#MuchaVidaQueContar
Manuel Zarzo
Un nonagenario a la espera de la guinda: el último gran papel
“La cámara me ha querido”, resume el hombre que lleva 75 de sus 91 años frente a ella y que reseña en un cuaderno todas y cada una de las películas en las que ha intervenido: 126 en cuanto anote la última, La fortaleza. Esas páginas documentan uno de los rostros más reconocibles del cine español: su estilazo a caballo en los wéstern, los días en que se codeó con Marcello Mastroianni o Alberto Sordi y hasta un rodaje canallesco en que se convirtió en alimento de sanguijuelas. Pero se dice aún pendiente de ese gran papel que se le ha negado. Y tiene un plan para ello, desvela aquí
ASIA MARTÍN (Realización, vídeo, montaje y fotografías)
JUAN ANTONIO CARBAJO (Guion y redacción)
Los vecinos de la colonia de los Carteros, en el madrileño barrio de Ventas, fueron los primeros espectadores de Manuel Zarzo (nacido Manuel López Zarza, Madrid, 1932). Su madre disfrazaba a los chiquillos del barrio y les ponía a interpretar historias que se inventaba. También el maestro ayudó, aunque con otra intención: “Un día le dijo a mi padre: meta usted a payaso al niño, que no hay quien le aguante”, cuenta el actor en el videodocumental #MuchaVidaQueContar. No es de extrañar, pues, que al cumplir los 16, el joven Zarzo y su hermana Pepi se enrolaran en una compañía juvenil, Los Chavalillos de España, con la que recorrió ojiplático el país durante tres años. “Un mundo nuevo para un chaval de un barrio obrero”.
Luego descubrió el cine. O el cine le descubrió a él. Los chavalillos habían debutado en Madrid y en una de las funciones el director Antonio del Amo se fijó en él para hacer el “niño del Rastro, medio cojo, que le gusta el fútbol” de Día tras día (1951). Fue su primera película –19 años– y seguía asombrándose: “Aquello fue la maravilla del mundo”. Del Amo le llamó luego para hacer cuatro más. Y Carlos Saura, para su estreno cinematográfico, Los golfos (1960). Zarzo asegura que no tiene películas favoritas, pero conserva los guiones de Los golfos y de Día tras día, y los repasa con cariño para el vídeo.
Las páginas del cuaderno donde Zarzo apunta sus largometrajes empezaron a llenarse de títulos, algunos ciertamente insólitos. Llegó la época de coproducciones, “una suerte para muchos actores y técnicos españoles”. “Empezó otro mundo para mí”, anota. Rodó en Francia, en Italia, en la selva de Camboya… “Ahí lo pasé mal. Me llegué a quitar 17 sanguijuelas de la pierna con un pitillo…”. En Angola se midió con Ettore Scola en una cinta de título interminable: ¿Conseguirán nuestros héroes encontrar a su amigo misteriosamente desaparecido en África? (1968). El héroe era Alberto Sordi y Zarzo, el encargado de ayudarle en su tarea de dar con Nino Manfredi. Luego Scola le llevó a Italia a trabajar con Marcello Mastroianni en El demonio de los celos (1970). El idioma italiano, dice, se habla enseguida. “Del inglés no me preocupé, y eso no me lo perdono”.
Las experiencias de su infancia en la colonia de Ventas fueron muy útiles en los wésterns: “Yo había aprendido a montar en un burro muy simpático que tenía mi tío Simón”. Y con esa base, en los secarrales de Almería logró montar a caballo “mejor que cualquiera”. La flexibilidad y agilidad de Zarzo, que le permitía rodar sin doble las cabalgadas, también le salvaron la vida en un suceso que ha marcado su biografía y que sus huesos aún le recuerdan a diario. El actor, que entonces tenía 28 años y acababa de enterrar a una hija con dos meses, se topó en la calle Carretas de Madrid con un incendio en unos talleres textiles en un cuarto piso. Los empleados saltaban desde las ventanas a unas mantas que trataban de amortiguar el impacto. Zarzo intentó coger instintivamente a una de las trabajadoras, que cayó sobre su hombro. “Me quedé sin aire y noté que me explotaba el cuerpo”, describe. “Estuve casi dos meses escayolado. Me dieron un homenaje maravilloso, toda la profesión estuvo allí”.
Para justificar su longevidad profesional, el actor encuentra varias explicaciones. Una: “La cámara me ha querido y me ha querido haciendo de malo, de bueno, de hijo de su madre, de torero o de cura. La fotogenia es un misterio”. Otra, las enseñanzas de los mejores. Y cita: José Bódalo, José María Rodero, Fernando Rey, Adolfo Marsillach, José Luis López Vázquez, Paco Martínez Soria… “No he intentado copiar a ninguno, porque no he sido capaz, pero aprendí cómo hay que hacer las cosas”.
Ahora Zarzo es el que imparte lecciones en los rodajes. Testigos de ellas han sido Mario y Hugo, dos de sus cinco hijos, los más pequeños, ligados al cine desde la parte técnica como director de fotografía y maquinista, respectivamente. “Estar mirando por el visor de la cámara y ver esa fotogenia, esa presencia y esa fuerza que tiene mi padre es muy emocionante”, explica Mario en el vídeo. “Es bestial verle actuar. Cómo le fluyen las emociones, los gestos, esas cosas tan curiosas que tiene mi padre”, agrega Hugo.
“He sido un obrero de este trabajo y lo he hecho con la mayor dignidad del mundo, aunque el personaje no fuera nada importante”. Pero el balance de Zarzo esconde un punto de amargura sobre el que sincera: “Creo que, en algunos sentidos, la vida no ha sido justa. Me duele que no haya tenido el gran papel, ese que diga: me puedo morir tranquilo. A mí me ha faltado eso, me sigue faltando y no me va a dar tiempo, con 91 años. Aunque hay una posibilidad, tengo el guion desde hace un año. Es un personaje maravilloso, perfecto para disfrutar como actor”. Zarzo se explaya explicando los matices de ese papel soñado con el que pondría “la vela del centro de la tarta”. “Solo falta el dinero, pero sigo jugando al euromillón por si acaso”. A la 127 podría ser la vencida.