Mona Martínez
“No creo que falten personajes, lo que faltan son guionistas y productores valientes”
Desde niña se dedicó a la danza, pero en la actuación encontró su verdadero lugar. Una trayectoria labrada paso a paso le ha permitido brillar en cine, televisión y teatro y le ha servido para reivindicar el papel fundamental de los intérpretes de reparto
ISMAEL MARINERO MEDINA
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
Piense en una serie española que haya destacado en los últimos años. Vis a vis, Antidisturbios, Veneno, Vota Juan, Valeria… Todas tienen algo en común: la presencia de esta actriz malagueña de ojos azules y trayectoria impecable que soñaba con taconear como Manuela Vargas mientras daba sus primeros pasos en el mundo de la danza. Pese a su llegada tardía al panorama interpretativo, lo que ella denomina el “efecto granito a granito” le ha permitido posicionarse ya entre las actrices de reparto más deslumbrantes de su generación.
Su papel de implacable matriarca de un clan de la droga en Adiós, además de una más que merecida nominación a los Goya, le ha servido para consolidarse y empezar una buena racha que parece no tener fin. En ella se alternan con soltura obras de teatro tan conmovedoras como Óscar o la felicidad de existir o Las dos en punto, proyectos televisivos como Deudas (donde hace de antagonista de la mismísima Carmen Maura) y películas como La maniobra de la tortuga o Las niñas de cristal, con sus estrenos previstos ya para el año que viene. “Poco a poco se consiguen las cosas que una sueña”, dice Martínez, quien no ha parado de soñar desde que veía con admiración a las actrices del neorrealismo italiano. Ahora es una de ellas, una Ana Magnani andaluza que tiene como primer mandamiento profesional “la responsabilidad con las voces y vidas silenciadas”.
- Su primera vocación fue la danza...
- Mi madre estaba obsesionada con que yo bailase. Y a mí me encantaba. Ella me apuntaba a todos los bailes regionales habidos y por haber, yo me lo pasaba muy bien y no se me daba mal. Hasta que encontró el anuncio de una chica llamada Lola Tapia que daba clases de baile en Málaga. Con ella di mis primeros pasos en la danza clásica española y flamenca, algo elegante y sofisticado que me apasionó desde el principio. Ella me derivó a Tona Radely, con quien entré en el conservatorio de Málaga. Y allí me especialicé en danza clásica española. Durante 10 años bailé por ahí, hasta que dije: “Quiero hacer doblaje en Madrid”.
- ¿Qué le atraía del doblaje?
- De niña siempre me decían que tenía muy buen oído y me fijaba mucho en cómo hablaban en las películas. El gran detonante fue escuchar al doblador de Gerard Depardieu en Cyrano de Bergerac. Lo que hacía me parecía tan difícil y tan hermoso que lo vi como la primera forma de acercarme a la interpretación. Al final, un amigo me dijo que sería difícil que consiguiera trabajo por cómo era mi voz y acabé desestimándolo. Otro amigo empezó a estudiar para actor, y así supe que esto se estudiaba… ¡Al final todos los caminos conducen a Roma!
- Debutar en la serie Padre coraje, a las órdenes de Benito Zambrano, no es poca cosa… ¿Qué recuerda de aquella primera incursión en el audiovisual?
- Ángel Ruiz, compañero mío en Réplica, hizo una prueba para Padre coraje y me dijo: “Vete a tal sitio a tal hora. Di que vas de mi parte”. Yo no sabía a lo que iba, solo sabía que el director era Benito Zambrano, que un par de años antes había estrenado la película Solas, que me había impactado mucho por varias razones. Llegué allí con mucha ilusión y me preguntaron: “¿Tienes cita?”. No tenía. “¿Tienes currículum?”. Tampoco. “Espérate”. Me echaron unas fotos con una Polaroid y me dijeron: “El director quiere que te quedes”. Ese fue mi primer encuentro con Benito Zambrano, y a partir de ahí surgió una relación que dura hasta la actualidad.
- ¿Qué tuvo de especial aquel proyecto?
- Nos preparamos mucho, teníamos todo tipo de asesores: auténticos yonquis, médicos que trataban a drogodependientes, gente enferma de SIDA… Ese fue mi primer encuentro con alguien que te dejaba asesorarte de esa manera y acercarte tan estrechamente al personaje. En aquella época solías encontrarte muchos yonquis por la calle, y recuerdo caminar por esta zona, cerca del Retiro, simulando que tenía el mono… Los personajes que te hacen conocer otros mundos que están dentro de este son los que te hacen cambiar de opinión en la vida, por eso es tan importante que uno no se cierre. Hay que tener la mente abierta.
- ¿Qué sensación tiene cuando acaba un rodaje o una gira de teatro, cuando debe despedirse del personaje? ¿Hay un punto de tristeza?
- A veces es triste. Yo tengo un altarcito en casa en el que voy poniendo cosas de los rodajes y de las obras de teatro en que trabajo. Algunas las pido, otras las robo. Las meto en cajitas porque me encanta volver a ver esos objetos que me permiten evocar esos momentos tan intensos que he vivido. De algunos personajes me cuesta desprenderme. Por ejemplo, de Óscar o la felicidad de existir, la obra de Eric-Emmanuel Schmitt, me niego a despedirme. La función es un monólogo dividido en 14 cartas, y hay días en los que recito alguna en casa, ya que la comunión con esa experiencia me parece todavía necesaria.
- Los últimos años de su trayectoria han sido un no parar. ¿Por qué cree que le ha llegado ahora la oportunidad de tener tanto trabajo?
- Creo que tiene que ver con la constancia, la suerte, con no desistir y seguir entrenando, pero también con una serie de personas que me conocen desde hace tiempo y que confían en mí. Es el caso de Laura Cepeda, la directora de casting que me llamó para el personaje de Adiós. O de Rodrigo Sorogoyen, con el que trabajé en El reino y me llamó más tarde para Antidisturbios… O Luis San Narciso, que ha seguido apostando por mí hasta que apareció Deudas, en cuya historia vio que yo encajaba a la perfección con un personaje de 70 años. Ellos tienen buena parte de culpa.
- Los focos se centran en los protagonistas, pero los actores y actrices de reparto son imprescindibles. ¿Se valora lo suficiente su labor?
- Creo que el problema es que no tenemos tanta industria como para que la cosa esté más repartida. Y hay ciertas maneras de trabajar que no ayudan: los productores buscan nombres conocidos y acotan mucho el elenco. El físico siempre ha sido un elemento importante. Recuerdo que, cuando empecé a hacer figuración, un señor nos dijo a una amiga y a mí: “Vosotras no vais a hacer mucha carrera en esta profesión”. Yo le pregunté por qué y él me dijo: “Porque guapas, guapas, no sois. Y feas, feas, tampoco”. Eso se ha extendido como una plaga. Las mujeres debían tener un físico determinado, y eso marcó la costumbre de ver cuerpos y rostros hermosos. Hay caras más cotidianas que pueden expresar otros matices de la vida. Una cara avejentada cuenta un montón de cosas que no te cuenta un rostro sin arrugas. Parece que ahora empieza a cambiar esa tendencia, pero siguen existiendo pruebas en las que los directores de casting tienen que hacer bastante hincapié para que los productores y directores acepten ciertos físicos que se salen un poco de la norma.
- Del mismo modo que se encasilla a un intérprete en un género determinado, ¿ser visto únicamente como actor o actriz secundario también puede convertirse en una condena?
- Sí, y es completamente absurdo, porque te preparas igual tanto si tienes una secuencia como si tienes 20. Además, nuestro cine ha estado poblado por secundarios grandiosos, actores imprescindibles en las mejores películas que se han hecho aquí. Berlanga construyó toda su filmografía gracias a ellos. También hay que decir que los actores muchas veces no nos fijamos en el tamaño que tiene el papel, sino en hacer personajes que nos satisfagan porque tienen algo que aportar al mundo. En ese sentido, todavía hay que quitarse muchos prejuicios.
- Hasta hace poco, cuando las mujeres llegaban a cierta edad, sus oportunidades en el cine se reducían drásticamente. ¿Algo está cambiando en los últimos años?
- Empieza a tener cabida otro tipo de personajes. Hay una diversidad creciente. Es curioso cómo hemos llegado a simplificar tanto en el cine, pero esa ha sido la realidad. Me niego a que me digan la frase: “No hay personajes de tu edad”. Siempre existen y, por fortuna, cada vez hay más directoras y mujeres guionistas escribiendo cosas fantásticas con un abanico mucho más amplio. No creo que falten personajes, lo que faltan son guionistas y productores valientes.
- ¿Tiene algo de adictivo este oficio?
- Yo soy una yonqui de las giras de teatro. No hay nada que me haga más feliz que llegar a un teatro tres horas antes de la función y prepararme para vivir esa comunión con un telón que se levanta, las butacas rojas, los palcos dorados, los camerinos antiguos… Todo ese ritual es cien por cien adictivo. Cuando escuchas ese murmullo que se produce en los minutos previos al inicio, ese silencio que se hace al apagarse las luces… Ahí ya estás perdido para siempre.