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12-07-2016

Talento natural 
 
 
Inquieta y contestaria, Emma Cohen dejó atrás su pedigrí burgués para consagrarse primero a la creación artística y luego a la convivencia con Fernán Gómez, su compañero en películas y series 
 
 
NURIA DUFOUR
La mañana del 12 de julio nos despertábamos con la noticia de la muerte de la actriz, directora y escritora Emma Cohen, nacida hace 69 años en Barcelona. Había fallecido, según anunciaba su amigo Jesús Cimarro, la noche anterior en su casa de Madrid. Apenas nada se sabía de ella desde que el 18 julio de 2011, coincidiendo con el 75 aniversario de la Guerra Civil, creara para la Cadena SER una versión radiofónica de Las bicicletas son para el verano. Esa obra teatral del genio con quien compartió vida y oficio durante 37 años, Fernando Fernán-Gómez, fue estrenada en el Teatro Español en 1982 y llevada a la pantalla dos años después. Aquel 2011 también impartió en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander un taller de artes teatrales sobre la obra El Aleph (de Jorge Luis Borges). Sin embargo, seguía alimentando su faceta literaria, iniciada en 1983. El último título, Magia amorosa para desesperadas y desesperados, se publicó en 2014.

  A pesar de que Emmanuela Beltrán Rahola vino al mundo en el seno de una familia burguesa, se inició en el cine tras llegar de aquel Mayo del 68 francés, una etapa que en 2010 recogería en el libro La libreta francesa. Mayo del 68. Sus páginas recogían a modo de diario lo que vivió entre el 29 de abril y el 3 de julio de aquel año, momento en el que regresó a su Barcelona natal tras ser detenida por la policía. “Apareció mi madre por allí y me dijo que se moría si no volvía. Como no quería matarla, volví”, contaba.

Actriz, directora, guionista... provocadora como pocas
A los 22 cuando participó en el largometraje musical Tuset Street, dirigido por Jorge Grau y Luis Marquina con guion de Rafael Azcona, cuya estrella era Sara Montiel. Mientras permaneció en las aulas de Derecho, la carrera que abandonó a un año de finalizar, bebió conocimiento de reputadas fuentes: el TEU, la escuela de Adrià Gual… Incluso se asomó al laboratorio de Peter Brook durante su estancia parisina.

    A lo largo de su trayectoria alternó la escritura con los escenarios y la pantalla, donde se colocaba ante los espectadores o fuera de su mirada. En la década de los setenta dirigió cinco cortos, entre ellos el exitoso La Chari se casa, seleccionado para el Festival de Cine de Berlín en 1978 tras obtener el Premio Sant Jordi. Por entonces contribuyó también a la producción coral Cuentos eróticos, en la cual se encargó del relato Tiempos rotos, concebido para plasmar en 10 minutos las sensaciones de goce de una mujer. Durante el estreno de la película en 1980 explicaba lo siguiente: “El erotismo para mí es cuando se enciende el cuerpo. Es entonces cuando una se sumerge en el pozo negro de las sensaciones. El gozo no se puede expresar con palabras porque al sentirlo estallan como burbujas”. Compartía cartel con directores como Jaime Chávarri, Fernando Colomo, Josefina Molina, Alfonso Ungría… Y hacía de actriz en el segmento Hierbabuena, recibiendo órdenes de Juan Tébar.
   
   Calificó parte de su filmografía como “cine alimenticio”. Se refería al que realizó en los setenta, en el que se enmarcan El reprimido, Las obsesiones de Armando, Mayordomo para todo, Caledonio y yo somos así… Su andadura ante las cámaras había comenzado a mediados los sesenta gracias a la Escuela de Barcelona, trabajos que hicieron que la revista Fotogramas le atribuyese el sobrenombre: “Musa del underground”. Y vaya si lo sería. “Yo era una marciana y todos me veían como tal”. Su actuación para Jesús Franco en la terrorífica Al otro lado del espejo le valió la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor actriz en 1973. Luego llegaría el turno de Gonzalo Suárez (El extraño caso del doctor Fausto), Pere Portabella (Cuadecuc, vampir) y Fernán Gómez (Bruja, más que bruja), quien en ese musical inclasificable de 1976 la dirigió junto a Paco Algora. Casualidades del azar, vuelve a las salas precisamente estos días con una copia restaurada, el mejor homenaje para su cuadragésimo aniversario.

Fértil en solitario y en tándem
Había conocido a Fernán Gómez durante el rodaje de Pierna creciente, falda menguante (Javier Aguirre, 1970). Ella interpretaba a Rosario ‘la criollita’, mientras que él daba vida al duque de Daroca. Sus nombres ya nunca se desligarían hasta la muerte del genio en 2007. “He tenido la mejor vida posible”, decía ante los que murmuraban que lo dejó todo por el polifacético artista, “porque intenté que la de él también fuera así. Me sentía bien porque era lo que yo quería hacer”.
 
   
Hasta 1990 encadenó una cinta con otra: Nosotros que fuimos tan felices, Españolas en París, Tigres de papel, Solos en la madrugada, Las petroleras (con Brigitte Bardot y Claudia Cardinale en el elenco), El rey pasmado, El abuelo… Y se aferraba tanto a la escritura como al teatro. Encima de las tablas contaron con su indudable magnetismo desde Núria Espert a Adolfo Marsillach pasando por Ventura Pons o Jorge Eines. De su faceta televisiva, la España de la EGB recuerda vivamente su labor durante año y medio bajo el plumaje de la Gallina Caponata, aquel entrañable personaje de Barrio Sésamo. Pero en la pequeña pantalla fue más lejos. En 1969 debutó en TVE con el papel de Mercedes en la serie El conde de Montecristo, a la que siguieron Las doce caras de Eva, Tres eran tres, Don Juan Tenorio, Gatos en el tejado, Curro Jiménez… Hasta que llegó El pícaro, nuevamente bajo la batuta de su pareja, que la involucró en la escritura de los guiones. Esa misma labor la desarrollaría en cortometrajes y en la serie coral Delirios de amor (1989), para la que escribió y realizó el episodio María de las noches.
 
   En 2008 no dudó en aceptar el que sería su último personaje para una serie, doña Virtudes, que aparecía en Cuéntame cómo pasó. Del séptimo arte se despidió recientemente, tras colaborar en Bombay Goa Express, un filme muy personal de Juan Estelrich cuyo desarrollo se demoró a lo largo de dos años.

Poliédrica también sobre el papel
 Toda la casa era una ventana fue su primera incursión literaria. Publicada en 1983, narraba una historia de iniciación, tema presente en los títulos venideros. La protagonista era una joven que se trasladaba a Madrid tras la muerte de su padre para servir. Cuatro años después publicaría Alba, reina de las avispas. Su fructífera andadura en las letras suma una decena de novelas en tres décadas. Sin contar sus colaboraciones en libros colectivos de cuentos y publicaciones al nivel de Fotogramas, gracias a la cual entrevistó y conoció a Julio Cortázar. “Fue la entrevista más emocionante de cuantas realicé”. Aquel encuentro no terminó sin anécdota: el actor Miguel Rellán la acompañaba como supuesto fotógrafo de la revista para conocer así al escritor argentino.

   Entre sus últimas creaciones figuran la pieza teatral Terraza de café por la noche, (inspirada en el cuadro homónimo de Van Gogh) y la novela Ese vago resplandor (donde recupera con el personaje de Julia al vagabundo del capítulo televisivo María de las noches). Había sido musa en aquellos años de Tuset Street, y continuó siendo fuente de inspiración mientras la vida le dejó hacerlo.

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