De Goya a Veronese
– Borau falleció recientemente. Con él ganó un Goya por su papel de hermano recalcitrante de la Maura en ‘Tata mía’ (1986). ¿Qué recuerda del trabajo con el zaragozano?
– Borau era un sabio. Nos cogimos mucho cariño. Por otro lado, yo estaba muy bien arropado, por Carmen [Maura] y Alfredo [Landa], que fueron los que me recomendaron. Él acababa de regresar de Estados Unidos y andaba un poco perdido. Cuando me vio con el pelo por aquí [se toca el hombro], se debió de preguntar cómo iba yo a hacer el papel de pijo con esmoquin. De nuevo volvemos a la generosidad de los amigos.
– Algo contará su trabajo.
– Quiero creer que sí, pero en este oficio hay que tener un porcentaje de suerte; si no, no habría tantos buenos actores en el paro ni malos actores que no paran de trabajar. Pero nadie ha dicho que este mundo sea justo. Como decía Marsillach: “Si el arte y el público no fueran idiotas, Mozart no se hubiera muerto de hambre”.
– Tiene razón.
– ¡Naturalmente! [guasón, con la voz de Fernán-Gómez]
– ‘El bosque animado’, ‘Amanece que no es poco’, ‘La Regenta’, ‘Ay, Carmela’, ‘El perro del hortelano’... Todos estos títulos le hicieron conocido. Pero ‘Compañeros’ (Antena 3, 1998-2002) lo convirtió en un rostro muy popular. ¿Cómo se lleva con la fama?
– Vayamos por partes, que diría Jack el Destripador, lo de nuestra popularidad en la tele va por picos. Yo había tenido varios antes en Una hija más, con Mercedes Sampietro; en Buscavidas, con Luis Brandoni; y sobre todo en Menudo es mi padre, con El Fary. Ahora soy el becario de Fenómenos. La popularidad va y viene, y lidiar con ella va en el sueldo. A veces, como tengo pinta de serio, utilizo mi cara de palo para evitarla cuando me conviene.
– 24 montajes teatrales, 78 películas, 29 cortometrajes y unos 300 programas televisivos. Si esto no es hiperactividad, que venga Dios y lo vea.
– Externamente no soy inquieto, sino más bien pausado y tranquilo, pero valoro mucho mi tiempo. Duermo muy poco, y cuando no estoy trabajando, aprendo idiomas o toco el piano.
– Sin embargo pasó 20 años (1985-2005) sin hacer apenas teatro. ¿Por qué?
– Porque tenía mucho trabajo en televisión y especialmente en cine. En estos medios puede que haya cosas que no te acaban de convencer, pero las haces. Como decía Antonio Gala: “Puta, pero caríssssima”. Yo he hecho todo el cine español del mundo, y no he hecho más porque no he podido. No sé, son modas, qué sé yo. Ahora bien, en teatro, no puedes hacer algo en lo que no crees. El teatro pide una exclusividad que te impide rodar exteriores y demás.
– Usted es actor con web propia. ¿Desde cuándo es así y qué repercusión tuvo el cambio en su carrera?
– Tengo web porque un amigo me lo sugirió. Le soy franco, no conozco bien qué repercusión ha podido tener en términos de trabajo. De todos modos, pienso que vivimos en un mundo informativamente hipertrófico. Supongo que es mejor tener web que no tenerla, pero es tal la avalancha de información que no sé si sirve de algo.
– Es actor de papeles secundarios o de compartir foco en piezas corales. ¿Alergia al protagonismo?
– No tengo ninguna alergia. Para bien o para mal, me han ofrecido pocos protagonistas. Yo, como decía no sé quién, tengo el ego metido en lejía. Soy optimista por decreto, y a estas alturas pienso en la gran suerte que he tenido, trabajando sin parar en buenos y malos proyectos, con reconocimiento y cariño de los compañeros, premios Goya, etc., y habiendo hecho solo dos o tres protagonistas.
– ¿Es disciplinado y obediente con los directores o defiende sus propias ideas?
– Uno de los principales problemas que tenemos los actores es la relación con el director. Cada uno es de su padre y de su madre, con un sentido del humor propio, con un criterio ético y estético diferente, etc. Creo que esto consiste en ponerse de acuerdo. Si yo tengo una convicción firme, peleo por ella hasta donde creo que puedo pelear, no más allá. Yo toco el violín, y si el director quiere que toque allegro, yo toco así, él manda. El día que yo dirija, lo haré a mi modo, molto vivace. Por otro lado, cuando el director es un cenutrio, yo soy absolutamente disciplinado: me pongo en mi marca, lo hago como él quiere, cobro y me marcho a casa.
– En teatro lo han dirigido, entre otros, Gerardo Malla, Enrique Diosdado, José Luis Gómez, Andrés Lima y Miguel Narros. Tome lo mejor de cada uno y háganos un retrato robot del director ideal.
– Muchos comparten cualidades, como la elegancia de Gerardo Malla, por ejemplo. De Diosdado recuerdo poco, porque fue una sustitución. Por resumir, cada día tengo más dudas y menos certezas; cada día veo más misterios inexplicables en este oficio. Todos estos directores son hombres de teatro, conocedores de los entresijos del actor; han sido cocineros antes que frailes, y eso facilita mucho las cosas. Es como el director de cine que sabe de fotografía: para su operador es una gran ventaja.
– ¿Y Veronese, en ‘Todos están durmiendo’?
– Ha sido una experiencia reveladora. Es un gran conocedor del arte escénico y del alma humana. El proceso de trabajo ha sido a la vez muy sencillo y muy curioso. Hemos trabajado con mucha libertad. El personaje no existe, existes tú, y tú debes escuchar a tu compañero y contestarle. Nos dice [pone acento porteño]: “No trabajen para el público; trabajen para el compañero. Si lo hacen, esto sale”. Y tiene razón. Funciona. Por un motivo: porque es verdad. Trabajamos apenas sin iluminación, sin vestuario, sin decorado... La gente se siente metida en el seno de una familia y en todo lo que ocurre entre ellos. [De nuevo con acento argentino] “No me respeten los pies. No sean antiguos. No se preocupen, que si se ensucia yo lo limpio. Interrúmpanse. La vida es un monólogo, lo que pasa es que siempre hay un imbécil que nos interrumpe”. Me encanta que a estas alturas del partido no quepa ni la menor tentación de pensar que ya lo has visto todo.
– Es decir, que la dirección es casi invisible.
– “Si vos sabés tocar el violín, yo no te voy a poner los deditos”. Tuve la ocasión de conocer a Robert Duvall y también decía que qué demonios era eso de la dirección de actores. El actor conoce su oficio; el director no debería andar poniéndole los dedos en el mástil del violín para que interprete. El director debe saber adónde quiere llegar con el personaje, del camino para llegar hasta ahí ya se encarga el actor, salvo cuestiones técnicas o de matiz.
– ¿Alguna vez se le ha pasado por la cabeza abandonar un proyecto al ver a un director sin rumbo?
– Jamás. Una dirección es una opinión. Si aceptas un contrato, tu obligación es llevarlo a término. Si no estás de acuerdo, no aceptes.