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08-04-2024


Miriam Díaz-Aroca

“La televisión me dio la oportunidad de jugar. Y jugar se me da muy bien”

 


Dio sus primeros pasos en la radio y se plantó en la televisión como conductora de programas infantiles. El cine le brindó la posibilidad de cultivar su faceta actoral bajo la dirección de Almodóvar o Trueba, y también ha participado en series emblemáticas, como ‘La casa de los líos’ o ‘Amar es para siempre’



ESTELA BANGO

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

Nos encontramos con Miriam Díaz-Aroca (Madrid, 1962) en el Ateneo de Madrid. Este templo guarda el espíritu de todos aquellos que formaron parte de la cultura española. Por eso es un lugar acorde con la infinita curiosidad y las mil reinvenciones de esta actriz y presentadora. Su experiencia le ha llevado a colocarse a ella en el centro e intentar ayudar al resto a encontrar su camino.

 

- Después de estudiar Periodismo, comenzó su carrera profesional en la radio. ¿Qué recuerdos conserva de aquella época?

- Mi primer trabajo fue en Antena 3 Radio. Me acuerdo de que cubría las ruedas de prensa sin tener ni idea de qué hacer. Me encargaba de la unidad móvil, con la que recorría todos los pueblos de Cantabria. Iba con el famoso ITAME, el aparatito que conectábamos al teléfono de pared de cada bareto. Más tarde pasé a Madrid, a la emisora Radio Minuto, de la Cadena SER. Y luego me presenté a unas pruebas para un programa de televisión en el que me eligió Jesús Hermida.


- ¿Cómo llevó el salto de las ondas a la pantalla? 

- La radio ha sido uno de los grandísimos maestros de mi vida. Te da versatilidad, agilidad mental a la hora de resolver. Por entonces nos ocupábamos de todo: locutábamos, hacíamos publicidad, redactábamos noticias, poníamos discos… Ana Blanco fue mi mentora. Si la radio me dio la oportunidad de ser yo misma, la televisión me dio la oportunidad de jugar: como presentadora y como actriz. Pasar a la televisión fue mágico, me fascinó ponerme delante de la cámara. En ningún momento tuve reparo, ya que aquello era para mí un juego… y a mí se me da muy bien jugar.



- Resulta inimaginable la pequeña pantalla de los años noventa sin esos programas infantiles que usted presentaba.

- Era una época hermosa en contenidos para la televisión. A los espacios infantiles se les tenía en cuenta, se les mimaba, algo que ahora no ocurre. Nos ocupábamos mucho de la formación de la infancia en todos los ámbitos: el intelectual, el físico, el emocional y el espiritual. Me considero muy afortunada de haber sido la capitana de aquel barco tan importante que fue Cajón desastre.


- Aunque estuvieran pensados para los niños, esos contenidos los veía la toda familia.

- Dejamos atrás esa narrativa que se dirigía a los niños con vocecitas y conocimos a una compañera de juegos más grandota que avivaba a los chavales y a las chavalas a la diversión, al juego, a la competición… En vez de un busto parlante, era un concepto de presentadora activa, deportista y aventurera. El salto fue grandísimo con aquel magacín, era para todas las edades. Y de Cajón desastre pasé al Un, dos, tres… responda otra vez, el olimpo de los concursos.



- Más adelante explotó su faceta de actriz, pero lo hizo de una manera curiosa: apareció en el cine antes que en la ficción televisiva.

- Estaba trabajando en el Un, dos, tres cuando el universo me regaló la oportunidad de debutar en el cine de la mano de Pedro Almodóvar. Fue con un papel pequeñito en Tacones lejanos.


- ¿Cómo se quedó usted al recibir esa llamada?

- Imaginé que era una broma que me había gastado mi agencia. Mi primer pensamiento fue: “¿Cómo me va a llamar a mí Almodóvar? ¡Si nunca he hecho cine!”.


- Y al poco tiempo de dicho debut llegaría Belle Époque, una película mayúscula. Cuéntenos esa experiencia.

- Fue formidable. Desde el mismo instante en que Fernando [Trueba] creyó en mí gracias a la opinión de su hijo Jonás, que tendría poco más de 10 años en aquel momento. Era mi segundo filme, ahí ya tenía cierto protagonismo. Estuvimos alojados en unas casas de campo fabulosas durante un mes y medio, lo que duró el rodaje. A mí me tocó convivir con los actores veteranos, mientras que el resto de los jóvenes estaban en otra casa. ¡Me perdía todas las fiestas! Pero fue un privilegio codearme con Fernando Fernán Gómez, Emma Cohen, Agustín González, Chus Lampreave Me sentía como en una nube. Si Fernán Gómez llegaba pronto de una grabación y yo estaba en la quinta, me ponía a hacerle unos huevos fritos, íbamos a la piscina, a montar a caballo… Maribel Verdú me decía: “No pienses que el cine es esto. Esto es algo absolutamente único”. Luego vendrían las nominaciones y el sueño de viajar a Hollywood. Fue como descorchar una botella de champán y que no parasen de salir burbujas, como si formara parte de muchos fuegos artificiales y yo fuera uno de los que eclosionan en el cielo.


- ¿Puede ser que una parte del éxito se debiera a lo bien que se llevaban, que esa complicidad acabara trasladándose a la pantalla?

- Sí. Había una atmósfera muy bien avenida. Y aunque las jornadas de rodaje eran demasiado intensas, daba igual. El buen rollo se daba entre todo el staff: dirección, producción, técnicos, maquillaje, peluquería, vestuario, actores… No había etiquetas, remábamos a favor del bienestar del equipo.



- ¿Cómo se encaja lo de iniciar una carrera actoral desde arriba, de la mano de Almodóvar o Trueba?

- En un primer momento, cualquiera podría pensar: “Lo tengo todo hecho”. Pero no es así. Yo entré en catarsis conmigo porque no entendía bien qué pasaba y descubrí un potencial nuevo en mí. Si todas mis oportunidades hubieran llegado seguidas, quizá nunca me habría dado cuenta de ese potencial. Comprendí que soy yo la que genera mi talento, la que puede crear formatos, escribir y producir sin tener que esperar a que alguien me llame. La vida me dio un regalo, pero luego me hizo otro aún más importante: demostrarme que mi luz soy yo, independientemente de que me llamen o no me llamen. 


- Y al descubrir eso, ¿en qué cambió su vida? 

Después de alcanzar el olimpo piensas que te van a llover mil contratos. Y eso no sucede. Así que piensas: “Si estoy haciendo lo que se debe hacer, ¿por qué no ocurren las cosas que todo el mundo espera?”. Poco a poco empiezas a entender que es importantísimo comunicar un mensaje constructivo después de una vivencia destructiva



- Tras esos hitos cinematográficos regresó a la televisión, pero ya como actriz. Intervino en una serie mítica, La casa de los líos.

- Con Lola Herrera, Arturo Fernández, Florinda Chico… Fue una gozada. Los tiempos muertos para mí eran tiempos vivos. Me metía en el camerino de Florinda y me alimentaba el oído y el alma. Yo escuchaba toda su vida y los consejos que me daba continuamente. Solía decir: “La vida son dos días… y uno está nublado”. Era un máster en venaLa casa de los líos no solo me dio el personaje de Manuela, sino todo lo que me llevé de los ratos compartidos.


- A esa serie le seguirían Mis adorables vecinos¡Ala... Dina! y otras muchas. Su trabajo más reciente es Amar es para siempre. ¿Entraña responsabilidad aparecer en la última temporada de una serie diaria con tanto calado?

Estoy hecha para las series diarias. Disfruto de la exigencia del tiempo, de memorizar rápidamente, de actuar en el momento justo. Y la villana Elena Santacruz ha sido un diamante de personaje. Siempre daré las gracias a Álvaro Haro [director de casting] y a Eduardo Casanova [director y productor ejecutivo de Amar es para siempre] por elegirme. No he podido tener más empacho de satisfacción. Mi tía me decía: “No lo entiendo. Tú no eres así”. Y yo le contestaba: “No soy así, pero soy actriz”. Muchas veces la gente no me imagina en papeles de esta guisa, así que ha sido un escaparate para que en la profesión se me vea asumiendo otros registros.

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