– ¿Provocar carcajadas es entonces su asignatura pendiente?
– Debería probar con una comedia teatral muy desatada. Mi compañero y amigo Luis Bermejo está empeñado en que hagamos un espectáculo de clown porque dice que llevo una payasa dentro y que no la saco del todo. ¡Le hago un llamamiento para que me ponga la nariz roja de una vez por todas!
– ¿Qué medio siente más próximo?
– El cine y el teatro. La televisión me gusta porque da muchísimo oficio, rapidez a la hora de resolver, pero hay que interpretar con demasiada presión y velocidad. Es un medio muy potente para luego relajarse en los otros dos. En Hispania trabajé con directores de cine e intentamos acercarnos a lo que sería un rodaje idílico... pero resultaba complicado. Si volviera a nacer, sería una de las niñas de Los Soprano, pues no se puede tener mejor formación: han crecido en un entorno televisivo pero con las condiciones del cine y el teatro.
– De hecho, esas dos disciplinas le han brindado reconocimiento con galardones y nominaciones. ¿Es desagradecida la pequeña pantalla?
– No, lo que pasa es que no soy un best seller en televisión [risas]. Admito que hay gente que vende más y otra que vende menos. Lo único que me importa es vivir una experiencia y hacer mi labor; lo que suponga mi imagen no es cosa mía. Intervienen criterios más comerciales, es más cruel. Pero no me peleo con eso porque soy felicísima en las series.
– El éxito de Animalario deriva de una lógica opuesta, respaldada por un puñado de Premios Max y el Premio Nacional de Teatro…
– Tenemos la necesidad de sentirnos libres creando y expresando. Sin pensar en los resultados de público y crítica. Animalario genera confianza porque el espectador sabe que va a ver algo honesto, lo que realmente la compañía ha querido. Sin intermediarios. Mientras se siga manteniendo esa línea, habrá quien quiera ir a ver sus propuestas.
– Su grupo teatral ha ofrecido obras en lugares tan atípicos como salones de boda. ¿Cuál ha sido su experiencia más rara al respecto?
– Me fascinó la de Pornografía barata, una historia sobre sexo en la que el público era testigo de la vida íntima de los distintos personajes. Transcurría en un chalet al que los espectadores entraban de noche. Actuábamos en el jardín, en la cocina, en un cuarto a oscuras… Masturbarte en pelotas pensando en tu amor con la gente pegada al colchón fue sideral, mágico. Me encantaría repetir algo así; muchos se quedaron con ganas de verlo.
– Su trayectoria en el celuloide ha estado unida desde el comienzo al guionista y director David Serrano. ¿Cómo fue el flechazo?
– Solo puedo decir cosas hermosas de él. Apareció en la escuela de Cristina Rota y siguió a Animalario con devoción y cariño. ¡Hasta nos grababa! Siempre ha estado interesado en nuestra forma de trabajo, contó con nosotros para su debut en Días de fútbol y me hizo protagonista de Días de cine. Y yo no era una persona que le vendería el filme, no le iba a garantizar un triunfo de taquilla. Además, conoce la fragilidad del actor, sabe lo importante que es para nosotros que escuche lo que pensamos de su idea. Le estoy enormemente agradecida, trabajaría con él siempre.
– Encabezar el elenco de Días de cine le aterrorizó. ¿Es inseguridad constante o solo de cara a ciertas propuestas?
– Ahora empiezo a sentirme segura. Siempre que comienzo un proyecto entro en una pequeña crisis en la que me apetece escapar. Mi madre me critica cuando digo que no voy a poder o que ya no sé actuar. Al terminar cada proyecto hay que vaciarse y arrancar otra vez. Eso me da miedo, vértigo y cierta pereza, porque sé que tengo que reinventarme. Pese a ello, luego mi implicación es total. He asumido que no hay que darle tantas vueltas: si quieres hacer algo, hazlo, aunque sea dando tumbos.
– Con Manuel Martín Cuenca rodó La flaqueza del bolchevique y Malas temporadas. Además de haber sido su jefe, es su gurú.
– Para Manolo actuaría toda mi vida. Y en exclusiva. Es posiblemente el director más valiente que conozco. Es una inspiración para cualquier artista, desarrolla su arte contra viento y marea. Me recuerda a maestros como Cassavetes: sin dinero, siguen trabajando, se juntan con personas con las que creen que pueden llevar adelante un proyecto y no se quedan instalados en su incomprensión ni en la queja de lo mal que funciona todo.
– ¿Qué les da para que deseen repetir con usted?
– Supongo que soy dúctil, bastante obediente dentro de mi rebeldía. Se me puede malear, y eso debe ser muy cómodo para un director. También tengo capacidad para arriesgarme. Y posiblemente ellos vean otras cosas en mí de las que no soy consciente. Por eso en la vida a veces me pierdo; me siento más cómoda con mis personajes que en la realidad.