A Nora le cambió la vida aquella Florencia de Pa negre (Agustí Villaronga, 2010), una madre atormentada con la que saltó del circuito teatral independiente en Cataluña a la Concha de Plata y el Goya a la Mejor Actriz. Desde entonces la han llamado Antonio Chavarrías (Dictado), Imanol Uribe (Miel de naranjas), la mencionada Coll y, nuevamente, Villaronga para su miniserie televisiva Una carta para Evita. Pero ella sigue siendo una firme partidaria de las distancias cortas frente a las alfombras rojas y demás grandilocuencias. Su representante la había llamado (al zapatófono, sí) para convocarla a una fiesta privada en Barcelona junto a Samuel L. Jackson y otras luminarias de Hollywood, pero ella ha preferido recibir a ACTÚA y quedarse en casa para prepararle una tortilla a Luara, especialidad de la casa. Sus vecinos la conocen a pie de calle, participando en charlas en la escuela o el centro cívico, permanentemente dispuesta a no malgastar ni una bocanada de vida. Se azora cuando pronosticamos que acabará teniendo una plaza o un parque con su nombre en Vallvidrera, igual que Vázquez Montalbán, que vivía a un paso. Pero, sobre todo, nos preguntamos: ¿de dónde demonios saca tiempo para todo?
– Yo es que soy muy intensa. Luego procuro encontrar serenidad y meditación para mis actos, pero, de entrada, me guía el entusiasmo. En el último San Juan pasé media noche de fiesta con mi amiga Clara Segura, las dos bailando y haciendo las payasas, y la otra media estudiándome los papeles de Violeta [protagonista de la película Tres mentiras, de Ana Murugarren, que ha rodado en julio en Bilbao] y Doña Rosita [de Doña Rosita la soltera, que representará en febrero en el Teatre Nacional de Catalunya].
– Es decir: hedonista, pero metódica.
– Yo soy una curranta del ensayo, sí. Necesito sentirme muy segura para, a partir de ahí, tirarme de cabeza y romperme la crisma. Cuando has trabajado mucho hay margen para que surja la chispa, la inspiración. En Pa negre, por ejemplo, teníamos ensayado hasta cada movimiento de las manos.
– A lo mejor es como pedirle que se decante entre papá y mamá, pero ¿produce más satisfacción una Concha de Plata o un Goya?
– La Concha la disfruté más. Acabábamos de presentar la película, había un señor checo en el jurado, conocías a un director filipino en la Ciudad Vella. En San Sebastián me sentía como Bette Davis, pero sin que me conociera nadie. El día de la entrega de premios, mientras esperaba para bajar la escalinata, José Coronado anunció: “¡Con todos ustedes, Naaaara Nooovas!”. Y yo me tronchaba. En los Goya, en cambio, entre las cosas incómodas de elegir el vestido y lidiar con los egos, me notaba como un pez fuera del agua.