NACHO FRESNEDA
“Cuando acabo la función,
empieza el mundo”
Era un hombre “normal”, de familia “normal”, un amante del ‘heavy’ que no pisó un teatro hasta los 17. Pero aquel primer día algo hizo clic en su cerebro. ‘Amar en tiempos revueltos’ y ‘El Ministerio del Tiempo’ le confirman hoy como uno de los artistas más en forma de su generación
INMACULADA RUIZ
Una no sabe si aparecerá con melena o sin bigote, si va a encontrarse con un macarra o con un caballero. O con el Capitán Alatriste, aunque él nunca haya hecho de Alatriste. En realidad, una espera encontrar a un personaje, porque de Nacho Fresneda (Valencia, 1971) apenas dice nada Google. Sus mil caras, en cambio, lo inundan todo. Pero él aparece sin afeites, en vaqueros y camiseta, fuma liados y pide café con hielo. Tras unas horas con este actor cualquiera diría que es un tipo normal, si es que eso existe. Sentarse con él en la terracita del Carbones 13, su local en plena zona de Huertas, es como estar en Barrio Sésamo: uno que pasa le saluda, otra le comenta, otro le da una palmada… Es todo familiaridad. Parece el zapatero del barrio, el de toda la vida.
– Mire que he buscado, pero apenas sé nada de usted.
– Y no es casualidad. Lo que quiero que se vea de mí son mis personajes, no participo en las redes ni me gusta. No tengo Instagram, ni Facebook ni Twitter, no tengo interés en compartir nada con nadie. Tanto compartir... ¡Al final es todo mentira, es una competición! La tecnología no me interesa, voy siempre con mi libretita y mi boli Bic. Escribo a mano los guiones, con buena letra, los subrayo... y así los memorizo.
– Entonces igual no sabe que tiene un club de fans en Twitter y Facebook.
– ¡Sí, claro, las fresnediers! ¡Supermonas! Me siguen vaya donde vaya y me quieren muchísimo.
– ¿A qué atribuye su éxito con las mujeres?
– ¡Ah, no, yo no he dicho eso! Ellas son fans del personaje, no de mí.
– No lo parece.
– [Risas]. Pues no sé si fue una escisión de ellas, pero hubo un perfil de Twitter que era ‘El bigote de Alonso’. Luego me hicieron otro con una serie que hice en Colombia: La Reina del Sur. Eso me parece fantástico. Por un lado pienso: “Hostia, qué pérdida de tiempo”. Por otro, creo que cada uno gasta el tiempo en lo que quiere. Yo eso lo respeto mucho. ¡Y esas niñas, por favor...! Las amo, las adoro. Hace poco me dieron un premio en Manises [Valencia] y allí estaban las muchachas. Y si estreno, allí están, siempre apoyándome.
– Y usted, ¿se ha enamorado alguna vez de un personaje?
– Sí, sí. Mira, con 21 años hice de padre en Bodas de sangre. Con esa edad descubres un texto como ese de “con un chuchillo, con un cuchillito que apenas cabe en la mano pero que penetra frío por las carnes asombradas”, y claro, cómo no enamorarse de ese personaje. O de Lady Macbeth.
– Veo que no se enamora de cualquiera.
– Es que son textos que... No tiene que ser una mujer, puede ser un hombre. O esa luna de Bodas de sangre: “Cisne redondo en el río, ojo de las catedrales...”.
– Menuda voz, cómo la maneja al recitar...
– Eso es por fumar.
– Pero ha hecho mucho doblaje. ¿No se cuida la voz?
– Tengo un aparato fonador que funciona, me meto en un teatro y se me escucha. ¿Cuidarme la voz? Sí, por ejemplo, le pongo dos boquillas en vez de una [le da una calada a un pitillo liado]. Me cuido en general, hago deporte, como bien... Pero eso es cuidarse a nivel usuario. Tengo la suerte de que mi voz es muy potente y nunca me quedo afónico. He trabajado con Concha Doñaque, una grande, y cuando trabajas con gente buena y haces caso...
– He leído que su familia es de campo. ¿Cómo se metió en esto?
– Sí, son de La Mancha. Y lo de ser actor fue por casualidad. Me enteré de unas pruebas en la Fundación Shakespeare de Valencia, una escuela que llevaba Manuel Ángel Conejero, un tipo que fue muy importante para mí. Me enseñó muchísimo, todo lo que sé.
– ¿Qué le enseñó?
– Básicamente hacíamos teatro de texto. Éramos unos chavales de 18 años, al principio era para universitarios. Después lo abrió a gente como yo, que andaba por ahí perdido. Así que de repente me encontré a una gente que se encerraba seis meses para ensayar y ponía profesores de verso, de lucha escénica... Y estabas meses allí metido con peña, y luego lo hacías en un escenario, y a mí aquello me pareció... La primera vez que fui a un teatro tenía 17 años, no sabía que esta profesión existía, que te podías ganar la vida así. Y fue un descubrimiento. De hecho, no destacaba mucho actuando, pero me dije: “Esto a mí me encanta, necesito agarrarme a ello como a un clavo ardiendo”.
– ¿Se agarró para no caerse?
– Supongo. Ten en cuenta que eran finales de los ochenta, Valencia... Yo qué sé, era un adolescente, salía mucho. Y sí, me agarré para escapar. Para escapar de la Ruta del Bakalao, de la noche valenciana, de tantas cosas. La actuación me sirvió para tener un objetivo, una pasión. A esa edad estás deseando encontrar algo que te motive, y hay tanta desazón si no lo encuentras... Y cuando de repente algo se te da medio bien, y encima te llena, eres feliz. Después de aquella época empezaron las series modernas de la tele con Los ladrones van a la oficina. Pero por entonces no había una salida profesional clara, y eso lo hacía más bonito. Es chulo eso de tener que lograr algo en contra de algo, ¿verdad?
– La rebeldía puede ser un buen motor.
– ¡Claro! Imagina encontrar de repente a esa edad algo que te gusta y que en tu casa no cae bien. ¡Es fantástico! Y entonces piensas: “Pues vamos a tirar por aquí”. Yo era muy feliz. Nunca había sido tan feliz.
– ¿En su casa no veían bien que fuera actor?
– No, pero por miedo y por desconocimiento. Mi madre estaba en otra órbita, cómo iba a pensar ella... En la actualidad está muy orgullosa, claro, pero no lo entiende. Me ve de repente con Aitana Sánchez-Gijón y me dice: “¡Ay, tú dónde andas, hijo mío! ¡A ver si se van a dar cuenta de que es un fraude, tú no digas nada!”.
– ¿Tiene sensación de impostura en su trabajo?
– No. Esa es la sensación que puede tener mi familia al pensar: “¡Mira el petardo este!”. Pero yo no. Con 21 años estaba haciendo una función con doña Queta Claver y con don Antonio Iranzo. Lo vas incorporando como algo normal, te lo vas creyendo.
– ¿La técnica mata el genio?
– No siempre. Me gustan esos arranques de genio y de arte donde la técnica se te va un poquito al carajo. Sustituí a Ernesto Alterio en una obra y el segundo día sabíamos que iba a haber mogollón de actores sentados en el público. Empiezo a hablar, y en vez de decir “Me van a permitir”, suelto: “Me van a me… me… me…”. Me encontraré a la salida del teatro a Tristán Ulloa y me dijo: “Cuando he visto que te equivocabas en la primera frase he pensado: buah, este va a hacer una función que te cagas”. ¿Entiendes lo que quiero decir? El error, muchas veces, te coloca.
– ¿Ser actor es jugar con la verdad o con la mentira?
– Es jugar a que nos creemos algo. Y a partir de ahí, actuar con toda la verdad del mundo, pero a sabiendas de que es mentira. Porque tiene que haber siempre un control. Yo no soy de hacer de indigente y para ello tirarme seis meses sin ducharme... y el de al lado que se fastidie. No. Daniel Day-Lewis será seguramente de la opinión de que no hay que ducharse. Respeto esa escuela, pero yo me he creado lo mío en otra parte.
– ¿Por qué no es lo mismo ver un puñetazo en la calle que en un escenario?
– En la calle un puñetazo es la cosa más sorda y más fea del mundo. Sin ningún interés. El escenario tiene el poder de concentrar el tiempo. ¡La de cosas que caben en dos horas, mientras en la vida cabe tanta paja! ¿Con qué te quedarías de cuanto dices a lo largo del día? ¡Con nada! Y sin embargo, en un escenario cada respiración, cada palabra, cada silencio tiene un valor, un significado.
– Sus personajes más conocidos, como el Mauricio de Amar en tiempos revueltos o ese Alonso de El Ministerio del Tiempo, transmiten una fortísima integridad personal. Y al mismo tiempo, usted los dota de muchísima ternura...
– Qué bonito, qué bonito eso que dices...
– ...acabo la pregunta. ¿De dónde saca usted esa mezcla casi imposible?
– [Ríe]. ¡Pues yo qué sé! [Se lo piensa]. En ese caso hablamos de personajes muy bien escritos, de trabajos muy bien respaldados. En Amar... yo me encontraba entre Ana Ruiz y Bárbara Lennie. Imagínate: hay que ser muy torpe para no hacer buenas escenas con ellas. Y el personaje de Alonso de Entrerríos es un bombón, tú solo tienes que limitarte a darle toda la verdad que puedas. No te puedes inventar un personaje de la nada.
– Por eso. Supongo que algo suyo tendrán.
– Bueno, pero en La Reina del Sur yo soy un proxeneta, un hijo de la gran puta. Y lo hago sin juzgar, porque si lo juzgo, no lo puedo hacer.
– ¿Le fascinan los personajes perversos?
– ¡Cómo no! Y no solo por eso. Mira, tengo fascinación por las armas falsas.
– A mí me fascina que a alguien le fascinen las armas falsas. No lo entiendo.
– Uy, a mí un cuchillo sin filo me vuelve loco. Una pistola de escenario, las espadas... me flipan. ¡Una navaja filipina! Tengo una en cada mis padres en Valencia. Cada vez que voy la cojo y… ¡chass-chass-chass!
– ¿Pero los sabe manejar?
– Sí, sí. La esgrima y la lucha escénica me encantan. Ver una lucha de verdad en una obra resulta precioso. Es una de las cosas que más me gustan, y lo he hecho mucho. Lo disfruto mucho. Se trata de una especie de coreografía. No sé, otros saben tocar instrumentos, cantar... Y yo no. A mí me gusta eso de la lucha.
– ¿No sabe cantar?
– No, no sé cantar.
– ¿Y no le gustaría hacerlo? Parece que tiene buena imagen para ello. Quedaría bien como cantante.
– ¿En serio? ¿Tú crees? ¡Pues a mí me encantaría cantar! Según mi profesor, me falta formarme, pero adoro cantar. Lo adoro, lo adoro. Para cantar por mi cuenta me flipa Robe Iniesta, el de Extremoduro. Siempre pienso que, si ese hombre canta, podemos hacerlo todos. ¡La música! Nina Simone, Mercedes Sosa, Chavela, Caetano... Me encantan. La utilizo mucho para estudiar, para componer los personajes. Sin música no se podría vivir.
– En una de sus escasas entrevistas se definió como un “tipo muy normalito”. ¿Qué es eso?
– A ver, mis amigos y mi familia son gente muy normal, pero definirse me parece un horror. La normalidad quizás consista en que a mí la mística de la profesión siempre me ha gustado llevarla por dentro.
– ¿Qué es la mística de la profesión?
– Lo que te mueve un personaje, en lo que te basas. Eso se lleva de manera íntima. Y luego es al espectador al que le llega o no. Cuando veo a una gran actriz me da igual que esté pensando en la cosa más absurda. Si a mí me emocionas, piensa en lo que quieras. Creo que se da demasiado valor a lo que siente el actor, y lo que importa es lo que sienta el público. Eso que se cuenta de grandes actores de antes que salían a escena escuchando el partido del Real Madrid… Algo de verdad habría, pero si conseguían emocionar al público, ¡que sigan escuchando el fútbol!
– ¿Se puede fingir todo en un escenario?
– Se puede fingir todo.
– ¿Y en la vida?
– Yo creo que puedes, pero no.
– ¿Cuáles son sus herramientas de trabajo para emocionar?
– El día que estrené Troyanas, apenas dos horas antes, estaba acabando de pintar un local que abríamos esa noche. Llegué, me quité la pintura con disolvente, salí al escenario. Eso para mí es no darle demasiada importancia a esto. Yo de jovencito no era muy buen estudiante, y me decían que un buen estudiante es aquel que la noche de antes descansa. Eso lo estoy consiguiendo ahora como profesional. He asumido que para qué le voy a dar más vueltas, para qué voy a transmitir nervios o inseguridad a otros. Cuando haces todo lo que puedes... Hace muchos años que vivo esta profesión con mucha deportividad. Los personajes me tocan, pero no me hacen perder el contacto con la realidad.
– O sea, que desconecta bien del trabajo.
– Totalmente. Según salgo por la puerta del teatro, me fumo al personaje. Salgo y ya está. Es la cosa bonita del teatro: te levantas pensando en la función, comes, haces deporte, duermes la siesta pensando en la función. Llega el momento y actúas. Y ya. Y cuando sales, empieza la vida, empieza el mundo, te vas a cenar, te tomas una caña o te vas a casa, pero empieza el mundo. Esa es la vida de un actor.
– Como en El Ministerio del Tiempo, ¿le gustaría regresar a algún año de su vida?
– No. Estamos bien como estamos ahora. No soy el mismo que hace 20 años. No soy una persona de una pieza ni un hombre que se viste por los pies. Afortunadamente, no. He ido cambiando y creo que me estoy beneficiando de una época. Mi padre lo tenía peor: en su tiempo un hombre de 50 era un hombre de 50, ahora ya...
– También la masculinidad era diferente.
– Mira, ¡me siento tan orgulloso de este país por lo del 8-M!
– Hablando precisamente del 8-M, le hago una pregunta habitual para sus colegas las actrices: ¿cómo le cambió tener hijos?
– Mi condición de padre es una de las cosas que primero me definen. Tengo unos chavales que son lo más importante de mi vida. Tengo mucha suerte, me enseñan mucho, me ayudan a calibrar. Yo empecé a pinchar tecno en locales con mis hijos ya jovencitos, quizás me hayan rejuvenecido. Ahora que son adolescentes me descubren mucha música, y yo les intento descubrir otras o les pongo a los primeros raperos. Mi ilusión es que mis hijos se sientan orgullosos de mí. Me gustan los niños, los bebés, los adolescentes... Me encanta hablar con ellos.
– ¿Y también les cocina?
– Sí, sí. Solo cocino para ellos. Para mí solo me da mucha tristeza hacerlo.
– ¿Por qué tristeza?
– Es que cocinar solo para mí... ¿Y si me sale bueno? ¿Quién me dice que qué bueno?
– Necesita público...
– ¡Claro! El público es lo que le da sentido al asunto, si no hay alguien viéndote... Yo necesito contar algo, todo tiene sentido cuando el teatro está lleno, pero también si estás en una sala donde hay menos gente que en el elenco. El público además te da mucho cariño. La gente te viene, te para por la calle para decirte que le gusta lo que haces. Qué bonito, qué maravilla, eso es lo que queremos, ¿no? Yo fui al teatro por primera vez con 17 años, y éramos un grupo de heavies, así que no hacíamos ni caso. Todos reaccionábamos en plan: “¡Vaya mariconada!”. Era sobre Miguel Hernández y todos se quedaban: "¡Eeeh!... Pero yo de repente me quedé noqueado. ¡Hostias, hostias, hostias! De 700 niñatos que estábamos allí, uno flipó. Y yo siempre pienso que hay alguien entre el público, aunque solo sea uno, que lo está flipando.