Tiene tres libros publicados y un cuarto en camino: escribe porque todo le hace un “clic en el estómago y en el corazón”, y aún hoy se pregunta si no debería haber sido escritora antes que artista. Pero aquel sueño infantil de la literatura quedó invernando hasta los 60 años porque la interpretación irrumpió en su vida con otros planes para ella: la mítica ‘Arrebato’, el Almodóvar temprano (aunque no hubiera feeling con el director manchego), el Óscar "impensable" con Garci… De todos esos hitos habla en el videodocumental de #MuchaVidaQueContar que le dedica la Fundación AISGE, desde la visita a España de los Beatles en 1965 a su papel más deseado (por mucho que le arruinara) y aquel pasodoble que bailó en una plaza de Córdoba junto a Núria Espert. “He hecho la carrera que he podido, pero en mi haber tengo ese pasodoble”, resume.
Antes de que el éxito del fugaz dúo cómico Arenas y Cal le cambiara el apellido, Manuel Salamanca sumaba 30 años de escenarios, desde que le subieron por primera vez con dos meses. Hijo de actores ambulantes, del teatro de los caminos donde solo se comía si el público iba, llevó una vida itinerante hasta que un vendaval se lo llevó todo. Lo que vivió de niño, lo retrató luego Fernando Fernán Gómez, que se inspiró en sus padres para El viaje a ninguna parte. Se lo confesó la primera vez que coincidieron en un plató, en TVE, donde además, tras verlo actuar, le profetizó: “Chaval, tú vas a comer de esto”. Augurio cumplido, gracias, entre otras cosas, a su permanencia ininterrumpida durante 23 años en Cuéntame cómo pasó y al Cuponazo de la ONCE, sus dos golpes de suerte, según revela en el minidocumental #MuchaVidaQueContar que le dedica la Fundación AISGE.
Mucho antes de las apoteosis futboleras, la Cibeles fue conquistada por la polifacética y políglota artista bonaerense, que en 1963 decidió celebrar encaramada a la diosa su recién adquirida nacionalidad española. La actriz, cantante, bailarina y acróbata emprendía entonces una carrera prolífica: intervino en cerca de 75 películas, abrió el debate del destape cuando enseñó el pecho con Franco aún vivo, visitó los calabozos por deslizar morcillas políticas y presumió de madre soltera. “Yo siempre he pensado que la gente tiene que hacer lo que quiera”, resume a sus 93 años en el minidocumental que le dedica la Fundación AISGE, un homenaje al que se suman sus compañeros de cartel Raphael, Manolo Cal y Luz Casal, que debutó con ella
Muchos le reconocen hoy por La casa de papel, pero para que el artista barcelonés pueda celebrar estos días su medio siglo de trayectoria artística hizo falta que se cruzaran en su vida tres personas: un defensa sin escrúpulos, un coronel cinéfilo y el dueño del bar más mítico de Cadaqués. El primero acabó con su carrera de futbolista profesional de una patada. El segundo entendió que un actor ya prometedor no podía estar arrumbado en el Ampurdán con un petate. Y Pere, el del Marítim, le espabiló para que abandonara su retiro bohemio y volviera a los escenarios. Fue entonces cuando realmente supo lo que quería hacer: “teatro en vaqueros y camiseta”. Munné se ha pasado toda su carrera buscando respuestas al hecho escénico. Ahora las comparte con sabiduría y serenidad en este documental #MuchaVida Que Contar que le dedica la Fundación AISGE.
En sus años de infancia en Ceuta solo recuerda una cosa: "bailar, bailar y bailar". No había nada más en aquellos crudos años treinta, y tampoco la ciudad disponía de academias donde desarrollar la vocación. Pero la niña y su madre viajaron a Madrid, visitaron a Antonio el Bailarín en camerinos y el ya mítico coreógrafo tiró de olfato para darse cuenta de que aquella chiquilla "con raza" tenía "algo". Algo tan poderoso como para terminar pasando 16 años como pareja de baile, entrando en la Casa Blanca o en la residencia monegasca de Grace Kelly... y ejerciendo como profesora particular de la Duquesa de Alba. Lo que se dice una vida que contar, o más bien un cuento de hadas.
Había llegado este palentino de Carrión de los Condes a la capital persiguiendo el sueño de ser escritor, pero no logró superar la prueba de acceso a Periodismo. Así que Antonio Medina se puso a hacer teatro de cámara y terminó estrenando el primer Brecht que se hizo en España y participando en varios montajes de Ionesco. José Tamayo se cruzó en su vida y le dijo: "Muchacho, tú tienes una voz espléndida, tú vas a trabajar mucho conmigo". Han transcurrido más de seis décadas desde aquello y nuestro protagonista de #MuchaVidaQueContar, espléndido a sus 88 años, sigue subiéndose a las tablas. En ellas conoció a la actriz Sonsoles Benedicto, compañera de vida desde entonces. En ellas ganó mucho dinero y también se arruinó, por estas cosas que tiene esta profesión bendita y endiablada. Y en ellas ha puesto en práctica en centenares de noches el consejo que le confió Cayetano Luca de Tena: “¿Cuándo está bien dicho le verso? Cuando el que está en el patio de butacas lo entiende".
“Carmen lo que tiene es mucha verdad y una enorme vis cómica”. Lo asegura el guionista Joaquín Oristrell en el minidocumental que la Fundación AISGE le dedica a Carmen Balagué, y lo hace con la autoridad que le da el haber pasado más de medio siglo junto a la actriz barcelonesa “trabajando en películas, series de televisión y… en la película de la vida”. Ambos se contagiaron de jóvenes la vocación, lucharon por abrirse camino en una ciudad extraña como Madrid y saborearon las mieles de “esa edad de oro de la comedia” que compartieron con Manuel Gómez Pereira. Se encuentra cómoda sacando la gracia a personajes peleones, “reñidores”, como esa Chunga de ‘Aquí no hay quien viva’ que tuvo que abofetear a Emma Penella el primer día de rodaje. Un trago que no olvida y que recuerda ahora junto a otras muchas anécdotas más en esta nueva entrega de #MuchaVidaQueContar, los minidocumentales de producción propia de la Fundación AISGE.
Con 18 años, recién llegado al oficio, ya comprobó lo complicado que puede ser tratar de andar por la calle si cada tarde sales en el serial de la tele encarnando, pongamos por caso, a Huckleberry Finn. Los hijos de aquellos primeros admiradores de José Carabias aún le llaman Luis Ricardo y son capaces de recitar el “cantidubi dubi dubi, cantidubi dubi da” sin que se les trabe la lengua. Y los nietos reconocen en su versátil e inconfundible voz sus dibujos animados favoritos ("¡Oliver, Benji, los magos del balóooon!"). Recorrer su carrera, plena de personajes imborrables, es una forma de repasar la historia de la televisión en España. Aunque él, que ha hecho de todo, se queda con el teatro; así lo confiesa a lo largo de los 25 minutos de este minidocumental que le dedica la Fundación AISGE.
Esta madrileña de Lavapiés es una figura clave del cine español. Lo certifica el título de “musa de la tercera vía” que los estudiosos le otorgaron por aquellas películas de la Transición que utilizaban el humor para engrasar reflexiones. Su personaje arquetípico –mujer valiente y luchadora dispuesta a acelerar los cambios que se avecinaban– podría ser un calco de ella misma. Aquí repasa su inmensa trayectoria, marcada por el firme atrevimiento de no conformarse nunca y aspirar siempre a hacer “cosas cada vez más importantes”, lo que implicó una batalla perenne contra el encasillamiento al que los directores la condenaban por su envidiable físico. “Esa ha sido mi lucha continua”, suspira. Y su testimonio en esta nueva entrega de los minidocumentales de producción propia #MuchaVidaQueContar deja constancia.
El proyecto vital de la actriz ferrolana se llama Teatro do Noroeste, una compañía que formó en 1987 para potenciar la dramaturgia gallega contemporánea y que, medio centenar de montajes después, aún continúa en activo y con vocación de permanencia. Es una aventura que emprendió en común con el dramaturgo Eduardo Alonso, su compañero de vida: descubrió el teatro con él, un día que apareció por el instituto de Luma buscando vocaciones; juntos se empaparon de vanguardia y reivindicaciones en el Madrid de los setenta y juntos han luchado por profesionalizar y dignificar el teatro gallego.
El actor malagueño acaba de recibir el homenaje de la Fundación AISGE por su longeva carrera profesional, que le convierte en el decano de los artistas en activo gracias a haber seguido a rajatabla el consejo de Fernando Fernán Gómez: “En esta profesión, lo importante no es triunfar, es permanecer”. Lo ha conseguido durante seis décadas y media alternando “éxitos y desengaños al 50 por ciento”. Conoció la penuria (“he pasado mucha hambre”) y la vileza. Pero salió adelante gracias a una inquebrantable fe en sí mismo. Como cuando, a punto de arrojar la toalla, logró su primer gran papel tras perseguir a Alfonso Paso e insistirle: “Hágame la prueba, don Alfonso, que soy un gran actor”. Por cierto: atesora más de 3.000 carteles históricos del cine español, una especie de Museo del Prado de la militancia cinéfila.
Solo alguien que se emociona tanto cada vez que recita a Cunqueiro podía ser tan especial. Manuel ja escrito más de 300 obras, la mayoría de teatro y todas en gallego. Ha participado en cerca de 200 espectáculos como autor, actor o director; o como todo a la vez. Tras las cifras apabullantes se esconde un sabio de aldea que trató de convertir el teatro en una imbatible herramienta cultural: lo usó en las academias para que sus alumnos aprendieran Historia o Literatura, lo llevó a rincones de Galicia donde nadie “había visto tal cosa” y creó grupos que eran también escuela de actores y taller de reflexión y publicaciones. Pero como suele pasar, la televisión sentenció. En su tierra le conocen como Melgacho, por su papel en la serie ‘Mareas vivas’, y en el resto de España como Terito, el contrabandista de ‘Fariña’, un personaje que interpretaba (y nadie lo sabía) todo un premio nacional de literatura dramática.
El rostro de Guillermo Montesinos aparece en varios momentos icónicos del cine español y de todos el actor castellonense tiene una anécdota que contar: que la idea de teñir de rubio platino al taxista de ‘Mujeres al borde…’ surgió muy de madrugada en un ‘after’ o que Pilar Miró le eligió para ‘El crimen de Cuenca' porque el personaje real al que debía encarnar media 1,50m. Aquello le confirmó que para triunfar lo de menos era la estatura. Bastaba con recurrir al talento interpretativo que fue autocultivando desde los ocho años incluso con riesgo de su vida: se le quemó el bazar familiar tratando de imitar la danza del fuego de los apaches. Por hacer el indio, vamos. También trató con Berlanga, que le recordaba la importancia de no ponerse dramático. "Me has hecho a Lorca, y esto es una comedia", le resumió un día.
Agulló se ve en el retrovisor como una niña “polvorilla” que era todo desparpajo. Pasaba las tardes en una peluquería de su calle, en el barrio chino de Alcoi, a donde iban todas las prostitutas. “Mi madre las llamaba las chicuelas. Y a mí me gustaba muchísimo escuchar todo lo que decían. Yo creo que por eso me gustaba actuar”. Debutó con 17 años en La Cazuela, un grupo de Alcoi que conseguiría cierto renombre en el teatro independiente y con el que permaneció dos décadas no del todo felices. Hasta que Pep Cortés la convenció para mudarse a Valencia, "un 8 del 8 del 88", para emprender su etapa profesional. Ha hecho de todo, muchas veces con Cortés, del que fue inseparable hasta que nos dejó. Entre otras cosas, aquel Tierra y libertad en la que Ken Loach, tras completar ella una secuencia, solo pudo gritar: "Perfeeeect!".
Al cumplir los 16, el joven Manuel López Zarza –aquel niño payasete del barrio madrileño de Ventas– y su hermana Pepi se enrolaron en una compañía juvenil, Los Chavalillos de España, con la que recorrieron ojipláticos el país durante tres años. Así fueron los primeros pasos en el periplo profesional de Zarzo, un "obrero del cine" que anota en un cuaderno el diario de todos sus rodajes... y acaba de completar el número 126. Dice encontrar dos explicaciones para su longevidad profesional. Una: “La cámara me ha querido y me ha querido haciendo de malo, de bueno, de hijo de su madre, de torero o de cura. La fotogenia es un misterio”. Y la segunda, las enseñanzas de los mejores: José Bódalo, José María Rodero, Fernando Rey, Adolfo Marsillach, José Luis López Vázquez, Paco Martínez Soria… “No he intentado copiar a ninguno, porque no he sido capaz, pero aprendí cómo hay que hacer las cosas”.
¿Cómo es que nos hemos ido a entrevistar a esta niña de Ferrol actriz con Goya, estrella de la televisión gallega e interprete con compañía propia… en medio de un bancal de cebollas? La vida de Mabel Rivera ha sido un permanente (y emocionante) giro de guion. Trabajó en los astilleros, se la llevó por delante la reconversión naval, inauguró el Centro Dramático Galego, arrasó en la TVG gracias a 'Pratos combinados'... y cuando temía encasillarse en la comedia televisiva apareció Amenábar y le ofreció el inolvidable papel de Manuela, la cuñada de Ramón Sampedro, en 'Mar adentro'. Ahora reclama el valor de las "actrices viejas" mientras pilota junto a su marido, el medioambientalista Enrique Banet, la Fundación Galicia Verde. Cuidar las semillas autóctonas es su nueva gran pasión.
Lo ficharon para las tablas porque ya cuando jugaba al fútbol en la playa de Gijón hacía mucho ‘teatro’. Y a la dirección se vio abocado porque un extraño “mal”, que solo una bruja mexicana supo diagnosticar: enfermaba cuando subía al escenario. Aprendió así un oficio cuya esencia, dice, es “evitar la catástrofe”. Le han tildado de “director maldito” debido a su admitida pasión por el “teatro de callejones meados, borrachos y marginados”, ese que tantas noches ha iluminado las tablas del Alfil, su sala fetiche. Ahora, Cracio (Jesús Pancracio Palacio, según el DNI) vuelve a pisarlas para un nuevo minidocumental de la serie #MuchaVidaQueContar, en el que recurre a la filosofía para precisar, al fin, la morada de la felicidad: "Está en un niño jugando con una pelota de colores en la playa".
Su vocación por las historias –por contarlas, inmortalizarlas y difundirlas– le viene de niña, cuando desde su pequeño pueblo de Mislata comenzó a soñar con el teatro profesional. Y aquellos locos sueños veraniegos de infancia acabaron fructificando, vaya que sí: desde la exquisitez del mejor teatro de autor al descubrimiento de las funciones para todos los públicos con Saza, al que acabaría adorando. Y eso, por no hablar del día en que José Luis Moreno se empeñó en que sustituyera en la tele a la más imparable de nuestras cómicas: ¡Lina Morgan! Empar hoy goza de la popularidad del gran público con la serie 'El pueblo', pero en la intimidad del hogar se emociona cantando con su marido la 'Cançó de pluja'.
Aprendió a ser actor vagando con una compañía universitaria por los pueblos de Andalucía. Supo que aquella profesión recibía un trato mísero entre bastidores y clamó por más dignidad. Ese aliento se atisba en cada paso de su carrera: en las compañías que montó para “hacer buen teatro y llevárselo a la gente”, en el Instituto de Teatro de Sevilla o en “la gran aventura” de su vida: los talleres de máscaras contemporáneas. Inspirándose en la Comedia del Arte, este sevillano ha ayudado a cerca de 400 estudiantes “a encontrar su personaje y trabajarlo”. Por su Instituto del Teatro de Sevilla desfilaron Paco Tous, Paco León, Maite Sandoval, Julián Villagrán, Álex O’Dogherty, Belén López, Cuca Escribano, José Luis García Pérez…“La docencia es lo que me ha dado más estímulos”, anota en el arranque de este nuevo minidocumental de la Fundación AISGE: 25 minutos para descubrir a un genio casi ignoto del imaginario hispalense.
Quiso ser cirujana. Como su padre y el padre de su padre. Pero atrapada en la actuación desde los 9 años no hubo lugar para estudiar una carrera. Así que fue actriz. Como su madre y el padre de su madre, como su tía y sus tres hermanas, los referentes que le hacían preguntarse si podría estar alguna vez a su altura. En 66 años de profesión, María José Goyanes ha reunido argumentos suficientes para disipar aquella duda juvenil (que, por cierto, también tenía su madre). Ahora se asoma a #MuchaVidaQueContar para repasar, elocuente y amena, una trayectoria más que singular, plena de éxitos y, al menos, un par de momentos angustiosos; uno provocado por su corazón y otro, por la carcundia nacional. Por el vídeo también asoman, entre otros, su hijo, Javier Collado, y la prima de este, Cristina Goyanes: la ¡cuarta! generación ya de una dinastía imprescindible.
Este alcoyano bonachón que habla como si tallara cada palabra es uno de los actores más queridos de la Comunidad Valenciana. Llegó al teatro aficionado muy joven, pero la vocación tardó en convertirse en profesión. A punto de cumplir los 40, una oferta para doblar en valenciano le sacó de la sucursal bancaria donde había sepultado sus ilusiones. Fue el primer peldaño de una carrera que le llevó por los teatros y televisiones de Valencia, Barcelona y Madrid en dos décadas vertiginosas. Aquel giro “fue un milagro”: no en vano, en Canal Nou se le conocía como la ‘veu de Déu’ (la voz de Dios). "Mi balance es realmente muy gratificante”, resume esta batallador nat que le ha ganado cuatro combates al cáncer en los últimos 11 años. Uno de ellos amenazaba directamente a sus cuerdas vocales, que afortunadamente se salvaron del embate. Ahora, revela, se encuentra en plena batalla contra el quinto.
Estaba llamado a ser un hombre especial y singular desde la misma partida de nacimiento. Pero hasta los 54 años, la profesión de Idilio Cardoso fue mecánico tornero, por mucho que a ratos, en su tiempo libre, se prodigara por la escena sevillana con la comprometida intención de “decir verdades, despertar a la gente y terminar con la dictadura”. “Hacíamos teatro con la espada levantada”, enfatiza. El giro de guion vital se hizo esperar. Llegó el día en que dejó su empresa por ciertas discrepancias. Entonces, el Centro Andaluz de Teatro (CAT) le reclamó para sus montajes y poco después Canal Sur le dio el papel de su vida, el Séneca. Y así fue cómo el experimentado mecánico tornero se acabó jubilando ya como actor. Conclusión: “una vida de idilio”, según resume ahora ante las cámaras de #MuchaVidaQueContar.
Claudia Gravi (Boma, República Democrática del Congo, 1945) mantiene la misma casa que alquiló poco tiempo después de llegar a Madrid, a los 19 años. Aterrizó en España huyendo del frío y la grisura del clima belga, insoportable para una joven nacida y crecida en el corazón de África. “Y desde el primer día empezaron a pasarme cosas que nunca había soñado”, recuerda. Como que un director le ofreciera por la calle hacer una película. Así comenzó una carrera por teatro, cine y televisión que le demandó una fuerza extra para salvar las trabas de su condición de extranjera, luchar contra una timidez enfermiza o doblegar su acento (aunque algunos directores se lo reclamaban). Llegado el momento se entregó al activismo político y la lucha por la dignidad de la mujer. En los terribles calabozos de la antigua DGS aprendió que “cualquier experiencia sirve luego a un actor”. Hoy es la protagonista de #MuchaVidaQueContar
Hasta el Aljarafe sevillano nos desplazamos al encuentro de un cómico integral, sí, pero también de un pintor –con su estudio y cientos de bártulos– y un anticuario coleccionista que ha tapizado hasta el último metro cuadrado con cuadros, tallas, muebles, cerámica, libros de arte y objetos de toda clase y edad. Miguel Caiceo se supo artista desde que a los seis años, de monaguillo, prestaba más atención a los retablos de Martínez Montañés que al cura. Ha imitado a Lola Flores, Carmen Sevilla o Sara Montiel, fue uña y carne con Los Morancos o José Manuel Parada y ha representado desde teatro clásico hasta revistas con Bibiana Fernández. Pero todos le siguen recordando por doña Paca, esa chacha televisiva de Tele5, en los albores de las privadas, que repetía para alborozo general: "Yo lo único que quiero es morirme". ¿Por qué? ¡Porque se había quedado en blanco!
Sus padres eran gallegos, pero la inmigración hizo que naciera al otro lado del Atlántico. Aterrizó en España con 22 años y la firme intención de volver a Buenos Aires si no lograba asentarse. Se dio un plazo de cinco años. Y una década después de su llegada ya coleccionaba los premios más importantes, incluido el Nacional de Teatro. Hizo el viaje al éxito solo confiando en su trabajo, renunciando a los representantes, una prueba más de su carácter “de rara avis” que le ha permitido siempre decir lo que piensa. Como, por ejemplo, que, aunque mereció la pena, no volvería a ser actriz