no fue por mi culpa, sino por la situación económica de mi familia. Me gustaría haber sido abogada, me va lo de defender causas. Y espía. ¿Imagina? Me habría encantado eso de ir llevando secretos de un lado para otro.
− Tras el teatro, la tele le dio prestigio, fama y reconocimiento, pero el cine a lo grande llegó tarde a su vida. ¿Tiene claro por qué?
− Es cierto. Hasta Tacones lejanos solo había hecho películas poco destacables. Incluso pensé que el celuloide y yo nunca nos entenderíamos. Ni a mí me interesaban los filmes que se hacían, que ya me contará qué pintaba yo en la época del destape, ni tenía el perfil habitual que se asociaba a la actriz española de cine. Con mis pecas, mi pelo blanco y tan delgada, nadie me llamaba para rodar una buena historia. Creo que me veían rara.
− ¿Ha tenido esa sensación?
− Sí, siempre me he sentido una actriz rara, pero para bien. No tenía nada que ver con lo que encontraba a mi alrededor. Lo curioso es que, junto a esa sensación de extrañeza, también notaba el magnetismo que generaba en los demás. Es algo difícil de explicar, una especie de atracción, de seducción, pero siempre lo he percibido con claridad.