Miguel Ángel Jiménez
“Lo único que odio de mi profesión es que me gusta demasiado”
Agustí Villaronga le descubrió meses antes de ingresar en la RESAD. De aquellos dulces inicios distan 25 años, y ahora su larga senda continúa con series tan populares como ‘Cuéntame’ y ‘Entrevías’. Sin embargo, buena parte de su labor está asociada al teatro, donde le avalan actuaciones para Ernesto Caballero y Miguel del Arco
PEDRO DEL CORRAL
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
No hay trampa en la garganta de Miguel Ángel Jiménez. Es directo en vivo y frente a la cámara. Como si quisiera calmar su necesidad natural de decir lo que siente. A su llegada a Madrid se prometió decirse la verdad siempre. Incluso cuando los reveses del oficio le llevaron a ponerse al frente de una tienda durante varios años. Pero jamás se conformó. Agarró la desazón y la transformó en oportunidades. Lleva un cuarto de siglo cuidando de una carrera que le permite poner su corazón en bandeja. Sus personajes son la tarea de introspección más profunda a la que se enfrenta casi cada día. Los papeles de Álvaro Martínez (Centro Médico), Héctor (Amar es para siempre), Gonzalo (Cuéntame cómo pasó) y Santi Abantos (Entrevías) le han mostrado empoderado y vulnerable a partes iguales ante el gran público.
Debutó en el audiovisual de la mano de Agustí Villaronga, que le fichó para la película El mar (2000). No había comenzado entonces sus estudios en la RESAD. La escuela fue el trampolín a producciones televisivas como Policías, Compañeros, Hospital Central y El auténtico Rodrigo Leal. En paralelo, su camino ha avanzado encima del escenario. En su currículum se mezclan obras junto a grandes directores y numerosos títulos para Microteatro por dinero. Aquí ha sumado a su faceta de actor las de director, guionista y productor. Últimamente, cuando no está grabando, va haciendo también sus pinitos como director de casting y coach. No para quieto. “Amo mi trabajo”, asegura. Se lo repite hasta la saciedad. Quizá por ello sigue en pie.
- Su primera experiencia fue la película de Agustí Villaronga El mar. ¿Se imaginaba así el cine?
- Pasé tres pruebas con Roger Casamajor. El último día, Agustí me miró con curiosidad y me preguntó si había preparado el texto yo solo. Era mi primera oportunidad, previa a formarme en la RESAD. Pasaron seis semanas hasta que me llamó. Y aunque perdí 15 kilos, averigüé cosas valiosas: que quería estar ahí y que no volvería a sufrir de esa manera. Lo he conseguido, ¿eh? Poco después entré en la escuela, con intención de compaginarla con la publicidad.
- ¿Cuál fue su primera hostia de realidad?
- He tenido suerte porque en los primeros años de carrera me llegaron trabajos sin casi enterarme. Durante el primer curso me salió una película en Mallorca. Pedí permiso a los profesores y, al terminarla, entré en la serie El auténtico Rodrigo Leal. Ahí me di de bruces con la realidad. Me vi con 25 años: a esa edad no eres adolescente, pero tampoco encajas en papeles de padre. Atravesé un desierto en el plano audiovisual. Como no trabajaba, me cabreé. Me puse a trabajar en una tienda.
- Ha tenido numerosos papeles episódicos a lo largo de su trayectoria. ¿Cómo le ayudaron?
- No se pagan mal, son un buen suplemento. Y te ayudan a crear material. No obstante, este sector hay que entenderlo como algo más que la ficción. Por ejemplo, yo me metí de lleno en la animación y los eventos. Decidí buscarme la vida para no acabar volviéndome loco.
- En ese momento decidió dejar su empleo en la tienda.
- Sí. Tenía 27 años y no aguantaba. No era feliz. Me daba demasiada tranquilidad tener salario fijo. Me juré que no volvería a currar en cosas que no tuviesen vínculo con la actuación. Eso me obligó a ponerme las pilas. Cuando estás abierto, esta profesión te ofrece trabajo.
- Permaneció en El auténtico Rodrigo Leal durante 87 capítulos. ¿Cómo fue la incorporación a un proyecto que tenía a Iván Sánchez, Norma Ruiz y Octavi Pujades de protagonistas?
- Increíble. Fue una experiencia brutal. Aunque recuerdo que también me cayó algún que otro guantazo que no vi venir. No tenía la sensación de ir a un trabajo. Hasta ese momento pensaba que todo sería así, que luego iba a venir otra serie, otra más… Y no.
- 15 años después contaron con usted para Cuéntame cómo pasó. Qué vértigo, ¿no?
- Yo estaba haciendo un anuncio con Daniel Sánchez Arévalo, que se alegró cuando le conté la noticia. De hecho, recientemente nos encontramos y se acordaba de aquello. Entré en Cuéntame gracias a la directora de casting de La que se avecina, donde previamente hice un papel secundario muy apañado. Como le encantó, me ofreció cuatro capítulos en La 1 de TVE. Estaba cagado. El primer día pensé en limitarme a decir mis frases y no molestar. Sin embargo, el equipo me trató de maravilla al llegar. Creía que, tras tantas temporadas en pantalla, serían unos funcionarios de la vida. Me equivocaba. Yo conocía a uno de los guionistas, Ignacio del Moral, así que le pregunté por la continuidad de mi personaje. Su respuesta fue: “Depende de vosotros”. Llamé a David Arnaiz, con quien hacía dupla en la serie, para decirle que nos lo currásemos como nunca. Y nos quedamos dos temporadas.
- ¿Qué pensó cuando le confirmaron que iba a ser el hijo del mismísimo José Coronado en Entrevías?
- Mis mejores trabajos siempre han llegado de los castings más tontos. En cambio, otros que me he currado al máximo han sido un fiasco. En este caso, mandé un selftape que grabé sin expectativas y, al cabo de dos semanas, me llamó mi representante para decirme que me habían seleccionado. Recuerdo que la noticia me pilló solo en el aeropuerto y casi se lo cuento a la señora que tenía al lado. Estaba eufórico. Durante el primer año, tras cada jornada de grabación, volvía a casa con dolor de cabeza y espalda por la responsabilidad que sentía.
- ¿Y si tenía un mal día?
- ¡Eso es! La presión era grande. Pero no me hago pequeño frente a compañeros ya consagrados. Es un reto. Cuando veo que alguien me da tres vueltas, intento que solo sea una. Creo que esa es una de las mejores cosas que tengo como actor. Mi Santi de Entrevías es el personaje con más entidad y recorrido de toda mi trayectoria. En la tercera y cuarta temporadas su arco argumental es tremendo. De él me gusta su apego a las emociones. Siente lo que le pasa: si está triste, llora; si está contento, ríe.
- ¿La televisión es fiel reflejo de la sociedad española?
- Teniendo en cuenta que es ficción y que el guion se lleva al extremo para que interese al público, una de las virtudes de Entrevías es el fondo humano que tiene. Todos los personajes poseen entidad propia. Tengo la sensación de que la industria no le está dando el lugar que merece. Parece que no puede ser un buen producto solo por el hecho de que pertenezca a una cadena generalista. Sin embargo, el espectador que le da una oportunidad se queda loco.
- ¿Qué es el éxito en este oficio?
- Mantenerse. Soy un tipo ahorrador. Si he tenido acceso a más dinero del habitual, lo he guardado. Eso me da tranquilidad. De lo contrario, acabas haciendo cualquier cosa o decides dejar la profesión. Sabemos que se atraviesan periodos de sequía. Hay que asumirlo. Pero la falta de trabajo no significa que seas peor actor.
- ¿A qué cosas ha renunciado para poder llegar a la casilla actual?
- He perdido tiempo con la familia. Lo único que odio de mi profesión es que me gusta demasiado. Tengo una relación de amor-odio con ella. Soy tan feliz trabajando que tengo que recordarme que existen otras cosas que también me entusiasman.
- ¿Le ha decepcionado esta profesión en alguna ocasión?
- Constantemente. Cada vez que haces una prueba tienes expectativas. Y puedes haber hecho la mejor de tu vida y que no te escojan. La primera norma que aprendes es que la mayor parte de las veces te van a rechazar. Y eso no debe afectar a tu autoestima. Aunque también hay que ser crítico: cuando has hecho una mierda, toca aceptarlo. No se trata de fustigarse, solo de aprender para mejorar.
- ¿La vocación con la que empezó a los 18 años continúa intacta?
- Sí. Y eso no quita que algunos días piense: “¿Y si ahora me pusiera a hacer otra cosa?”. Cuando el arte se convierte en oficio se pierde un punto de magia. Con todo, me sigo ilusionando como un niño pequeño.
- Ha actuado bajo la dirección de Ernesto Caballero y Miguel del Arco. ¿Qué tienen en común?
- Que les encantan los actores. Eso es lo que, en mi opinión, marca la diferencia entre los grandes directores y los demás. Con ellos acabas entregando el doble. Te tiras a la piscina sin miedo.
- ¿Por qué empezó en Microteatro por dinero?
- La primera vez fue por necesidad. Tuve la idea junto a Julián Salguero. Con el insoportable paro de este sector, ¿cómo podemos ser tan pijos? Hicimos de productores, guionistas, directores y actores. Una experiencia genial.
- ¿Es difícil sacar adelante obras de esas características?
- No. Julián y yo nos entendemos bien. No tenemos problemas en dirigirnos. Cuando escribo, tengo su voz incorporada. Y viceversa. Es guay. En cuanto al dinero, se gana como en cualquier sala. Si el mes es bueno, cobras más. Si no, menos.
- ¿Cuál es el ingrediente esencial para que un proyecto para dejar huella?
- Verdad. Ni más ni menos. A la gente le gusta sentirse identificada con las historias.
- ¿Se puede vivir de la actuación en algún lugar fuera de Madrid?
- Se puede si tienes una compañía o estás dispuesto a hacer giras. Porque todo es caro y adelantas el dinero… Jamás lo entenderé. Cuando vivía en Baleares, la mayoría de los compañeros tenían otra profesión. De ahí que muchos nos fuésemos a la capital.
- ¿Qué falta en Mallorca para que haya una industria potente?
- En la isla existe el bulo de que la gente no va al teatro. Eso ha hecho que se deje de intentar. Cuesta bastante hacer giras allí. Es cierto que, gracias al nacimiento de la televisión autonómica, hubo un boom de trabajo. Pero bajó.