#MuchaVidaQueContar
Manuel de Blas, el actor que se quedó en blanco solo una vez (y fue por amor)
Sus galardones le delatan: en su casa exhibe el Premio Nacional de Teatro por sus Brecht, Lorca, Valle-Inclán, Pirandello… junto al Nosferatu que le otorgó el festival de Sitges por sus películas de terror. De Max Estrella a Boris Karloff: un actor versátil y pragmático que hizo de todo menos de indio en Nueva York
ASIA MARTÍN
Realización, vídeo, montaje y fotografías
JUAN ANTONIO CARBAJO
Redacción y guion
Las cámaras de #MuchaVidaQueContar han viajado en esta ocasión hasta los pies de la sierra de Madrid donde Manuel de Blas vive con cuatro gatos, unas gallinas que le avisan con un cacareo de cada puesta, pájaros cantores que lo mismo se arrancan con un disco de la Callas que con la batidora, y unos cuantos peces. Un retiro buscado después “de haber trabajado mucho, de haber hecho más de 200 películas”, pero que no acaba de ser ni pleno ni definitivo. A De Blas le siguen llamando “directores jóvenes” para rodar (tres filmes el pasado año) y le reclaman “para morirse” de series de televisión. También le ofrecen volver al teatro, el lugar donde conquistó públicos y galardones, pero ahí le cuesta más decir sí. En abril cumplirá 82 años.
Al comienzo del documental de la serie #MuchaVidaQueContar, que encabeza estas páginas, De Blas vuelve la vista atrás hasta encontrarse con aquel chaval que llegó a la estación de Atocha procedente de Córdoba con una maleta de cartón atada con una cuerda. “Estudié luego en un colegio siniestro donde me pegaban y del que me escapaba para ir al cine o al teatro”, recuerda. “Era una España triste y sórdida”.
Desvela que fue alumno de Manuel Fraga en la facultad de Ciencias Políticas (“la carrera no sirve para casi nada, pero es absolutamente preciosa”) y de Fernando Fernández de Córdoba, el locutor del parte final de la Guerra Civil, en la Escuela de Cine. “Un horror”, sentencia después de reproducir con pasmo una de aquellas clases.
Se preparó para el teatro (“he hecho todos los cursillos del mundo”), pero mientras esperaba su momento no paraba de sumar su nombre a los créditos de cualquier película que se le cruzara, desde espagueti wéstern a terror (“ahora llamado cine fantástico”) “¡Tengo cada título!”, se ríe mientras repasa el catálogo. “Yo, que tenía formación para hacer Bertolt Brecht, Chéjov, Tennessee Williams…”.
Al final el teatro llegó, vaya si llegó. Y con él, los grandes papeles de su carrera. “Tamayo me dedicó un libro así: Al mejor Max Estrella”, dice disculpándose por la vanidad. “Víctor García, un genio, me enseñó que en el teatro podía ser libre y reivindiqué el derecho a ser creativo, a dar mi versión, y eso me ha creado problemas a veces. Me he peleado con todos los directores de teatro”.
Pero fue en el cine, en un rodaje, donde conoció a la compañera de su vida, la actriz Patty Shepard (Carolina del Sur, 1945). “Me pasó lo que no había pasado nunca. En una escena que tenía que besarla me quedé en blanco”. Estuvieron juntos 46 años, hasta su fallecimiento. Juntos se fueron a probar suerte a Nueva York, pero regresaron. “Patty no les aguantaba y yo no quería hacer de indio. Yo quería hacer Valle Inclán, García Lorca…”, suspira.
De Blas repasa sus experiencias en Italia y Francia y reniega de sus encuentros con el cine norteamericano, aunque le permitieran compartir plató con Marlon Brando (“soy el único actor español que ha trabajo con él”). Habla de su breve etapa como productor y director, y reflexiona sobre el hecho de que en televisión no se valore la pausa. “¿Puede haber algo más maravilloso que una pausa bien colocada, sentida, que transmite lo que te pasa sin abrir la boca?”, reivindica.
Y en la despedida, el actor “que hizo todos los cursillos del mundo” da las gracias a las personas de las que realmente más ha aprendido: a sus compañeros.