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Paco Cecilio: entrega incondicional, versatilidad total
A sus 85 años repasa una trayectoria caracterizada por el amor al teatro desde la misma infancia. Funciones en el colegio, aprendizaje en una escuela de aficionados, el debut en el María Guerrero a las órdenes de José Luis Alonso. El arte en primer lugar y la fama en su justa medida. Mejor encarnar a Fernando VII para Mario Camus en ‘Los desastres de la guerra’ que asfixiarse con la popularidad del ‘Un, dos, tres’
Edición y realización: ASIA MARTÍN
Nació Paco Cecilio en marzo de 1937 en la Ronda de Toledo, a pocos pasos del Rastro. Fue en aquellos puestos del centro madrileño donde por muy poco dinero compraba libros de teatro. Cerca de su casa quedaba también el colegio de monjas en el que a los cinco años se incorporó al Belén viviente. Fue ese su debut sobre los escenarios, ¡y comiendo chocolate en tiempos de hambre! Un curso más tarde obtendría la mejor calificación en un examen de lectura poética.
Esa habilidad temprana no le condujo luego a la formación interpretativa. Básicamente porque en el Madrid de entonces apenas había dónde formarse. Y porque había que trabajar desde bien pronto. Sí pasaría por el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. A los 13 comenzó por las mañanas en una compañía de seguros y por las tardes asistía a clase en una escuela para actores aficionados. Se entregó por completo al teatro, tanto en las funciones como en las eternas conversaciones posteriores a la representación. “Hacer teatro en aquella época era un mundo absolutamente desconocido para familias sencillas y humildes como la mía”, evoca con emoción. De ahí que se topara con la severidad de su padre si llegaba tarde a casa por culpa de los ensayos. Incluso su hermano José lo recuerda todavía: "Empezó a darnos la tabarra desde que nació. ¡Las noches que nos hacía pasar cuando se iba al María Guerrero y volvía a las tantas!”.
De aquella etapa rescata los montajes de textos vanguardistas en los que a veces la compañía improvisaba cambios a toda prisa para que el censor se mostrase conforme. Por suerte, el elenco contaba con la complicidad de los porteros, que corrían hasta los camerinos a avisar de su presencia. Así fue hasta 1962, cuando José Luis Alonso le ofreció por fin su estreno profesional. “En aquella época éramos pocos actores y hacíamos muchas cosas”, resume. Tantas como para que Chicho Ibáñez Serrador le viera en una representación de El Decamerón y le fichara como Don Rácano para el programa Un, dos, tres. Pero la popularidad aplastante que le granjeó la televisión a mediados de los setenta no era lo suyo. Temía que la fama dinamitara su vínculo con el arte.
Si encima de las tablas puso a prueba su versatilidad con un amplísimo abanico de registros, no tuvo idéntica fortuna en el cine. A él llegó en tiempos del destape “ingenuo y tontón”. Aunque el audiovisual le deparó también gratas sorpresas. Habla como si fuera ayer de la llamada en la que Sancho Gracia le comentaba el interés de Mario Camus en probarle para la serie Los desastres de la guerra. Y de aquella prueba salió convertido en el temible Fernando VII.