– ¿Alteró su carrera ganar un Goya?
– En lo personal, quizá más que en otro plano. Fue un reconocimiento de mis compañeros. ¡Todos aquellos académicos a los que ni siquiera conocía vieron algo en mí! Me cambió y me dio fuerza. Hay muchísimas formas de actuar, y yo puedo mirar mi trabajo e intuir que cambiaría detalles. Crecí preguntándome si estaría yendo por el buen camino. Así que, por primera vez, aquello me dio algo a lo que agarrarme.
– Da la impresión de que A estación violenta, su último trabajo, se basa en hechos reales. ¿Quiso saber si su personaje existió de cara a prepararlo?
– Me lo he preguntado mucho. Encarnamos a un grupo de amigos que se creen en la cima del mundo. Disfrutan cada fiesta, cada día, como si no hubiera un mañana. Pero si no cambiamos, si no maduramos, finalmente nos estancamos. Hasta acabar casi destruyéndonos. También los artistas, cuando nos conocemos a nosotros mismos y sabemos nuestras opciones, somos mucho más libres que quienes viven con los pies lejos del suelo.
– Es una cinta de alrededor de 60 minutos rodada en gallego. ¿Está orientada deliberadamente al mercado alternativo?
– El montaje final de la película no se parece en nada al guion original. Ni siquiera al metraje filmado. Rodamos un trabajo largo, de dos horas, en el que había unos planos secuencia ¡de 14 minutos! Con todo, era una obra narrativa y convencional. Nuestros personajes contaban con un arco. El trabajo actoral fue increíble. Pasábamos sin cortes por unos estados de ánimo muy complejos. Pero en la sala de postproducción hubo una investigación, se siguió otro camino… y el resultado es un sorbete de sensaciones.
– ¿Y duele ese momento? El de actuar y dejar el trabajo en las manos de terceros.
– ¡Yo interpreto para otros! Una vez he acabado, esos fotogramas ya no son míos, sino de los productores. Lo que hagan con ellos no me incumbe. Es duro porque he dejado ahí una parte de mi alma. Cuando llevo un personaje dentro, yo no existo. Logro mantener un pequeño fragmento de Nerea, algo ahí arriba, que me permite seguir el día a día. Pero el resto es otra persona. Al decir adiós se queda un vacío que no consigo llenar hasta el siguiente papel. No me encuentro bien cuando no trabajo.