Marta Belenguer
“Mi historia con el teatro, la televisión y el cine es como tener marido, amante y ligue de una noche”
Ella quería actuar sobre las tablas, aunque las series se cruzaron muy pronto en su camino. Tenía 22 años cuando apareció en ‘Farmacia de guardia’. Desde entonces ha pasado por éxitos tan indiscutibles como ‘Aquí no hay quien viva’ y ‘Camera Café’. Dice ser una cazatalentos: en su vida ha conocido a jóvenes con talento que han llegado lejos. ¿Un ejemplo? Nacho Vigalondo, que aspiró al Óscar con el corto ‘7:35 de la mañana’. Y ahí estaba ella
ESTELA BANGO
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
En el barrio de Carabanchel, con aspecto de ultramarinos de toda la vida y reformado como esos bares que se convierten rápidamente en punto de encuentro, se encuentra el Merinas, regentado por tres actrices. Sentada en la barra nos espera una de ellas, rostro conocido no solo entre los numerosos clientes que toman el vermú en el local, sino entre todos aquellos que tengan un televisor en sus casas. Marta Belenguer (Valencia, 1969) forma parte de nuestra memoria colectiva gracias a su participación en multitud de series desde la década de los noventa. Y ha atesorado ese bagaje sin haber renunciado a su gran pasión, el teatro, ni a su constante apuesta por los cortometrajes.
– ¿Recuerda su primera aparición en la pequeña pantalla?
– Fue en Farmacia de guardia. Me hizo el casting Carmen Utrilla. Yo tenía 22 años y aún vivía en Valencia. Había estudiado Arte Dramático y quería ser actriz de teatro. La tele y el cine fueron llegando… Acudí a una representante de Valencia, Cayetana Ródenas, sin cerrarme a posibles trabajos ante la cámara. Y aunque se rio un poco, me habló de un casting. Envió mis fotos a Farmacia de guardia y me eligieron para un papel protagonista en un capítulo.
– ¿Cómo fue esa primera experiencia?
– El episodio se titulaba Con la música a otra parte y yo hacía de hippie. Vivía en la calle y Carlos Larrañaga se enamoraba de mí. A mis 22 años, parecía que tuviese 15. Siempre he aparentado menos edad. De hecho, hice de teenager con 30 años. Un amigo mío solía decirme: “Eres la única treintager que hace de teenager”. Me marché una semana a Madrid para la grabación y me quedé en casa de la hermana de una amiga mía. Cuando se emitió el capítulo estaba de vuelta en Valencia, iba a cruzar el semáforo de casa de mi madre, pasó un autobús y vi que los pasajeros me señalaban y gritaban: “¡La de Farmacia de guardia!”.
– Cuando nos ponemos a repasar exitazos de los noventa, resulta que usted apareció en casi todos: Manos a la obra, La casa de los líos, Señor alcalde, Dime que me quieres... Aunque fuese con papeles episódicos.
– En Dime que me quieres fui la hermana de Lydia Bosch. Ahí tuve ya un poco más de protagonismo. En ese momento yo seguía con mi representante de Valencia. El productor de la serie, Mario Pedraza, me llamó para decirme que a la gente le gustaba mucho mi personaje y que no estaba cobrando lo que debería. Me aconsejó que cambiara de representante, así que empecé a buscarme uno en Madrid.
– En sus inicios, su preferencia era el teatro. ¿A medida que actuaba en ficciones televisivas le picó más el gusanillo de la cámara?
– Mi historia con el teatro, la televisión y el cine es como tener marido, amante y ligue de una noche. Ahora parece que hago más cine, pero las películas han sido como amantes que nunca me daba tiempo a disfrutar. Con la televisión he tenido una relación paralela mientras seguía teniendo ahí a mi marido, el teatro. Me fui a vivir a Madrid y continué trabajando en compañías de Valencia, compañías muy surrealistas. Aunque he hecho cosas muy convencionales, siempre he tenido una vis muy alternativa.
– Ya que saca este tema, otro formato presente en su carrera es el cortometraje.
– Porque soy cazatalentos [risas]. Por mi vida han pasado algunas personas en las que vi piedras preciosas cuando todavía eran muy jóvenes y no se habían hecho conocidas: Abril Zamora, Lorena López, Lino Escalera y Nacho Vigalondo. Con este rodé el corto 7:35 de la mañana. Me apasiona lo nuevo, tengo mucha curiosidad.
– 7:35 de la mañana estuvo nominado al Óscar. ¿Asistió a la gala?
– Esa es la gran anécdota de mi vida. Cuando sea viejecita lo contaré y parecerá que me lo invento. Me marché a última hora porque, en principio, no había entradas para todos. Yo vivía encima del Teatro Lara, y en el cuarto piso estaba el diseñador de ropa Carlos Díez. Como es divino, subí a su casa: “Carlos, que me voy a los Óscar. Por favor, ayúdame”. Ya no había tiempo para crearme el vestido. Me llevó a varios sitios y elegí uno de Amaya Arzuaga. Carlos me dejó unas cosas hechas por él. Me daba tanto miedo perderlas que me las llevé dentro una mochila que no solté durante el vuelo. La escala era en Atlanta. No hablaba inglés y me paró un policía: “¿Por qué vienes a Estados Unidos?”. Y yo acerté a responderle: “Because I'm going to the Oscar awards”. Hubo dos segundos de pausa dramática y se partió de risa.
– Y después de la peripecia, cuando llegó a Los Ángeles…
– El día de la ceremonia estábamos tan nerviosos que fuimos a las 12 de la mañana y no habían puesto ni la alfombra. Así que nos fuimos a comer a un centro comercial. ¡Menuda cola para entrar! Llegamos con Leonardo DiCaprio, Cate Blanchett, Charlize Theron… todos los guays. Mientras entraba, escuché un grito. Era un español que iba para ver la alfombra roja y dijo: “¡Aquí no hay quien viva!”.
– El papel de Alba en Aquí no hay quien viva le marcó incluso al otro lado del mundo. ¿Cómo surgió la oportunidad de actuar en esa serie?
– Fue gracias a Elena Arnau. Estoy muy agradecida a Carmen Utrilla, Elena Arnau y Elvira Sánchez Gallo. Yo estaba trabajando como ayudante de dirección en un teatro de Alicante y me llamó mi representante para comunicarme que me había salido un personaje en Aquí no hay quien viva. ¿El problema? Que debía irme en ese momento a Madrid porque empezaba al día siguiente y no tenía ni las líneas. Solo me dictaron tres frases por teléfono. Al llegar a maquillaje me preguntaron qué personaje iba a encarnar y contesté lo que sabía: “Se llama Alba y está muy loca. No sé más”. Ese papel ya lo había hecho una chica otro día, pero no les había gustado. Y Elena Arnau pensó en mí. En la serie conocí a Luis Merlo, con quien luego trabajaría tantísimos años en la compañía de teatro. Cuando me llamaron para sustituir a una actriz en la obra El test, fue porque Luis se acordó de mí.
– Y otro éxito se le presentó después con Camera Café.
– Dudaba de que mi Alba siguiera en Aquí no hay quien viva. Me encontré a Elena [Arnau] y me habló sobre una serie muy divertida que podía pegarme un montón. Le pedí que me llevara al casting. Y, efectivamente, no continué en Aquí no hay quien viva.
– Aunque también fuese una comedia, la propuesta era muy diferente.
– Era muy teatral. Éramos como títeres. La cámara única y ese ojo de pez hacían especial el formato. Y esos personajes tan característicos, perfectamente definidos desde el guion. Y también el vestuario, creado por María Arauzo.
– Al empezar, ¿intuía semejante acogida de la audiencia?
– No teníamos ni idea. ¡El plató estaba en un pasillo entre dos naves de Telecinco! Pero Camera Café supuso mucho para todos nosotros. Yo tuve hijos a partir de ese momento. Pese a que se trataba de una producción barata en la que no cobrábamos mucho, sí pudimos beneficiarnos de ganancias colaterales. Hicimos muchos anuncios, y eso fue un colchón. Los actores tenemos que guardar cuando tenemos porque luego podemos pasar meses sin trabajar. Abrimos el bar con intención de tener estabilidad. Dios aprieta, pero no ahoga. En los momentos en que he pensado que no volvería a conseguir trabajo como actriz, justo ha sonado el teléfono. La vida siempre me dice que estoy donde tengo que estar.