#MiVidaEnPelículas
David Trueba, talento cultivado en la sesión continua
“El cine debe llegar a la portera del bajo y a la catedrática del quinto”, reflexiona el cineasta. Su último trabajo, 'Saben aquell', acumula 11 nominaciones a los Goya
FRANCISCO PASTOR
David Trueba nació el último de ocho hijos en el humilde barrio madrileño de Tetuán. Era 1969 y algunos de sus hermanos estaban ya en la adolescencia por entonces. Así que desde pequeño vio películas para adultos. Al principio, en el Cinestudio Griffith, que quedaba aproximadamente a una hora andando, al otro lado del río Manzanares. “El gran giro de mi vida llegó al mudarse esa sala cerca de mi casa. Empecé a ir a la salida de clase. En aquella época habría unos 20 cines en cada distrito. Yo me colaba en la sesión continua. Daba igual que llegara con la película ya empezada: me quedaba durante una cinta más, o incluso dos, y cuando volvían a proyectar la ficción con la que me había sentado allí, veía el trocito del principio que me faltaba”, cuenta. Conocía a todo el personal del mencionado cine, desde el taquillero al acomodador. Trueba rescata estas vivencias frente unas 200 personas mientras responde a las preguntas de la periodista Andrea G. Bermejo, redactora jefa de la revista Cinemanía, la publicación que colabora desde hace más de un año en el ciclo Mi vida en películas junto a la Fundación AISGE.
Uno y otra charlan en Ámbito Cultural, en la cuarta planta de El Corte Inglés de la madrileño plaza del Callao. Es este buen lugar para los recuerdos, ya que la sala está flanqueada por la zona de juguetes. Trueba pide a los padres que, como hicieron con él, ahorren a sus hijos las películas infantiles y les expongan directamente al cine adulto. “Eso les provocará mucha más curiosidad", asegura. "No que les pongan Psicosis (1960), pero sí algo que les despierte”. Faltan pocos días para la entrega de los Goya, y el director y guionista suma 11 nominaciones con su Saben aquell. Competirá en las categorías de mejor película y dirección, mientras que David Verdaguer y Carolina Yuste están nominados como protagonistas. “En el rodaje vi que lo hacían tan bien y que iban a brillar tanto que la promoción y los focos se irían con ellos. Por fin me libraría de toda la atención que despiertan los estrenos”, comenta Trueba entre risas.
Aunque algunos le conozcan por sus textos y otros por sus películas, él se considera periodista, cineasta y escritor. Cuando se mueve en alguna de esas tres direcciones, empuja luego las otras dos. Así, durante cerca de 15 largometrajes y siete libros. Con lo que ganó al vender su primer guion se fue a Nueva York para estudiar más cine. “Allí perdí el miedo a ser convencional. Ellos no lo tienen, son puro negocio. Pero los directores buenos se cuelan entre las rendijas de la industria y colocan su mensaje. El cine debe llegar a la portera del bajo y a la catedrática del quinto. Si ruedo una película pero solo la disfruta una de ellas, algo he hecho mal”, anota.
“Ese es el mejor cine del mundo, el que no descarta a ningún espectador. Como Tiburón (1975) y Taxi driver (1976). Una película es realmente buena cuando, después de acabarla, me entran ganas de ponerla otra vez. Vértigo (1958) se disfruta muchísimo viéndola así. A mí me da igual conocer el desenlace de una historia. El miedo al spoiler me parece una tontería”, apunta este polifacético creador. En su vida, y no pocas veces al calor de ese Cinestudio Griffith, fueron colándose Cantando bajo la lluvia (1952), Encadenados (1946) o Grupo salvaje (1969). También Woody Allen, con títulos como Annie Hall (1970) y Manhattan (1979). “El apartamento (1960), de Billy Wilder, me hizo pensar que no se podía rodar mejor. Fue emocionante aquella lección a mis 14 años. Conocí las líneas que no quería cruzar para medrar en esta vida”, rememora.
Él aún estaba estudiando cuando se lanzó a grabar. “Un profesor nos animó a escribir críticas de cine y obras de teatro a cambio de más nota. Aquello me inspiró. Incluso propuse entregarle un cortometraje. Y el accedió. Grabábamos cuentos que escribía yo. Me acostumbré a redactar cosas que pudieran pasar frente a la cámara. Eso aún me acompaña: grabo con poco presupuesto. Diría que guardo la mayor parte para los actores. Siempre procuro que sean buenos, pero no conocidísimos. Me abruma ver los mismos nombres en todos los carteles”, apunta Trueba. Ha rodado películas con 50.000 euros en seis días. Y son esas obras con las que mejor se aprende: “Este gremio puede ser como la Fórmula 1, pero yo prefiero conducir un Seat Panda”.
La admiración por el cine de autor llegó con películas como Belle de jour (Luis Buñuel, 1967). Trueba estaba viéndola con apenas 15 años en la televisión. Hasta que su familia se sentó con él. Por la pantalla aparecieron perversiones sexuales de todo tipo. Su padre se escandalizó y apagó el televisor. Aunque lo cierto es que era tarde para la prohibición: él ya había visto dos veces aquel filme. David Trueba, hijo de un agricultor y una criada, admiraba a sus padres. Y recuerda a su madre rellenando con un lapicero los cuadernos de caligrafía que él dejaba a medias al volver del colegio. Nadie la enseñó a escribir, así que aprendió de mayor, por su cuenta.
“El Madrid de aquel momento era muy gris. Quizá por eso disfrutábamos tanto en el cine”, clama alguien desde el público. Y el cineasta lo confirma: “Las películas nos forman. Igual que los libros y los periódicos. Tocan un tipo de felicidad que nos prepara para los golpes de fuera. Cuando me han llegado malas noticias, busco algún equilibrio para no perderme. El cine siempre ha sido un punto de encuentro. Iban los jóvenes que no tenían dónde besarse y muchos mayores que estaban solos. O los chicos que no encajábamos demasiado con el resto. Cuando dirijo pienso en todos esos espectadores. Quiero conservar ese refugio. ¿Qué mejor cita puedo tener con alguien que ver una película y comentarla? Conocemos mejor a la otra persona que contándole cualquier otra cosa”. Ojalá volviera la añorada sesión continua, coincide Trueba con el público.
Alguna mentira inocente
Trueba gasta bromas bastante elaboradas en los eventos que tratan sobre él. “Sin ellas, presentar un trabajo me resulta aburridísimo. ¿Qué tiene de sorprendente que todos hablen bien del autor del libro?”. A veces le ha pedido a algún actor emergente que se haga pasar por otra persona para animar los encuentros. Cuando Aixa Villagrán aún no era demasiado conocida encarnó a una amiga suya de la infancia. La actriz andaluza empezó a contar que el director, de pequeño, robaba el dinero que reunían los demás niños. Todo era mentira, que solo la madre de Trueba percibió entre risas en la platea. Cuando le confundían con su hermano Fernando, que ganó el Óscar por Belle époque (1992), el divertido David seguía la corriente. Y lo mismo si alguien pensaba que su padre, algo mayor, era en realidad su abuelo. “Quizá por esto hago ficción. Esas cosas me encantan”.