#MuchaVidaQueContar
Mabel Rivera
La actriz que dejó de ser invisible
Doce años trabajando en los astilleros Astano de Ferrol, la ciudad donde creció, le dieron a Mabel Rivera la oportunidad de descubrir el teatro y la reivindicación. Cuando la reconversión industrial se tragó aquel gigante con pies de barro, la actriz emprendió su reconversión particular y se hizo profesional de la escena. En Galicia la disfrutaron, pero España se enteró de su existencia al verla dar de comer a Javier Bardem en Mar Adentro. Al recoger el Goya se acordó de los actores invisibles “del país de Nunca Máis”. Rivera ha prestado su voz a muchas causas silenciadas con la misma convicción con la que ahora pide que se escuche lo mucho que aún tienen que aportar “las actrices viejas”
ASIA MARTÍN
Realización, vídeo, montaje y fotografías)
JUAN ANTONIO CARBAJO
Guion y redacción
Mabel Rivera (San Xoán de Filgueira, cerca de Ferrol, 1952) repasa su vida, repleta de inesperados giros de guion, bajo el amparo amable de unos tilos. Tras ella, la antigua escuela de la aldea de Leboso (Forcarei, Pontevedra), que levantaron los gallegos que volvieron de América para que sus hijos no tuvieran que emigrar. Hoy es la sede de la Fundación Galicia Verde. Cuatro hectáreas de sembrados e invernaderos repletos de semillas autóctonas a las que Rivera y su marido, el realizador y medioambientalista Enrique Banet, se dedican en cuerpo (sobre todo en cuerpo) y alma. Allí se ha rodado este capítulo de #MuchaVidaQueContar que la Fundación AISGE dedica a Mabel, actriz enciclopédica y maestra afable.
De cómo acabó una niña de Ferrol, una actriz con Goya, una estrella de la televisión gallega, una interprete con compañía propia… en medio de un bancal de cebollas es una las sorpresas que depara una biografía marcada por las convicciones. Rivera solo pensaba en dedicarse a los idiomas cuando trabajaba en el astillero de Ferrol por las mañanas, estudiaba Filología Inglesa por las tardes (“tardé diez años en sacar la carrera”) y el resto del tiempo hacía teatro. “Éramos puros aficionados, salíamos del astillero, montábamos todo en una furgoneta, nos íbamos a hacer la representación y volvíamos por la noche para reincorporarnos prácticamente del tirón al trabajo”. Una década a ese ritmo que acabó abruptamente en julio de 1984. 8.300 trabajadores del sector público naval estaban sentenciados por la reconversión industrial y Rivera intuyó que sería una de las primeras. Aquel mes pidió la baja.
Una pirueta del destino hizo que tan solo dos meses después naciera el Centro Dramático Galego (CDG). “En la segunda función ya estuve yo, fue mi primer trabajo como profesional. Venía de toda esa experiencia que había sido el teatro aficionado, en el que había aprendido mucho. Me gustaba estar en el escenario”, comenta en el documental. Apasionada de las lenguas, Rivera celebra las primeras veces que gracias al CDG se escucharon en gallego textos eternos de Shakespeare o Molière, "que sonaban diferentes, pero sonaban bien”. Porque el gallego, refrenda, "es una lengua con muchísima riqueza”.
Rivera emprendió luego un camino propio con Teatro do Malbarate, una compañía que creó en 1987 junto a otras dos actrices para no tener que esperar “a que un director, o directora incluso, nos llame para trabajar”. Y a la vez, se ponía en primera fila del emergente movimiento asociativo que surgía para defender los derechos de la profesión.
Pero lo que realmente la hizo ser conocida hasta en la última aldea de Galicia fue su personaje en la comedia de la televisión autonómica Pratos Combinados. Una década de éxito que a Rivera le hizo replantearse su carrera: “Era un gran problema porque no me permitía avanzar en mi trabajo. Como actriz, nadie me veía en un papel dramático”. Y justo cuando había tomado la decisión de salir de aquella abducción televisiva..., el destino le hizo un regalo.
“Me llamaron para hacer un casting y no tardaron ni tres días en confirmarme que a Alejandro [Amenábar] le había gustado mucho la prueba”. Rivera fue Manuela, la cuñada del tetrapléjico Ramón Sampedro que encarnó Javier Bardem para Mar adentro (2004). A la propia Manuela tendría oportunidad de conocerla durante el rodaje. Juntas visitaron la tumba del hombre que abrió el debate sobre la eutanasia en España, y así fue descubriendo su “inteligencia emocional, el amor a su cuñado, su entrega y su desesperación tan grande en el momento del tránsito”…
Mar adentro conquistó los seis Goyas de actores y actrices. Cuando Rivera recogió el suyo, habló de esos intérpretes invisibles “del país de Nunca Máis” que no tienen la oportunidad de que se les vea. “Y si no se nos ve, no existimos”, subraya. Mabel tenía entonces 52 años. “A mí aquello me llegó tarde. No hay tantos papeles de una cierta importancia para mujeres de una determinada edad”. Ahora, casi 20 años después, reclama con firmeza en el vídeo “más trabajo para actrices viejas. Tenemos muchísimas cosas interesantes que aportar a nuestra profesión”.
Rivera cree que en la lista de tareas del actor también está ayudar a difundir las “realidades que hay que conocer” y las “cosas que se deben contar”. Para esa misión, encontró en su marido el socio perfecto. Enrique Banet, que realizó en la TVG el programa Senda Verde hasta que alguien decidió lo contrario, contagió a la actriz la desmesura de su pasión por el medioambiente. Juntos han realizado documentales con espíritu quijotesco, prácticamente a cuatro manos, para, por ejemplo, denunciar las actividades industriales que amenazaban parajes como la ría de Ferrol o la sierra de O Courel. Y juntos pasan las mañanas cuidando de los bancales de la Fundación Galicia Verde. “Y parece que no, pero los escenarios y los bancales tienen mucho que ver”, dice. Y el que quiera saber por qué tiene la respuesta en el vídeo.