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#MuchaVidaQueContar

 

José Carabias

Encandilando con sus personajes a tres generaciones

 

Con 18 años ya comprobó lo complicado que puede ser tratar de andar por la calle si cada tarde sales en el serial de la tele encarnando, por ejemplo, a Huckleberry Finn. Los hijos de aquellos primeros admiradores de José Carabias aún le llaman Luis Ricardo y son capaces de recitar el “cantidubi dubi dubi, cantidubi dubi da” sin trabarse. Y los nietos reconocen en su versátil e inconfundible voz sus dibujos animados favoritos. Recorrer su carrera, plena de personajes imborrables, es una forma de repasar la historia de la televisión en España. Aunque él, que ha hecho de todo, se queda con el teatro, confiesa en este minidocumental que le dedica la Fundación AISGE

ASIA MARTÍN (Realización, vídeo y montaje)

JUAN ANTONIO CARBAJO (Guion y redacción)

José Carabias (Madrid, 1947) nació para la actuación “de casualidad, de milagro” en las aulas del instituto de bachillerato San Isidro gracias al trabajo apasionado de Antonio Ayora, un actor reconvertido en profesor de Literatura tras ser represaliado por llevar el teatro a los soldados republicanos. Como hiciera en la cárcel, Ayora también creó en el instituto cuadros artísticos con jovenzuelos que respondían a nombres como Manuel Galiana, Emilio Gutiérrez Caba o “Pepito” Carabias. Aquellas aulas se habían convertido, por mor de la pasión de un maestro, en una cantera de actores. Carabias rescata su figura entre emocionado y agradecido al comienzo del minidocumental: “Era una escuela integral de todo el mundo de la interpretación”. Aprendieron “a decir el verso”, a leer el castellano antiguo…  “Y nos enseñó el amor por el teatro”.

 

Cierto día, tras oírle declamar, le diplomó con estas palabras: “Ha nacido un actor”. Luego lo certificó su compañero de aula Manuel Collado. Un día le preguntó de parte de su padre, que estaba montando una obra de Pirandello, si quería hacer teatro profesional. “Y así empecé, al revés que todo el mundo, de protagonista y vestido de marinerito. Tenía 16 años pero como era bajito y menudito daba como niño de 13”. La dictadura del físico, que le dio papeles pero también se los quitó, relata.

 

 

Si Ayora fue su maestro en las tablas, el actor aristócrata Jaime de Mora y Aragón lo fue en las cosas de la vida. Coincidió con él en su segunda obra y quedó hechizado por su personalidad en una gira iniciática, donde de la mano del “conde Jimmy” vio por primera el mar, voló en avión, aprendió a fumar y conoció (de paseo) algún barrio chino. “Lo miraba todo como si estuviera en otro mundo”.  Compartían un número privado. El joven Carabias se ponía un pitillo en la boca y De Mora se lo partía con el látigo que aún conserva. Tras aquello, se dijo: “Yo ya he catado lo que es ser artista y ya no voy a renunciar”. 

 

Encadenó obras de teatro, conoció el doblaje, probó el cine (las plantas de sus pies aún se quejan, casi 50 años después, del papel de mendigo en La busca, donde tenía que andar descalzo por la cochambre) y llegó a la tele, con Las aventuras de Tom Sawyer (1965). “La ponían a las tres y media y la veía media España. Éramos los ídolos de la juventud de ese momento. Fue la primera vez que la televisión me demostró lo que es la popularidad”. Y no había cumplido 20 años.

 

Carabias aparece en muchas páginas de la historia de la televisión. Trabajó en series de Chico Ibáñez Serrador (cuenta cómo le convenció para sacar una serpiente viva de una escena) y en el inolvidable Un, dos, tres…,terribles grabaciones donde sabías lo que tenías decir pero no cuándo entrabas”, recuerda. Su personaje en El monstruo de Sánchezstein le rebautizó. “Hay una generación que me sigue llamando Luis Ricardo. Eso me entusiasma. ¿Cómo es posible que me reconociera la gente tanto con lo caracterizado que estaba?”.

 

 

En los ochenta descubrió su faceta de sofisticado titiritero y la fuerza de la voz. Manejó a Pepe Soplillo, un muñeco creado para su brazo por Jim Henson, el padre de The Muppets; y luego recreó a Hugo, un personaje digital que interactuaba con Carmen Sevilla y que le obligaba a llenarse la cara de sensores para darle expresividad. Reconoce que fue el contrato mejor pagado de su vida profesional, que consiguió una Nochebuena tras decirle a Valerio Lazarov: “esto no se hace así”. Carabias luego ha prestado la voz a decenas de personajes animados que le han hecho muy popular entre los aficionados al anime japonés. “Por ejemplo, Benji Price, el portero de Campeones, ese doblaje me va a perseguir el resto de mi vida”.

 

Ha tenido la habilidad de hacer inolvidables muchos de sus personajes, como el Papa de ¡Ja me maaten! y Cruz y raya.com que le granjeó “el cariño del pueblo gitano” y alguna anécdota que comparte en el vídeo. Pero si tuviera que elegir, se quedaría “con lo más difícil, con lo que probablemente está peor pagado: el teatro”, confiesa poco antes de que Manuel Galiana le llame por teléfono para recordarle el ensayo. 60 años después, los dos alumnos del instituto de San Isidro siguen subiendo juntos al escenario.

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