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Claudia Gravi
La actriz elegida por el destino
Aterrizó en España huyendo de la grisura del clima belga, insoportable para una joven que creció en el corazón de África. “Y desde el primer día empezaron a pasarme cosas que nunca había soñado”, recuerda; como que un director le ofreciera en plena calle hacer una película. Luchó para doblegar su acento y vencer su timidez enfermiza, y llegado el momento se entregó al activismo político y la lucha por la dignidad de la mujer. Pisó los terribles calabozos de la antigua DGS, pero hoy se sonríe: “Cualquier experiencia sirve luego a un actor”
ASIA MARTÍN (Realización, vídeo, montaje y fotografías)
JUAN ANTONIO CARBAJO (Guion y redacción)
Claudia Gravi (Boma, República Democrática del Congo, 1945) mantiene la misma casa que alquiló poco tiempo después de llegar a Madrid con 19 años. Vive allí rodeada de su infancia africana: muebles, alfombras, un salacot, grilletes de esclavos…, objetos que heredó de sus padres, un médico valón y una enfermera flamenca destinados en el antiguo Congo belga. “Tengo la piel blanca pero el corazón negro, sigo perteneciendo a África”. Con esta confesión rotunda arranca el minidocumental que la serie #Muchavidaquecontar, de la Fundación AISGE, dedica a la actriz Claudia Gravi, que en mayo cumplirá 78 años.
Gravi dejó el Congo abruptamente en 1960 cuando se proclamó la independencia. “Cogimos el último barco rumbo a Bélgica, justo antes de que comenzaran las masacres”. Dejó atrás una infancia “feliz y privilegiada” para encontrarse por primera con una sociedad diferente que no la satisfizo. “El cambio fue frustrante”. Y buscó la manera de huir hacía el sur. Así es como en 1964 aterriza en España con una carrera de intérprete parlamentaria bajo el brazo.
Recién llegada, en pleno centro de la ciudad, un caluroso día de agosto, a Gravi le estaba esperando el destino en forma de director de cine. “Me vio Jorge Grau y me propuso hacer una película. Yo pensé: ‘ya estamos con los latin lover”. Gravi repasa en el minidocumental ese momento y lo que significó para ella acabar aceptando (no sin muchas dudas y tras otros avatares del destino) aquella primera película, Acteón. “Me enamoré del cine, pero no por hacer una película me iba a convertir en actriz, así que empecé a estudiar… y a pasar hambre”.
Gravi relata lo importante que fue en su carrera la figura de Miguel Narros, que era figurinista en Acteón. La animó a seguir, la enroló en el Teatro Estudio de Madrid (TEM) y luego participó en varias de sus producciones, como El castigo sin venganza o Seis personajes en busca de autor. “Gracias a él evité la ‘quema de extranjeras’, fui la única que conseguía trabajar en el cine porque hacía teatro, gracias a Miguel”.
Narros también está detrás, aunque indirectamente, del cambio de nombre de Marie-Claude Perin. “Me llamaba, como muchos, ‘Maricló, destrozaban el nombre”. Y como tampoco acertaban con la pronunciación de Perin, tiró de árbol genealógico hasta encontrar a Lia Gravi, su abuela materna, una mujer de marcados “rasgos latinos” que le prestó un apellido que aparecería de forma recurrente en el cine de los setenta y los ochenta. Pedro Masó la fichó para el equipo de Las Ibéricas FC; Roberto Bodegas para Los nuevos españoles y Vida conyugal sana, Eloy de la Iglesia para Miedo a salir de noche o Alfonso Ungría para Soldados. Con este último hizo tres películas. “Fue una de mis mejores actrices”, afirma el director en otro momento del documental.
“¿Y eso del acento?”, se pregunta Claudia antes de responder, rotunda: “Yo tengo acento, pero a la hora de trabajar… ¡Yo hice un Lope de Vega, coño!”. Y cuenta a continuación cómo Jaime de Armiñán le hizo volver a su acento foráneo para encontrarse con Francisco Rabal en Juncal. “Me costó más recuperarlo que perderlo”. Pero no fue el acento, sino la timidez lo que a Gravi le costó más domesticar. Pero peleó consciente de que “la timidez lleva al miedo, y el miedo a la cobardía”.
Gravi dice que en África, de niña, ya se planteaba interrogantes. Por ejemplo: “¿Por qué si mis compañeros de juego eran negritos no había ninguno en la escuela?”. En los albores de la Transición, convirtió esa inquietud en activismo. Militó “muy seriamente” en el PCE y pasó por los temibles calabozos de la Dirección General de Seguridad (DGS). “Parecía un matadero aquello”, recrea.
“También fui muy activa en la cuestión de las mujeres. Primero en el Movimiento Democrático de Mujeres y luego en la Plataforma de Mujeres Artistas contra la Violencia de Género”. Ahí coincidió con Natalia Menéndez, directora escénica y dramaturga, que le dedica unas palabras en el vídeo: “Gravi es una mujer bella por dentro y por fuera, muy generosa y muy comprometida con la dignidad de la mujer”.
Sangre belga, corazón africano. Claudia ha hecho de España su casa durante casi 60 años. Ahora se declara “una jubilada feliz que disfruta de la vida, de los viajes de verdad y de los amigos”. Y la espera de que el destino la vuelva a sorprender.