“Quiero que mi trabajo sea mío, que no se contamine con lo que dicen otros”
Nacho Sánchez acaba de despedirse de su papel de El Autor en 'El sueño de la vida'. Ahora espera poder seguir cosechando títulos teatrales
TEXTO Y FOTOS: LUIS MIGUEL ROJAS NAVAS (Twitter e Instagram: @luismirrojas)
En un mundo de consumo rápido, argumentos volátiles y debates banales, todavía hay espacio para la relatividad y la mesura. Nacho Sánchez (Ávila, 1992) es un millennial peculiar. Vive en plena era tecnológica, sí, pero puede tardar horas e incluso días en contestar a un whatsapp. Tiene 27 años y no le preocupa nada el filtro que ha de ponerle a su selfi mañanero. Porque este actor abulense decidió alejarse de las redes sociales.
Sánchez descubrió en su adolescencia el amor por la interpretación y el gusto por el trabajo en equipo. Este chico de ojos cautivadores y apariencia desaliñada ve en el teatro un modo de vida, de aprendizaje, de diálogo consigo mismo. Su último trabajo sobre las tablas ha tocado a su fin en el Teatro Español con gran acogida por parte de la crítica. En él da vida al Autor en El sueño de la vida, un texto de Alberto Conejero que bebe de La comedia sin título de Federico García Lorca.
Llega tarde a la cita, quizás porque no ha visto el mensaje recordatorio, pero dispuesto a contestar. Responde mientras se despeina sin complejos. Se emociona y regala sonrisas. Fija la mirada para que su interlocutor sepa que está compartiendo algo muy importante para él. Concibe el teatro como un espacio donde compartir soledades, y él quiere que escuchemos las suyas.
– A los ocho años ya le estaba picando el gusanillo de la interpretación.
– Sí. Mi hermana pequeña empezó en teatro y mis padres me lo propusieron. Al principio dije que no, pero como iba otro amigo, acabé yendo. Con esa misma gente estuve hasta los 18. Creo que de las dinámicas con las que trabajábamos en ese grupo me viene la forma en la que veo la profesión. Era un trabajo de compañía, de juego, donde importaba mucho el grupo humano… Teníamos mucho poder de decisión en lo que queríamos hacer, cada cual proponía lo que quería hacer.
– Sus padres no solo le animaron de niño, sino que con la mayoría de edad propiciaron que profesionalizara su talento. Eso no suele ser lo usual…
– Fue todo muy natural. Mi familia nunca me ha puesto trabas. No tenía ni idea de lo que iba a hacer cuando acabara el instituto. El acceso a la RESAD estaba ahí, pero no lo tenía claro.
– ¿Por qué? ¿Tenía presente la inestabilidad del oficio o veía su vínculo con el teatro solo como un hobby?
– Efectivamente. Hasta entonces había sido un entretenimiento que me había acompañado durante mucho tiempo, pero no sabía si eso iba a ser algo fiable en lo que confiar como una profesión. No tenía ni idea de cómo funcionaba esto… aunque ahora tampoco, la verdad [ríe]. Pero sí, el impulso de mis padres fue determinante.
– Siempre dice que su principal referente son las compañías. Llama la atención que no personalice en alguien.
– Me sorprenden algunos actores y actrices según el género, pero no tengo predilección por uno en concreto. Lo que me gusta de verdad es el trabajo de las compañías, porque disfruto mucho más al ver una pieza grupal y la energía que ha generado ese grupo que viendo un trabajo en el que destaque una sola persona. Disfruto con algo más compacto, aunque no todos los actores del reparto sean increíbles individualmente. Me encanta la fuerza que tienen en grupo y la mirada que han puesto sobre un tema.
– O sea, que referentes artísticos en su familia, tampoco.
– ¡Mi abuela! [ríe]. Pero de boquilla, nada más…
– ¿Alguna vez ha percibido la inestabilidad como para pensar en tirar la toalla?
– Es que todavía soy muy joven, y en estos años de trabajo he tenido mucha suerte. Sí veo una mala situación entre los compañeros con los que estudié. Están en situaciones que no son nada fáciles, y son gente con muchísimo talento, incluso hay algunos que no entiendo cómo no están trabajando. Es ahí cuando soy consciente de la fortuna que he tenido y de lo agradecido que tengo que estar. Veo lo precariedad con mi propia compañía [Los números imaginarios]. Ahora ya un poco menos, puesto que damos pasos para llegar a hacer lo que queremos, aunque ha costado hasta que lo hemos conseguido. Y en ese punto empiezas a dar por productivas todas esas horas que has echado sin que nadie las haya tenido en cuenta, solo por el amor a lo que haces. Y de repente, todo empieza a cobrar sentido.
– ¿Ese sentido guarda relación con reconocimientos como el de mejor actor protagonista en los XXI Premios Max?
– [Niega con la cabeza con decisión]. No, no, no. Los premios son solo una palmadita que te da un grupo, la elección de unas personas que subjetivamente piensan que alguien merece su premio. Hay mil distinciones y muchos trabajos, y no te puedes quedar solo con la alegría instantánea que supone que te reconozcan por un trabajo concreto. Se queda ahí almacenado y ya está, lo recuerdas como una noche muy buena y sigues adelante. Eso no me da más trabajo ni más ganas de hacer cosas.
– Se lo concedieron por su trabajo en Iván y los perros. ¿Qué le aportó esa obra?
– Fue un trabajo conmigo mismo más arduo de lo que esperaba. Era un trabajo muy físico y agotador, y encaminado a una dirección que no siempre funcionaba. No era una obra redonda, de esas que gustan prácticamente a todo el mundo. El público quedaba muy dividido: te gustaba o no. Había días en los que el público no entraba nada y tenía que luchar conmigo: saber qué ocurría con el espectador y olvidarme un poco de eso para mantenerme dentro de la historia. Y era la primera vez que hacía un monólogo, no tenía un compañero al lado que me apoyara. Estaba yo, para bien o para mal. Fue un aprendizaje duro.
– ¿Transforma el teatro a la sociedad?
– Creo que por eso lo hacemos. Pero hay veces que dudas, que piensas que no sirve para nada. Es verdad que no debemos tener un pensamiento naíf de que el teatro mueve el mundo, porque de lo contrario, no estaríamos como estamos, pero sí puede generar cambios pequeños en las personas. Y a través de los pequeños actos al final se empiezan a construir grandes cambios. Con esta obra que estamos haciendo [El sueño de la vida] me vienen muchas dudas de si realmente sirve para algo.
– ¿Porque es un clásico?
– No, para nada. Por el tema que trata. Habla de qué sentido tiene estar haciendo teatro cuando en el Mediterráneo estamos construyendo un cementerio. ¿Cuál es nuestro papel? ¿Hablar sobre eso? ¿Sobre otros temas? Esta obra hace que cada semana piense una cosa, y creo que eso está bien. Me está pasando a mí y, a la vez, le está pasando a mi personaje. Eso quiere decir que la obra está calando. Para que se produzca ese cambio que el teatro puede provocar, es necesario que le haya ocurrido a uno mismo primero.
– Alberto Conejero alude en la sinopsis de El sueño de la vida a esta frase de Lorca: “Es insufrible que un teatro dé la espalda a la realidad de su tiempo”.
– Es que el teatro para mí supone un cambio de mirada, y esa es la fuerza que tiene. Debe incluir cosas de la actualidad, pues si está totalmente desligado, si no te habla directamente a ti, vas a desconectar. Lo bonito del teatro es que coge esa actualidad y la transforma en un acto poético que sobredimensiona ese tema y logra que la mirada del espectador se haga más amplia.
– Antes hablaba de cuánto le gusta el trabajo grupal. Sin embargo, ha dicho alguna vez que el teatro es un espacio para compartir soledades. ¡Vaya paradoja!
– [Ríe]. Para compartir soledades en grupo. Esta frase la comentábamos con la compañía. El teatro se convierte en un espacio donde podemos compartir inquietudes que sentimos muy personales, en un espacio para poner en común todas esas cosas que no sé por dónde sacaría si no me dedicase a esto. Es como una especie de cajón donde guardar lo que nos pasa, y que utilizando esa mezcla construyamos algo artístico.
– Su primera aparición televisiva fue gracias a El Ministerio del Tiempo. ¿Qué tal ese primer contacto con la pequeña pantalla?
– Había hecho cortometrajes. En ellos eres parte del proceso de creación porque el equipo es muy pequeño. No tiene nada que ver esa dinámica con la del trabajo en televisión. Son otras estructuras, otros tiempos. Mis experiencias han sido muy rápidas, muy anecdóticas, no las he sentido profundas. Formas parte de un engranaje gigante y tu labor es pequeñita. Ocurre en todo lo audiovisual. Hay una parte técnica que gana un peso enorme. No caso mucho con los tiempos de la televisión.
– ¿Por eso en su trayectoria los títulos teatrales ganan por goleada?
– Bueno… Tampoco he tenido muchas oportunidades ante la cámara. He tenido más en el teatro, y admito sentirme más cómodo con sus tiempos. Y el cine me encanta, ¿eh? No me imagino la vida sin cine.
– ¿Con el auge de las plataformas online, el hecho de acudir a las salas de cine pasará a mejor vida?
– Parece que todo se está encaminando hacia eso. Da pena, porque hay algo muy bonito en el acto de ir al cine, sobre todo en el hecho de dedicarle cierto tiempo a esa acción. Y da la sensación de que en las plataformas hay algo más de comida rápida, en el sentido de que pones una serie y la quitas para pasarte a otra si no te interesa. Tienes esa oportunidad. En el cine has pagado por una película y vas a verla hasta el final. Es otro concepto. No hay que darle la espalda a las nuevas plataformas porque van a ser el futuro, pero tenemos que ver si se pueden compaginar con las salas.
– Plataformas digitales sí usa. Por ejemplo, las musicales.
– Sí. Soy superfanático de Spotify y me pongo podcast en la radio… No soy un tío desligado de la tecnología, porque de hecho vivimos en la era tecnológica. Mi generación fue la última que jugó con peonzas, tazos y chapines. Hay que abrazarse a la tecnología, pero teniendo cuidado con cómo te cambia a ti.
– ¿Qué música encontramos en sus listas de reproducción?
– [Ríe]. De todo. Me gusta escuchar bastante folclore de diferentes países. Escucho mucha música brasileña, pero también de África a través de amigos. Y música argentina, española, flamenco… ¡Me encanta la electrónica! No le hago ascos a nada. Mi Spotify es un batiburrillo increíble.
– También ha coqueteado con la danza, ¿no?
–Poco… He hecho cursos y he trabajado con la compañía la danza. Me apetecería integrar esa disciplina en las piezas que vaya haciendo. Me gusta probar. Me gustaría escribir, quizás algún día dirigir… Debo mantener toda la curiosidad que pueda tener. No matarla.
– Pero siente poca por la interconexión de las redes sociales…
– No es que no me gusten las redes sociales, es que me las he quitado [ríe]. No hay que ser radical: las he tenido, pero decidí quitármelas. No me van bien en el momento en el que estoy. Ahora mismo no conecto con el fin último en que se basan, y cuando las tenía no me hacían bien. Y yo quiero estar bien. Además, en relación a lo artístico, quiero que mi trabajo sea mío, no que se contamine con lo que dicen otros. Obviamente, se seguirá opinando, pero yo no quiero ser partícipe.
– Seguro que alguien le incita a volver a ellas. Parece que, si no se está en las redes, no se está en el mundo.
– No… Por ahora estoy tranquilo porque no me faltan oportunidades. Y voy a intentar mantenerme todo el tiempo que pueda así. Llegará un momento en el que las necesite de nuevo, pero bueno, también influye la manera en la que entras, cómo te las tomas y para qué las usas. Es un nuevo mundo que se ha abierto, otra realidad que te puede manejar a ti si no la sabes manejar bien. Y sobre todo, te puede desligar del impulso inicial que tenías cuando decidiste que te querías dedicar a esto.
– ¿Qué otras inquietudes satisface en su tiempo libre?
– Ahora que empieza la primavera y el buen tiempo me gusta estar al sol en la terraza con amigos tocando música. Por eso he llegado tarde [ríe]. Estoy con los míos y compartimos nuestras inquietudes. Creo que soy inmensamente afortunado por tener los amigos que tengo. A cada uno nos gusta una cosa diferente, las ponemos en común y de repente… empezamos a absorber. Me gusta bastante la naturaleza, así que a veces necesito salir de Madrid, ver un poco de campo. Construyo cosas con madera y grabo. Hago más vídeo que foto. Me gusta trastear, la verdad.
– Qué guay la palabra “trastear”.
– Es que trasteando es como se aprende todo [ríe].