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#MuchaVidaQueContar

 

Antonio Medina

 

La voz que ilumina el Siglo de Oro

 

El palentino sigue encadenado a su mayor pasión, los clásicos. Y por encima de todos, Quevedo. Hoy, con 88 años, se sigue metiendo en el jubón del autor que escribió “el soneto más bello sobre el amor más allá de la muerte”. “Dominar el verso es el gran triunfo de un actor”, asegura este doctorado en escenarios de medio mundo, a menudo en compañía de la actriz Sonsoles Benedicto, con la que lleva compartiendo la vida más de seis décadas. Su minidocumental se cierra con un regalo de la pareja de actores, que reviven ese inmenso soneto quevediano que tantas veces interpretaron juntos

ASIA MARTÍN (Realización, vídeo y montaje)

JUAN ANTONIO CARBAJO (Guion y redacción)

La prolija carrera teatral de Antonio Medina (Carrión de los Condes, Plasencia, 1936) surgió inopinadamente en el bar de la facultad de Filosofía y Letras de Madrid. Había llegado a la capital persiguiendo el sueño de ser escritor, pero no logró superar la prueba de acceso a Periodismo. Se puso intenso para hablar del agua, que era la pregunta, y se le olvidó comentar el tema del momento, la rotura de la presa de Ribadelago (Zamora) que se llevó un pueblo por delante. Nunca dijo la verdad en casa. Cambió de carrera y empezó a relacionarse con gente ligada al teatro y escritores como Sánchez Dragó que solían frecuentar la cafetería. Para entonces, Medina ya traía en la mochila el gusto por la literatura del Siglo de Oro. “Me inició mi madre en Lope, en Calderón, en Cervantes, en Quevedo.  Era una maestra cultísima que conoció los finales de la Institución libre de Enseñanza”, explica el actor en el arranque del minidocumental que le dedica la Fundación AISGE. “Mi vida", asegura, "está marcada por los clásicos”.

 

Empezó Medina haciendo teatro de cámara y presume con humildad de haber estrenado el primer Brecht que se hizo en España y de haber participado en varios montajes de Ionesco (“un teatro muy importante”). Hasta que José Tamayo se cruza en su vida. Fue a una prueba (“lo que hoy se llama casting”, explica a las nuevas generaciones) para La Orestiada de Esquilo. “Muchacho, tú tienes una voz espléndida, tú vas a trabajar mucho conmigo. Y en efecto, trabajé mucho con él”, relata en el documental. “Por supuesto, discutimos por el sueldo, unos rifirrafes fortísimos, pero al final iba porque convencía a Dios y a su padre”. Trabajando con Tamayo en Divinas palabras (1961) conoció a la que sería su compañera hasta hoy, Sonsoles Benedicto. “Un mujer extraordinaria y una actriz generosa y muy virtuosa”, describe.

 

 

Medina también se encontró con Shakespeare, Calderón o Lope de Vega en los estudios de TVE del Paseo de la Habana, donde la vida del actor no era fácil. “Los actores teníamos que sujetar los decorados y cambiarlos con muchísimo cuidado para que no hicieran ruido. Salíamos a las cuatro de la mañana de grabar. Pero éramos los seres más felices del mundo”. Y nuevamente aparece un bar en el relato reivindicando su trascendencia laboral.  “Lo llamábamos 'la lonja de contratación'. Pasaban los realizadores y cogían a los actores de un día para otro. Así trabajábamos, dejándonos la vida”.

 

 

“Hice muchísimas cosas, muchísimos programas dramáticos, frívolos, musicales, lo hice todo”. Hasta cantó canciones de Luis Escobar en La vida en un hilo (1972): “Una vulgaridad de muchísimo cuidado, pero muy graciosa”. Y a la hora de quitarse el sombrero tiene dos nombres. Se recuerda en escena fascinado con José Bódalo: “Lo decía con tal intensidad, con tal fuerza, con tal calor, con tal ternura, con una mirada tan profunda, con unas pausas tan representativas del drama y de la sensibilidad que a mí me emocionaba todos los días”. Y con Julia Gutiérrez Caba: “El ser más prodigioso que hay. Un día me la quedé mirando y se me fue el texto”.

 

También llegó a ser empresa. Tres veces. La primera le costó dinero; en la segunda ganó mucho y en la tercera se arruinó. El estrenó coincidió con el 11-M. “Perdí todo lo que había ganado. Pero fue una experiencia muy grata. Te dejas la vida, porque hay que trabajar con una intensidad no habitual y con un amor a los cómicos total”.

 

 

Y también llegó, al fin, a escribir. Fue un montaje, El inmortal Quevedo (1980), que le reportó “grandes alegrías”, admite.  “Es lo que más apasiona de todo mi trabajo. Hicimos una gira muy larga, muy larga”. Para ella contrató por sugerencia de Benedicto a “un chico joven” que por entonces apenas había hecho nada: Juan Echanove, que interviene en el vídeo recordando aquel momento. “Me enseñó ética, responsabilidad y me dio un compromiso de actor con la vida”, dice Echanove, agradecido. Este mes de julio, Medina volvió a interpretar a Quevedo en una adaptación de su obra que se hizo en el marco del Festival Clásicos en Alcalá y de la que fueron testigo las cámaras de #MuchaVidaQueContar.

 

“A mí me parece que el clásico es la escuela máxima que un actor puede tener. El verso tiene una serie de dificultades que, si se vencen, es el gran triunfo de un actor”, dice Medina antes de explicar en un pequeño máster de un minuto cómo se dice el verso. Una lección que remata con la explicación que le oyó al director teatral Cayetano Luca de Tena. “¿Cuándo está bien dicho le verso? Cuando el que está en el patio de butacas lo entiende. Así de sencillo y así de difícil”.

 

 

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