Buen viaje, amigo Tony Leblanc
La profesión llora la pérdida del inagotable cómico madrileño, que había nacido en el Museo del Prado y fue botones, boxeador o futbolista antes de convertirse en un personaje adorado por las cámaras
EDUARDO VALLEJO
La tarde del pasado sábado, 24 de noviembre de 2012, después de 90 años de una vida dedicada al oficio de actor, fallecía en su Madrid natal Tony Leblanc, socio 1.808 de AISGE y una de las grandes estrellas del cine español de los años cincuenta y sesenta del siglo xx. Más de nueve décadas después de que Ignacio Fernández Sánchez, nombre que le dieron al nacer, tuviera la ocurrencia de venir al mundo no en una sala de hospital sino en una del Museo del Prado, exactamente noventa años y medio después, su estrella dejó de brillar en el firmamento de los cómicos.
Ayer domingo, su féretro fue instalado en capilla ardiente en el teatro Fernando Fernán-Gómez de Madrid, por donde pasaron decenas de compañeros y personalidades para darle su último adiós y presentar sus condolencias a la familia. Allí estaban Pilar Bardem, presidenta de AISGE; Enrique González Macho, presidente de la Academia de Cine; el ministro de Cultura, José Ignacio Wert; y numerosos artistas y amigos, entre ellos una consternada Concha Velasco, su pareja profesional en decenas de películas que marcaron una época. Y, sobre todo, acudió su público, muchos rostros anónimos, admiradores agradecidos porque en épocas de grisura y penalidades él supo hacerles reír como nadie.
Leblanc contaba en sus memorias (Esta es mi vida, 1999) que nació en mayo de 1922 en un sofá de la sala de cartones de Goya en el Museo del Prado, del cual su padre era conserje y en cuyas dependencias tenía su vivienda la familia. Quizá nadie como su amigo José Luis Dibildos ha explicado la trascendencia de tan insólita circunstancia. Así lo expresaba el guionista y productor aquel día de 1994 en que el cómico recibió el Goya de Honor de la Academia de Cine: “Creo recordar que Tony Leblanc nació en el Museo del Prado. Otro título de gloria más para la mejor pinacoteca del mundo”, lo que remataba describiendo al artista con estas palabras: “un ser vitalista, simpático, pícaro, alegre e incansable, que muchos días rodaba ocho horas, entre plano y plano se aprendía los diáologos, y luego, al terminar el rodaje, se iba corriendo al teatro para hacer dos funciones”.
El propio Leblanc relató aquella noche cómo la tradición familiar lo empujó a empezar su trayectoria laboral como “botones de ascensor” en el museo. Buscó fortuna en muchas otras ocupaciones. Fue aprendiz en una joyería, cantante, bailarín (con campeonato de claqué incluido), boxeador (campeón de Castilla aficionado en la categoría de pesos ligeros), futbolista... Sin embargo, estaba escrito que su sitio eran los escenarios y los platós.
Para cuando llegó su debut en el cine, Leblanc ya había pasado por el teatro aficionado, había sido figurante en compañías de revista, como la de Celia Gámez, y había trabajado en numerosos espectáculos teatrales. Dicho debut se produjo en Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1945), aunque su nombre ya aparecía poco antes en los créditos de Eugenia de Montijo (José López Rubio, 1944).
De ahí en adelante su carrera fue siempre hacia arriba, tanto en teatro como en cine. Se convirtió en el galán cómico por antonomasia, y en los años cincuenta y sesenta su aparición en una película era sinónimo de éxito, así se sucedieron títulos como Historias de la radio (José Luis Sáenz de Heredia, 1955); El tigre de Chamberí (Pedro Luis Ramírez, 1957) junto a José Luis Ozores, otro gran cómico de la época; Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958) y Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959), ambas con Concha Velasco; y un largo etcétera. Los taquillazos también le acompañaban en las tablas, donde se consagró como estrella en revistas como Te espero en el Eslava (1957) o Y ven, y ven... al Eslava (1958) junto a Nati Mistral. Finalmente, no hay que olvidar sus intervenciones como humorista en innumerables galas y programas de televisión, medio en el que estuvo presente desde su nacimiento en España.
Manzanas y estampitas
A lo largo de treinta años en las pantallas, el público se había acostumbrado a su presencia y a sus chispazos de genialidad, como el del hilarante timo de la estampita en Los tramposos o el número de pelar la manzana que improvisó en el programa de José María Íñigo Martes de fiesta. Sin embargo, en 1975 decidió retirarse del cine y en 1983 su carrera sufrió un tremendo revés a raíz de un accidente de tráfico que lo apartó para siempre de los escenarios. Después de once años sin trabajar, en 1994, la Academia de Cine le otorgó un Goya de honor y todo cambió. Poco antes de la entega del premio, un joven director había subido a recoger el suyo por el mejor cortometraje de ficción de la temporada, Perturbado. El joven, un tal Santiago Segura, dedicó el galardón a dos de sus héroes: Tony Leblanc y Berlanga. Una dedicatoria con sabor a vaticinio.
Segura reservaba a su héroe una gran sorpresa: los dos juntos, interpretando a un padre incapacitado y al hijo más disfuncional que se pueda imaginar, irrumpirían en 1998 en el panorama cinematográfico nacional con Torrente, el brazo tonto de la ley, la primera entrega de la saga más taquillera de la historia de nuestro cine. Al año siguiente, en la gala de los Goya, Leblanc, en un mar de lágrimas y apoyado en un bastón, recorrió lentamente el trayecto desde su butaca al estrado para recoger el premio al mejor actor de reparto. Tras la estruendosa ovación, el actor tuvo muchas palabras de agradecimiento y gastó una broma que resultó premonitoria: “Este Goya me preocupa... Ya me imagino lo que me viene encima: guionistas, directores, productores... Por favor, guarden orden porque con todos no voy a poder trabajar”.
Pues bien, Leblanc no solo siguió rodando con Santiago Segura los sucesivos episodios de Torrente, sino que a sus casi ochenta años entró a formar parte de Cuéntame, la serie de televisión más exitosa de los últimos tiempos. Su papel de quiosquero del barrio le granjeó la simpatía de la audiencia, encantada de volver a verlo en la pantalla lidiando con Carlitos Alcántara, Josete y compañía. Uno de los directores de la serie desde sus primeros pasos, Agustín Crespi, enterado del fallecimiento de Tony Leblanc por nuestra redacción, nos resumía así el valor añadido que el actor aportó a Cuéntame: “Tenía, por su personaje, una relación muy estrecha con los niños de la serie, que entonces rondaban los ocho o diez años. Jugaba mucho con ellos con un espíritu muy infantil y ellos lo adoraban. Por otro lado, se le veía extraordinariamente feliz de volver a rodar y, a pesar de su delicada salud, se esforzaba al máximo por mantenerse entero para el trabajo”.
Feliz con su vuelta a los platós, Leblanc siguió trabajando en la serie hasta 2010 y remató su larguísima faena de décadas en la profesión con una aparición estelar en Torrente 4 (2011). En una entrega anterior de la saga, charlando con Gabino Diego sobre los avatares del oficio, Leblanc le había dicho: “Ni se te ocurra hacer drama; yo lo hice una vez y el público se encabronó conmigo”. Y, efectivamente, el cómico siempre dio al público lo que quiso.