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09-05-2013

 
Adiós, Fendetestas

Los actores lloran la muerte de Alfredo Landa
 
- Fue el maquinador Castrillo de ‘Atraco a las tres’, el adusto detective Areta de ‘El crack’, el inolvidable Paco el Bajo de ‘Los santos inocentes’ y el Malvís que operaba como Fendetestas en ‘El bosque animado’, todos personajes memorables del cine español  
 

- Como candoroso paisano, tímido urbanita o libidinoso veraneante, dio vida en las pantallas al español medio de los años sesenta y setenta del siglo XX, prestando su nombre al subgénero del landismo
 
 
EDUARDO VALLEJO
Jueves 9 de mayo de 2013. En esta fecha luctuosa ha fallecido en su domicilio madrileño el mítico actor Alfredo Landa, nacido justo 80 años y dos meses atrás en Pamplona (Navarra). Con el socio número 250 de AISGE (había ingresado en la entidad el 28 de noviembre de 1991) se va uno de los más insignes representantes de una estirpe de actores hechos a sí mismos en la difícil España de mediados del siglo XX.
 
   Alfredo Landa, hijo de un comandante de la Guardia Civil, tuvo desde muy joven una fuerte inclinación hacia la profesión de intérprete. En los años en que, muy lentamente, la España de posguerra se abría paso por la incipiente década de 1950, era obligado –si los dineros holgaban como para ello– dar a los hijos unos estudios superiores. Así, el joven Landa pudo estudiar Derecho en San Sebastián, donde pronto se dio cuenta de que su sitio estaba sobre un escenario. Allí mismo comienza su andadura teatral en el TEU (Teatro Estable Universitario).
 
   Tras una larga fase de entrega al trabajo actoral sobre los escenarios, le llegaron los primeros papeles cinematográficos, medio que a la postre sería el que le daría más fama. A las primeras de cambio, tras algún papel de poco fuste, formó parte de aquella inolvidable banda de Atraco a las tres (José María Forqué, 1962). Inspirada en la italiana Rififí, es una de las grandes comedias de la historia de nuestro cine, en buena parte por el trabajo del elenco. En ella, nos acostumbramos a ver a este joven de ojillos inquietos y gesto veloz, que, ya entonces, era el epítome de un buen cabreo. “Un día, en una boda en Barcelona, Luis Aguilé, a quien habían contratado para cantar, me soltó: ‘Eres el actor que mejor se cabrea en el mundo’. Y le dije que tenía razón. Porque es que yo me cabreo muy bien”, confesaba en 2008 en una entrevista al diario El País. 

 
   Él era el último que quedaba con vida de aquel maravilloso reparto de atracadores formado por José Luis López Vázquez, Manuel Alexandre, Gracita Morales, Cassen, Agustín González y el propio Landa. Poco después tuvo un pequeño papel de monaguillo en la clásica comedia negra de Luis García Berlanga ‘El verdugo’ (1963). De ahí en adelante encadena una extensísima sucesión de títulos entre los que destacan La verbena de la paloma (1963) e Historias de la televisión (1965), ambas de José Luis Sáenz de Heredia; Nobleza baturra (Juan de Orduña, 1965); Ninette y un señor de Murcia (Fernando Fernán Gómez, 1965); La ciudad no es para mí (1966) y Vente a Alemania, Pepe, las dos dirigidas por Pedro Lazaga; Las leandras (Eugenio Martín, 1969); Cateto a babor y No desearás al vecino del quinto (Ramón Fernández, 1970); Manolo la nuit (Mariano Ozores, 1973); etc.
 
   El etcétera es larguísimo y abarca dos décadas. A finales de los setenta, la figura de Alfredo Landa se identifica con la del españolito medio de los sesenta. Su amigo José Sacristán se encargaría de darle el relevo y meterse en la piel del joven español de la Transición. Era un momento delicado para cualquier carrera de actor. Ese punto en que todo ese éxito puede diluirse como un azucarillo. Sin embargo, para Landa solo fue el final de una fase y el principio de otra.
 
   Los papeles de calidad empezaron a llover. José Luis Garci contó con él para Las verdes praderas en 1979, un filme a medio camino entre la comedia y el drama, en el que encarnaba a un ejecutivo en medio de una crisis de identidad. Pero quizá el punto de inflexión llegó con un personaje que cautivó a todos cuando ya a Landa se le daba por amortizado. Aquel catetillo inocente, aquel calvete tripudillo que perseguía suecas en Torremolinos, aquel Rodríguez de capital, se transformó en un detective adusto y revirado. Nadie creía que aquel tipo duro, metido en la cincuentena, que apuntaba a los genitales de su enemigo por debajo de la mesa en una cafetería de mala muerte, fuera Alfredo Landa. Pero lo era. En ‘El crack’ (José Luis Garci, 1981), Landa dio otro estirón como actor. De repente, había que contar de nuevo con él.
 
   Unos años después, en 1984, llegó el siguiente aldabonazo. Mario Camus le dio el papel de Paco el Bajo en Los santos inocentes. Y aquellos ojillos vivos del empleado de banca de Atraco a las tres se convirtieron, veinticinco años después, en los ojos tristes de Paco el Bajo, una mirada que solo se alegraba con la llamada de su señorito para ventear la caza como el buen perdiguero. Ese gesto desconsolado pero digno y la inmensa, e intensa, contención de su trabajo le valieron, ex aequo con su amigo Francisco Rabal, el galardón al mejor actor en el Festival de Cannes. Y entonces ya se podía decir bien alto: Landa había vuelto para quedarse.

Descargar'>En 'Luz de domingo', de José Luis Garci

En 'Luz de domingo', de José Luis Garci

 
   Finalmente, en 1987 y a las órdenes de José Luis Cuerda, encarnó a uno de los personajes más recordados de nuestro cine, el Malvís (también conocido como el bandido Fendetestas) de ‘El bosque animado’, adaptación del gran Rafael Azcona de la narración del no menos grande Wenceslao Fernández Flórez. Landa encandiló de nuevo con este tierno salteador de caminos y así se lo reconocieron la Academia de Cine española y la europea, concediéndole el premio al mejor actor.
 
   Estos son grandes hitos de su carrera, cimentados por otros papeles menos populares, pero no por ello de menor importancia. Los buenos aficionados a la televisión tendrán en mente su interpretación de Ceferino, el locutor radiofónico de la serie Tristeza de amor (TVE, 1986), precursora de un nuevo estilo televisivo, mano a mano con Concha Cuetos, o su estupendo Sancho Panza junto a Fernando Rey en El Quijote de Miguel de Cervantes, de Manuel Gutiérrez Aragón.
 
   Durante años se criticó el género del landismo, pero como nos confesaba José Sacristán, su más fiel compañero de correrías, “hay pocos actores de la envergadura y el talento de mi amigo Alfredo Landa. Estoy honradísimo de haber participado junto a él en aquellas películas de suecas y paletillos”.
 
   Hoy miles de españoles habrán conectado sus radios o sus televisores y habrán escuchado, como todos los días, las inclementes noticias de nuestros tiempos. Y, para colmo, habrán soltado una desolada exclamación al enterarse de la pérdida de Alfredo Landa, el hombre que durante tantos años tuvo el acierto, la maestría, de ser el espejo más fiel de todos ellos.
 
 

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