#MuchaVidaQueContar
Carmen Rojas
La bailarina alumbrada por la varita de un genio
La vida de esta pionera del baile encaja en la categoría de cuento de hadas: una jovencita que llega a Madrid con más duende que preparación y que se cruza en el camino de Antonio El Bailarín, “el genio más grande que había en España”. La primera vez, el mito certificó que esa niña tenía “raza”. La segunda, a punto de cumplir 18 años, la contrató para su cuerpo de baile. Y una temporada después, le propuso ser su pareja artística. Fueron 16 años de andanzas conjuntas por teatros, óperas y palacios de medio mundo, y eso que la carrera pudo acabar casi al nacer, cuando Carmen derribó a Antonio en un escenario de Jerez, en la cuna del flamenco. Lo cuenta en #MuchaVidaQueContar, el documental que le dedica a sus 89 años la Fundación AISGE
ASIA MARTÍN (Realización, vídeo y montaje)
JUAN ANTONIO CARBAJO (Guion y texto)
Lo único que recuerda Carmen Rojas (Ceuta, 1935) de su infancia es “baile, baile y baile”. Entreteniendo a las visitas o fascinando a la tripulación del barco de la naviera Aznar donde trabajaba su padre de radiotelegrafista. “Todo lo que hacía me salía de dentro porque en Ceuta no había donde aprender”. La ciudad norteafricana era un lugar muy remoto tanto para los sueños de una niña pizpireta como para la familia de un marino al que solo se le podía visitar en sus escalas en puertos de la Península. La familia decide mudarse a Madrid más por lo segundo que lo primero.
Carmen estudia bachillerato mientras su madre duda si debe alimentar los sueños de la niña y apuntarla a una academia de baile. Necesitaba una segunda opinión. Y el encargado de dársela fue Antonio Ruiz Soler, bailarín, coreógrafo, director artístico y ya un mito en ese momento. Aprovechando una actuación en Madrid, madre e hija se plantan en el camerino. “Mire, yo le traigo a mi niña para que usted me diga nada más si vale o no, porque si usted me dice que no vale, no pierde el tiempo y estudia”, cuenta Carmen en el vídeo. “Llamó a un guitarrista y empecé a mover las manitas y hacer no sé qué, y dice: ‘Bueno, sí, tiene raza’. Y mi madre me metió en una academia”.
No mucho tiempo después, en 1953, Antonio decide montar su compañía de ballet tras separarse de Rosario, su primera pareja artística, y organiza unas audiciones que llegan a oídos de Carmen. A este segundo encuentro con el bailarín le acompañaba su padre, al que no dejó hablar en el momento más trascendente. “Te pongas como te pongas, yo aquí me quedo, me pague lo que me pague. Me da igual, yo tengo que estar aquí. Y Antonio, muerto de la risa. Ahí empecé con él”, relata.
Carmen revive en el vídeo aquella primera gira con la compañía de Antonio “con un repertorio increíble, de clásico español a flamenco o jotas”. Pero se recuerda sobre todo ojiplática cuando llegaban a ciudades como París: “Chicas con pantalones, una vedete travestí… Un mundo complemente nuevo”. Aquella primera temporada en el ballet acaba con una pregunta de Antonio que marcaría el resto de su vida. “¿Tú te atreverías a bailar conmigo flamenco?”. Ella, que era una lanzada, le respondió: “Sí, claro”. Y así, de pronto, Carmen se encontró bailando “con el genio más grande que había en España en ese momento como pareja”.
En una de las primeras actuaciones, el drama. Con el teatro Villamarta de Jerez lleno de entendidos, Carmen da la vuelta hacia el lado equivocado y la bata de cola golpea a Antonio, que estaba en el aire, lo desequilibra y cae al suelo. “Mari Carmen, tú mañana pa Madrid, pensé en ese momento”. Escuchar a la artista recrear lo que pasó a continuación, con un Antonio furioso, es uno de los instantes fascinantes de su relato en el documental. Eso sí, todo acabó bien. Les quedaban 15 años más de relación.
“Improvisaba mucho, había que seguirle y yo le seguía. Él me llevaba, me miraba y ya sabía yo lo que tenía que hacer”, cuenta Carmen. “Todo lo que yo haya podido saber de baile lo he aprendido con él”. Antonio también se encargó de bautizarla pensando que su verdadero apellido iba a ser muy complicado de pronunciar en el extranjero. “¿Cómo van a decir Cárceles? Rojas, que se termina enseguida y se queda”, zanjó el bailarín.
Cuando los caminos profesionales de Antonio y Carmen se separaron, la artista formó una pequeña compañía con la que siguió bailando y viajando por el mundo. El programa Expotur del Ministerio de Información y Turismo la eligió para que mostrara el cante y el baile en las ferias que organizaba en el extranjero. La lista de escenarios ilustres, palacios y celebridades siguió creciendo: las óperas de Milán y Viena, Grace Kelly en Mónaco y los Kennedy en la Casa Blanca… Glamur para la que fuera también profesora de baile de la duquesa de Alba, “que tenía mucho arte”.
A los 50 años, poco después de regresar de una actuación en Milán, decidió que aquella había sido la última. Puso un estudio que cerró a la edad de jubilación y desde entonces disfruta de sus recuerdos: se muestra muy contenta con lo que ha hecho, pero en el balance valora más su comportamiento a nivel humano. “Creo que como persona he quedado bastante bien”, concluye.