twitter instagram facebook
Versión imprimir
14-01-2024


Mateo Gil

“El consumo rápido ha propiciado un cine más contenido que antes”


Formó un tándem histórico con su compañero de facultad Alejandro Amenábar. Aquella experiencia autodidacta le permitió después volar  en solitario con producciones internacionales. El director de ‘Nadie conoce a nadie’, ‘Blackthorn’ o ‘Los favoritos de Midas’ habla desde la cátedra de sus 50 años



JAVIER OLIVARES LEÓN

FOTOGRAFÍAS: ENRIQUE CIDONCHA

Hace unos años que se trasladó a las afueras de Madrid (su hijo de siete años aparcó la convicción urbanita), pero en el barrio de Chamberí sigue encontrándose aún como en casa. Varias personas le saludan al pasar por la terraza en la que se está tomando un café. No se trata de popularidad (es bien sabido que disfruta el anonimato), sino de vecindad: vivió mucho tiempo en Malasaña. Mateo Gil está hablando por teléfono, cerrando lo que parecen los flecos de una escena o una localización. “Pero que no se salga de cuadro tras el tiro, ¿eh?”. “Sí, en la calle Estafeta”. ¿Thriller? ¿Sanfermines? El director canario, de 50 años, habla en clave cinematográfica. Y garabatea en una de las dos libretas moleskine (muchos pagarían por hojearlas) que le acompañan. El director de Nadie conoce a nadie, Proyecto Lázaro o la genial Blackthorn está en su salsa. Ya cuelga.

 

– ¿Qué se puede contar de lo que hablaba por teléfono?

– Es una película escrita por Miguel Barros. Con él trabajo mucho. La está dirigiendo Clara Bilbao, que ha sido figurinista en casi todas mis películas. Somos muy amigos los tres. Me pidieron que echara un cable como productor ejecutivo.

 

– ¿Qué significa ser productor ejecutivo? ¿Ejecutar o arriesgar dinero, como Tom Cruise en Misión imposible?

– Es un cargo que se utiliza para muchas cosas. Un cajón de sastre. En realidad, estoy de consejero para cosas concretas. Miguel [Barros] está mucho más encima de la película que yo. También ejerce de productor ejecutivo. 

 

– ¿Miguel Barros viene a ser el Mateo Gil de los noventa?

– No, no creo... Digamos que es con quien más he trabajado. Pero no es como Mateo Gil. Miguel necesita llevar el timón como guionista. Es estupendo poder encargarle algo y que él lo escriba. Pero la coescritura, sobre la mesa, es muy complicada. Aquello que teníamos Alejandro [Amenábar] y yo es muy raro. Ni siquiera sé si volveríamos a conseguirlo

 

– Pues Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña parecen una sola persona.

– Han tenido suerte los dos. Isabel atesora un talentazo enorme. Incluso yo le he tirado 'fichas' alguna vez [risas]. Hace mucho tiempo de aquello, pero no le encajaba mi proyecto por fechas. Y como él también es un talentazo, así logran una conexión perfecta. Es muy difícil lo que hacen.



– ¿Se parece en algo el cine de hoy al que visualizaban Amenábar y usted en la facultad?

– Era imposible preverlo. Pero en algunas conversaciones veíamos venir ciertas cosas. Para mi generación es maravilloso que en la actualidad haya tantas series y plataformas. Está cambiando la forma de narrar con imágenes. Hay cierta pasión por contar historias que se está diluyendo con la prisa, la cantidad, el volumen, el consumo rápido… El cine actual es más contenido que el de antes. Y las películas que se niegan a hacer eso acaban volviéndose muy festivaleras. Ahora se extrema mucho la diferencia entre ese cine de autor y el comercial. No hay financiación para las pelis del terreno intermedio.

 

– ¿Por ejemplo?

– Las tres últimas que he hecho estaban en ese terreno intermedio. Y nacieron un poco de milagro. Es muy difícil levantar una peli así… a no ser que sea de bajísimo presupuesto.

 

– Diga la verdad: cuando hacían pellas en la facultad Amenábar y usted, ¿se repartieron los papeles? “Yo escribo, tú diriges”.

– No fue así... [silencio]. Yo empecé a hacer cortos con Alejandro. Él tenía un talento arrollador. Cuando llegó el momento de hacer Tesis, que fue muy pronto, llegamos a plantear la codirección. Teníamos 23 años. Y José Luis Cuerda dijo que ni de coña.

 

– ¿Cómo apareció Cuerda en sus vidas?

– Le conocimos por uno de los cortos, en el que aparecía una compañera de clase. Su padre, el pintor Juanjo Molina, era amigo de Cuerda. Al mostrárselo dijo que quería conocer al director. Le pidió un guion de largo, con idea de producirlo. Y Alejandro entró a machete. Escribimos juntos Abre los ojos.

 

– ¿Quién debe más a quién?

– Es una pregunta jodida. Yo le debo más a él. Quizá nadie me habría hecho caso si no hubiéramos estado juntos, aunque lo cierto es que aprendimos también juntos, desde el primer corto, mano a mano. Fue un proceso conjunto.

 

– ¿También la dirección?

Cada uno dirigía sus cortos. Pero las películas son solo suyas. Ante la imposibilidad de codirigir ni Tesis ni Abre los ojos, yo ejercía de asesor. Cuerda, en ese sentido, fue sabio y lo previó. “Ya veremos qué hacemos contigo”, vino a decir. Y tenía toda la razón. Ahí estaba yo, como Pepito Grillo. Alejandro me implicaba por bondad. Él no era un tipo inseguro como para decir: “Quiero que mi colega esté conmigo, no le voy a dejar tirado”. Ni mucho menos. Pero estuve metidísimo en las dos películas. Y aprendí un huevo.



– Y llegó Nadie conoce a nadie.

– Tras la experiencia con Alejandro a nivel visual y narrativo me dieron la oportunidad de dirigir Nadie conoce a nadie. Recuerdo que empezó como un encargo de guion, que yo no iba a dirigirla. Fue un proyecto extraño. Yo estaba verde en la dirección de actores. Intenté formarme para poder dirigir actores con un poco más de cabeza. No encontré dónde hacerlo de forma cómoda o con solvencia. Leí varios libros...

 

– Hace 25 años del rodaje de aquella ópera prima. ¿Con qué se queda? 

– Uf, ha habido muchas equivocaciones, a veces por mi carácter. Y algunas satisfacciones que tiendo a poner a pie de suelo. Disfruto mucho del trabajo, del 'durante'. En mis inicios quería ser director. Es más: no soy un buen guionista. He aprendido mucho con el tiempo. Aunque no tengo esa vocación de escritor, sí me di cuenta de algo: solo si escribes, realmente cuentas tus cosas. Dirigir se ha vuelto algo mucho más expeditivo en la actualidad. Y disfruto más de la creación desde el principio. De hecho, escribo más que dirijo.

 

– Y escribe para otros formatos, ¿no?

– Solo he hecho una miniserie, Los favoritos de Midas. Y ahora arranco otra serie como creador y escritor. No creo que la dirija. Será en Latinoamérica y tengo la sensación de que debería dirigirla alguien de allí. Pero dependerá de cuánto quieran que supervise o de que me haga productor ejecutivo también. Va a ser con Netflix Latinoamérica, pero no se puede contar más.

 

– A usted le fue muy bien en esa plataforma con Los favoritos de Midas.

– Tiene mucho que ver con el mexicano Paco Ramos. Produjo mi última película, Las leyes de la termodinámica, que compró precisamente Netflix. A partir de ahí, hemos seguido vinculados. Y ahora él lleva contenidos en Latinoamérica. Está rodando la peli Pedro Páramo, con guion mío.

 

– Ese era el proyecto de su vida, ¿no?

– Me apetecía mucho dirigirlo, sí. Pero tuve que rendirme, no pude levantarla. Creo que pesó mucho el hecho de que yo fuera español. La está dirigiendo Rodrigo Prieto con mi guion. Yo tenía gran obsesión con que no hablaran con acento chilango, el de Ciudad de México, sino con el de Jalisco, que es donde se crio Juan Rulfo. Ese acento es muy hermoso, casi centroamericano.



– Su carrera es muy internacional. En el wéstern Blackthorn, que tuvo unas críticas fabulosas, trabajó con el extraordinario actor Sam Shepard, ya fallecido.

– Fue un dios del teatro. Cuando empezó en la actuación como hobby, pues eso era para él, se le dio bien. Era muy carismático, el tipo más guapo del entorno. Toda América lo idolatraba. El rodaje de Blackthorn fue intensísimo para todos. Estábamos aislados en el altiplano, en el salar de Uyuni [Bolivia] y parajes inhóspitos. Salieron muchas parejas de allí. De hecho, mi esposa es boliviana.

 

– Como director, ¿está orgulloso de Blackthorn?

– Sí. Pero también me gusta mucho la fricada que es Las leyes de la termodinámica. Y Los favoritos de Midas. Y también me gusta mucho Proyecto Lázaro. Debería volver a verla…

 

– ¿Cómo? ¿Ve sus películas las mismas veces que un espectador?

– Después de terminarlas, las veo en un pase en ese momento. Y volví a verla, una sola vez, porque tenía que ir al programa de Cayetana Guillén Cuervo, Días de cine, en TVE. Mi sensación fue buena. Se trata de una película muy personal.

 

– ¿Por qué acabó cansado del rodaje de Proyecto Lázaro?

– No, lo que acabé es deprimido. Es una película extrema sobre la muerte. Con los años vas aprendiendo a gestionar y a lidiar con el tiempo y los medios limitados. Después de Nadie conoce a nadie estuve 10 años sin dirigir. En las tres películas que he hecho me siento satisfecho con todo.

 

– Tanto Proyecto Lázaro como Las leyes… ¿tienen respaldo científico?

– Sí, Las leyes... es un documental, con científicos en el set. El reto para mí era contar las leyes de la física ilustradas por historias de amor chorras. Se hacía una metáfora con cada una de las leyes. La película se vendió como una comedia por miedo a que un documental ahuyentara al público. Y deberían haberla vendido como un documental muy divertido. Encontró su público en Netflix. Público nerd, universitario. Pero en la taquilla fue difícil. Esas tres películas tuvieron poca recaudación. Proyecto Lázaro encontró cierto público en el mundo de la ciencia ficción. Y Blackthorn se salvó porque le fue muy bien en Estados Unidos. 



Eduardo Noriega, protagonista en Blackthorn, ¿es amigo suyo por ser actor o viceversa?

– Por ser actor. Le conocimos en el casting para un corto de Carlos Montero, el creador de la serie Élite, quien era nuestro compañero de clase. Amenábar, Montero y yo compartimos piso muchos años. Los tres hacíamos cortos. En varios de los de Carlos, Alejandro hacía el sonido, la música y el montaje. Y yo me encargaba de la fotografía, lo que me gustaba. En uno de ellos apareció Noriega.

 

– Es el único 'infiltrado' español en sus recientes repartos extranjeros.

– Tiene buen inglés y le iba bien el personaje de Blackthorn. En Las leyes de la termodinámica, en cambio, no me encajaba, se me iba de edad… ¡y de guapo! Porque Vito Sanz es atractivo, pero no atronadoramente guapo. Si seguimos trabajando, volveremos a coincidir. Aprendí mucho de Noriega porque, al empezar a dirigir no tenía ni idea de dirección de actores.

 

– ¿Cuándo volverá a hacer una película?

Francamente, no lo sé. El primer borrador de Pedro Páramo es de 2004 y el rodaje comenzó casi 20 años después. Tengo un proyecto muy bonito en inglés, con fecha de caducidad, que no pudimos levantar, con varios productores. En el cajón siempre hay cosas. Los favoritos de Midas lo rescatamos como serie 20 años después de plantearla como película. No cabía. Y apareció la oportunidad como miniserie.

 

– Para Los favoritos… rescató a Willy Toledo de sus conflictos con el mundo. ¿Le costó?

– No. Él ya llevaba tiempo sin trabajar, cierto. Se comentó que su presencia en la serie afectaría a la promoción. Pero es un buen actor.

 

– Y la otra 'mula' para tirar del carro era Luis Tosar.

– Estoy encantado, son grandes actores. Y Tosar no puede ser mejor gente. Cariñoso, divertido, amable. Y luego… ¡te la clava! Por no hablar de su precisión física, que está fuera de lo normal. Es capaz de dejar un coche a 200 por hora en la marca [risas]. ¿Cómo es posible que le salga todo bien? Qué tío. Ojalá pueda volver a currar con él.

 

– ¿En la elección de los repartos se impone siempre la calidad interpretativa?

– No, en el audiovisual, no. Influyen muchas cosas. Entre ellas, que el espectador no soporta que el protagonista no tenga carisma. Esto tiene que ver con la fotogenia, con la capacidad de arrastre de los actores. Al ver The last of us, todo el mundo habla de esa chica maravillosa, Bella Ramsey. De que la cámara la quiere. Hay otras actrices como ella, pero su carisma te arrolla. Pues si como director tienes a Luis Tosar, con esa conjunción de facultades, ya lo tienes hecho.



– Renegaba usted del terror, pero hizo aquel homenaje a Chicho Ibáñez Serrador: Películas para no dormir.

– Fue una etapa intermedia. Después de la primera peli quedé un poco tocado. Intenté levantar Los favoritos de Midas y se me acabó yendo otro par de años. Me apareció esta oportunidad y me acerqué así a un rodaje más humilde. Era cosa de coger ritmo. Y aprendí también mucho de los errores. Por ejemplo, el montaje fue cosa mía, y no corté lo suficiente, debí meter más hacha. Aunque es un poco vago mi recuerdo de aquel telefilme, gracias a él llegué más preparado a Blackthorn. La experiencia te da armas para no cometer errores que te pueden desgraciar una producción.

 

– ¿Estamos condenados al formato de las series o miniseries?

A la gente le cuesta meterse en el cine. Salvo que sea una secuela de superhéroes, y en ese caso el público se traga tres horas. Es algo muy sorprendente. A mi juicio, la mayor preocupación en esta época de tantas plataformas y abundancia de producciones es hasta qué punto eso está generando un tipo nuevo de espectador que le resta valor a la narración, al arte dramático, audiovisual. El consumo tan rápido y abundante hace que el espectador requiera que el producto no sea demasiado complejo. Sucede lo mismo con el periodismo: ir por la vida conociendo solo titulares es algo extremadamente peligroso. 

 

– ¿Por qué no recogió ninguno de sus cuatro Goyas? ¿Timidez, afán de protagonismo?

– No sé. Cuando estaba seguro de que iba a perder, he ido a poner mirada de perdedor. Pero cuando tenía una mínima perspectiva de conseguirlo, si podía, no acudía. Me ayudaron las circunstancias. Siempre había alguien para recogerlo en mi nombre. Además, cuando recibí el de Ágora y el del corto [Dime que yo], me pilló de rodaje en Bolivia, tenía excusa [risas]. Pero no me veo en ese momento de subir ahí, en prime time… Para nada. Eso sí: solo tengo agradecimiento a lo que me han dado. Cuando vas madurando y ves lo difícil que es este oficio, te das cuenta de que un Goya es algo mágico. Pero estoy más orgulloso de las siete nominaciones. Si hay algo que me da pena, es que Proyecto Lázaro pasara tan inadvertida. Y no lo digo por los Goya, ¿eh? Se perdió en el circuito de la ciencia ficción, cuando en realidad era un drama sobre la muerte. Eso sí me da pena.

Versión imprimir