– Por crear, hasta escribe novelas gráficas. ¿Nunca se pasa de creativo cuando actúa?
– Soy muy inquieto en los rodajes y en el teatro. Me gusta estar pendiente de todas las disciplinas: me pregunto por el trabajo de iluminación igual que lo hago con el de vestuario. Y si me afloran los afanes de dirección, los planteo desde el respeto y para el bien del proyecto. Cuando tengo una propuesta, la digo, pero sé cuándo y cómo comentarla, procuro ser elegante.
– Ha impartido clases de interpretación cómica. ¿Qué es lo primero que enseña a sus alumnos?
– Les cuento qué se van a encontrar al llegar a un set de rodaje. La mayoría no sabe qué se cuece ahí: no cuentan con que hay decenas de personas detrás y que eso puede eclipsar el trabajo del actor. También les muestro que la comedia está hecha de silencios y ritmos, que las secuencias se pueden caer y se logran remontar. En definitiva, las cosas que me hubiera gustado saber al empezar en esto.
– Le escogen para personajes muy caricaturizados. ¿Se parece a alguno de ellos?
– Por mucho que quiera alejarlos, hay algo de ellos que se agarra a mí. Desde una comedia hasta un asesino en serie. Los actores nos los llevamos, los entendemos, no los juzgamos, justificamos sus acciones. Desde ahí, cada uno tiene algo de mí. Y estoy orgulloso de que sea así, aunque luego subrayo el aspecto que toque de cada uno. Actuar es encontrar lo que nos une con el personaje y llevarlo al extremo.
– Las dificultades del amor de pareja son una idea reiterada en su obra.
– Uno escribe o interpreta los problemas de su quinta. Y los de la mía son así. Vivimos un tiempo en que las relaciones duran poco. Son muy líquidas. Lo que hacemos con los móviles, cuando nos compramos uno nuevo, es lo que hacemos con las parejas. Mis personajes reflejan lo patéticos que somos en nuestros compromisos. Hasta miramos la hora a la que se conectó la otra persona. ¡Los mensajes de texto que nos mandábamos 10 años atrás nos parecen románticos ahora!
– Por su parte, dirigió a Dolera en el corto que le dedicó al paloselfi.
– Lo grabamos durante la postproducción de Requisitos para ser una persona normal. Me picaba el gusanillo, pero creía que nunca me atrevería a dirigir solo, aunque fuesen cortometrajes. Se me ocurrían ideas, pero no me veía con la capacidad de mover un equipo, así que economicé: lo rodé en una mañana, con un móvil, en plano secuencia. Si me planteara algo más largo, probablemente lo haría con Paco Caballero, que firma conmigo el texto de Soy tu príncipe azul, pero tú eres daltónica.
– Su caso es el típico de esta generación, el de quienes hacen maravillas con poco dinero.
– Soy consciente de que una película con cuatro duros puede dar beneficios, como lo hizo Barcelona nit d’estiu. En Madrid me conocían más por Doble check, del Notodofilmfest, que por todo el trabajo que llevaba en Cataluña. Es la magia de lo viral, y claro que me abrió puertas. El trabajo es suerte, pero también curtirse en cortos y series web. Hay que ir paso a paso. Si estamos todo el día esperando a la película, difícilmente va a sonar el teléfono.
– Vive a caballo entre Madrid y Barcelona. ¿Encarna el paradigma de esa España diversa y respetuosa que vimos en las últimas elecciones municipales?
– Lo que más me llamó la atención al llegar a Madrid por primera vez es que la situación se vive en cada lugar con percepciones dispares. Fuera de Cataluña nos imaginan volcados en la tensión, y en Barcelona divagan sobre si me estarán maltratando en la capital. La verdad es que estoy encantado con las dos ciudades, y creo que las personas que viven viajando de una a otra también lo están.
Cuatro notas más
Un deseo. Trabajar fuera de España y en otro idioma
Un recuerdo. La primera vez que fui al teatro con mi abuelo
Un pensamiento diario. Que nos acompañe la salud
Una causa. Ser consecuente con mis sueños