En contra de esto, hay que decir que somos miembros de esta sociedad con pleno derecho y, sin duda, más cumplidores de nuestras obligaciones tributarias que todos los que se acogieron, por ejemplo, a la mencionada ley de amnistía fiscal, que resultó tan ineficaz y a la vez tan reveladora.
Y siguiendo con nuestro análisis de la situación, hay que decir que la indignación nos lleva a la protesta. Como lo que sí tenemos es más visibilidad pública que otros colectivos, se nos ve mucho cuando nos quejamos, porque podemos aprovechar plataformas que otros no tienen tan a mano. Y este hecho, por lo visto, enerva e irrita a quien gobierna. Pero, ¿acaso no tenemos derecho? ¿Es patrimonio de alguien la posibilidad de expresar el descontento? ¿Por qué molesta tanto a quien se dice demócrata que quien opine no esté de acuerdo? No estamos conformes y no nos conformamos. Por eso protestamos y deberemos seguir haciéndolo hasta que las cosas cambien. Es importante dejar constancia del enfado, porque hacer patente el descontento es el primer paso para cambiar las situaciones. Es importante opinar porque se fortalece con ello el músculo democrático; un músculo que, como todos, si no se usa acaba por atrofiarse.
La indignación no nos ha arrastrado al desánimo, al victimismo o a la inacción. No hemos dejado caer los brazos, nuestra capacidad de respuesta sigue intacta y estamos muy lejos de arrojar la toalla, porque, si por algo se caracteriza este colectivo, es precisamente por estar acostumbrado a superar dificultades.
Y si entre nosotros hablamos de problemas, también lo hacemos de soluciones. Y para empezar a ofrecerlas, exigimos, por ejemplo, la retirada inmediata de ese 21 por ciento y su rebaja a un tipo de IVA que permita respirar y reconstruir.