– Su personaje en Águila Roja dista mucho de la sonrisa. ¿Le supone un desafío?
– Es un reto para mí y para el espectador. Me han tendido la mano al darme un giro tan grande. No me lo esperaba. A excepción de mi trabajo en El barco, donde tenía un acento y un atuendo diferente, no pensé que me fueran a sacar de la comedia y meterme en algo tan oscuro, tan gris. He recibido mensajes de amigos que me dicen que estoy rarísima. ¡Que les doy miedo! Con el cariño que le he cogido yo a este personaje…
– ¿Se adquieren muchos vicios en la franja de máxima audiencia?
– Sí, si la serie alcanza y se afianza en el éxito. En cuanto baja el número de espectadores, aunque sea solo un poco, el golpe es duro. Entonces se disparan todas las alarmas: qué querrá decir, qué pensará la cadena, qué haremos al respecto. Más allá de eso, me llevo el vicio de exigirme mucho a mí misma. Procuro llegar al trabajo con el texto bien aprendido y con una idea muy clara de lo que quiere el director. Me dolería defraudar, que esperaran de mí algo que no pudiera cumplir.
– Hoy existe un gran culto a las series, pero también una competición extrema.
– Yo siempre digo que caber, cabemos todos, pero no está en mi mano. Águila Roja compite cada noche con Velvet y Gran Hermano. Eso es tremendo para nosotros. Quizá se sigan otros criterios en TVE, donde no dependemos de la publicidad, pero la audiencia se cuenta igual. Por cosas así se tiran grandes obras por la borda, trabajos bien hechos detrás de los cuales hay mucha gente. Se culpa al producto cuando los espectadores no llegan, pero no llegan porque la ficción se exhibe en un mal día. Maldito dinero, que todo lo puede.