#MuchaVidaQueContar
Miguel Caiceo
Un hombre abrazado a tres pasiones y un limonero
Primero quiso ser actor, un gusanillo que arraigó desde los seis años. Llegaría luego lo de convertirse en anticuario, por tener un oficio alternativo. Y mucho más tarde, cuando ya le conocía toda España –a él y su alter ego televisivo, doña Paca, la que solo tenía ganas de morirse–, surgieron las ansias por convertirse en pintor. Con ustedes, un cómico sevillano (¡y del Betis!) amigo de Lola Flores, Los Morancos y hasta la duquesa de Alba
ASIA MARTÍN (Realización, vídeo, montaje y fotografías)
JUAN ANTONIO CARBAJO (Guion y redacción)
Miguel Caiceo llega este marzo de 2023 a los 73 años, un cumpleaños muy especial para él. Es el primero que celebra en compañía después de tres años de aislamiento pandémico y pospandémico. Esos aniversarios los festejó en soledad abrazado al limonero de su casa, en el Aljarafe sevillano, en homenaje a un verso de Cernuda. En justa correspondencia, el árbol no para de dar frutos a su dueño, que desbordado ante tan generosidad, los intenta repartir por las habitaciones en cuencos y vasijas de cierto abolengo. Y eso que no es fácil encontrar huecos en la abigarrada residencia de Caiceo. Porque allí vive un actor, sí, pero también un pintor, con su estudio y cientos de bártulos, y un anticuario coleccionista que ha tapizado hasta el último metro cuadrado con cuadros, tallas, muebles, cerámica, libros de arte y objetos de toda clase y edad, como se puede ver en el video documental que la serie #MuchaVidaQueContar, de la Fundación AISGE, le dedica.
Dos de las tres pasiones, la del teatro y la del arte, deben mucho al niño curioso y feliz que creció en un corral de vecinos lleno de “alegría, sevillanas, radio y coplas”. Un niño que sabe que quiere ser artista cuando con seis años empieza a soñar viendo una obra de capa y espada y que cuando hace de monaguillo está más pendiente “de mirar al retablo que al cura”. “Pero claro, era un retablo de Martinez Montañés”, justifica.
Para “encauzar su vocación” ingresó en la Escuela de Arte Dramático, donde paradójicamente trataron de disuadirle: “Me dijeron que de mil solo llegaba uno, y yo tuve la osadía de replicar: pues ese uno voy a ser yo”. Con la misma seguridad se plantó en Madrid con 20 años porque había leído en una revista que ese fue el camino que emprendió Vicente Parra para triunfar. Y aunque los principios fueron complicados y hasta el hambre acechó, los anhelos se cumplieron de sobra en el escenario, en la radio, en la televisión… y en el Rastro. Había aprendido el oficio de anticuario por si acaso y al final consiguió vivir de su trabajo como actor y de las antigüedades.
En Madrid estuvo 40 años. “Quiero esas calles, allí me hice persona, allí me enamoré, allí triunfé”. Un camino que empezó portando una lanza en el escenario del Teatro Español. Un día sustituye al actor que enferma y ya no paró: del teatro clásico —“me he sentido muy a gusto haciéndolo”— al café teatro y a la revista… Hasta que llega la televisión.
Caiceo recuerda en el video el momento mágico en el que nació doña Paca, el personaje que improvisó de un día para otro para VIP noche, el espacio que Emilio Aragón hacía en los noventa y tenía una audiencia imposible de alcanzar hoy “que hay más cadenas que botellines”, especifica el actor. Con Doña Paca, la limpiadora del programa, Caiceo acuñó una expresión casi generacional solo porque en ese momento, “en directo y ante siete millones de espectadores” se la había olvidado su propio guion. “Dije: ‘Yo no tengo ganas más que de morirme’ y el público empezó a aplaudir”.
“Soy Miguel Caiceo por doña Paca. Ha sido un personaje decisivo”, confiesa el actor consciente de la paradoja que representa. “Estás toda la vida dejándote todo y haces dos cosas en la tele y eres famoso”. Ya se lo dijo Gila: “Eso será como para mí el teléfono, lo llevarás toda la vida”.
Cuando creyó cerrado el ciclo madrileño, el actor regresó a Sevilla. Tenía 60 años y el mismo día que los cumplió nació la tercera pasión. “Dije: Voy a pintar y va a ser hoy”. Y cuenta que se plantó en una tienda sin idea de qué tenía comprar, así que pidió lo mismo que el chico de la melena que tenía delante: “Dos carbones y una goma de chicle. No sabía lo que era eso, pero lo pedí. Mi pintura empezó a andar y ya llevo treinta y tantas exposiciones”.
Caiceo revive en algunos momentos del documental a los personajes que tanto le gusta imitar: La duquesa de Alba, Lola Flores, Carmen Sevilla o Sara Montiel. Y recibe la visita de Manuel Medina, el actor y director andaluz con el que ahora comparte escenario en El baúl de mis recuerdos, un texto que este escribió para demostrar con su propia experiencia que el cuidado de un enfermo de alzhéimer se puede encarar de forma positiva y hasta con humor. En la obra, el padre de Medina lo encarna Caiceo. Nadie más apropiado que él, un actor empeñado toda la vida en hacer reír, “que es muy difícil, porque llorar, llorar te hace una cebolla”.