Nuria Herrero
“Nunca trabajo un papel
desde mis vivencias personales”
Nada de daños. Esta actriz, a la que no le falta trabajo en el cine, la televisión o el teatro, prepara sus papeles siempre desde el juego. Todo irá bien si los técnicos se ríen
FRANCISCO PASTOR (@frandepan)
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)
Cuando pensó en comenzar en la interpretación, una adolescente Nuria Herrero empezó a buscar por donde lo haría cualquiera: llamando a Telefónica. Allí le dirigieron a la Escuela del Actor, en Valencia, de donde procede. Al principio, todos los sábados por la mañana. Y aquello, claro, le enganchó. Así que al llegar a sus años universitarios se desdobló. Por las mañanas, Arte Dramático. Por las tardes, Filología Alemana en la facultad. Y más adelante, Traducción e Interpretación.
A esos malabares toca agregar alguna temporada en Arrayán, la mítica serie de Canal Sur. Y un periplo por la inglesa LIPA, la escuela de Liverpool dedicada al espectáculo. Nos recuerda que es la misma en la que se formaron algunos de los intérpretes de su admirado programa Operación Triunfo. Porque Herrero actúa y canta. De ahí que los espectadores del musical La llamada la hayan encontrado sobre las tablas a cargo del personaje principal de la historia.
Son retos que esta actriz rememora en un café de Lavapiés, a muy pocos pasos del teatro Valle Inclán. Allí actuará en unas horas, pero la agenda de la intérprete se encuentra hoy, con todo, más despejada que algunos meses atrás. El desarrollo de Las señoras del (h)AMPA, que abarcó medio año, la dejó tan agotada como satisfecha. “Ese personaje fue un regalo”, sonríe, mientras piensa en los 13 capítulos que Mediaset guarda en la antesala del estreno.
Una curiosidad: también de mano de esta serie, será la quinta ocasión en que Herrero represente un embarazo en la ficción. En la pequeña pantalla le tocó en producciones como Rabia o Tiempos de guerra, y eso que la actriz cuenta solo 32 años. Los que le han bastado para llegar a verse en la cinematográfica Toc toc junto a Paco León o Rossy de Palma. O para alzarse con el premio Versión Española/AISGE de interpretación por su papel en el cortometraje Seattle.
— De la televisión, la fama. De los cortos, los premios. Dos mundos muy diferentes.
— Y yo quiero compaginarlos. La pequeña pantalla, efectivamente, da fama. El cine aporta prestigio y posicionamiento. Del teatro me quedo las herramientas absolutas para trabajar. Pero lo suyo es hacer las tres cosas. Y dominar todos esos palos a la vez es un verdadero reto. Siempre se olvidan técnicas o se adquieren manías al haber estado mucho tiempo en el mismo sitio. Cuando vuelvo al teatro después de algún tiempo en la televisión me veo rodeada de vicios. Se me olvida, por ejemplo, alzar la voz. Así que, en situaciones así, me regalo algún curso. Son como un chequeo. También llevo algunas clases para calentar la garganta grabadas en el móvil. Antes de actuar me escondo en algún cuarto y hago mis escalas.
— Se formó en teatro musical. ¿Faltan espectáculos de esta suerte?
— Creo que los musicales viven su propia burbuja: los artistas que se dedican al género son muy reconocidos dentro del mismo gremio, pero no fuera. No se les da la oportunidad de pasar a otro tipo de teatro, pese a tratarse de intérpretes que dominan muchas disciplinas simultáneamente. Los llaman actores de musical, como si se limitaran a entonar. ¡Pues no! Son auténticos actorazos que, además, cantan y bailan de maravilla. Y sí, claro que faltan espectáculos de este tipo, que es el otro gran problema de estos artistas. Esas piezas solo se estrenan en Barcelona y en Madrid. Cuando mis amigos vienen a la ciudad no dejan de pedirme que les recomiende alguno. Pero fuera de aquí, nada.
— ¿Le dolió decidir que, si quería trabajar como actriz, tendría que venir a Madrid?
— Admiraba mucho a la gente que se liaba la manta a la cabeza y se venía a la ciudad a probar suerte. Pero traté de ser más prudente, al menos al principio. Es el consejo que aún doy a mis amigos: que se formen y no se arrojen sin red a la aventura. Que vayan a muerte, pero poco a poco. Al principio yo me plantaba cada dos por tres en la capital, claro, pero cuando era fiesta en Valencia. Iba y volvía en el día. Y llamaba de puerta en puerta con los videobooks en la mano. Hablaba con agentes, representantes, directores de casting. Dejaba todo el material que podía y me volvía a casa. Por fin, vi que empezaban a salirme cosas y busqué habitación para un mes. Hasta que llegó un momento en el que, si quería seguir trabajando, tendría que mudarme definitivamente. De eso han pasado seis años.
— Hace justo una década contó que no le había llegado su primera oportunidad. ¿Por fin se la han dado?
— Sí. Aunque no sabría decir cuándo. En La llamada pude demostrar que podía cantar, bailar y actuar. Ahí sentí que había derribado una barrera. Y llegó Toc, toc y pensé que no, que el gran salto empezaba entonces, por los grandes nombres que encontraría en el reparto. Pero, ¡claro!, entonces me llaman para algún papel protagonista en una serie de prime time y decido que no: que el giro principal de mi carrera va a ser ese. Así que no puedo pensar en ningún capítulo concreto, pero sí en pequeñas dosis de oportunidades que se van presentando poco a poco.
— A propósito de Toc, toc, ¿es más difícil hacer reír que llorar?
— La comedia es más complicada. Es más subjetiva que el drama, porque cada uno tiene un sentido del humor. Cuando trabajo en cine me fijo en los técnicos: si al hacer la primera prueba de cámara ellos se ríen, es que todo va bien. Aunque es en el teatro donde los actores resultamos especialmente vulnerables. Si estoy encima de las tablas, hago un gag y el público no se ríe, me pongo en guardia. El juez que llevo dentro me habla. Y me toca encontrar un equilibrio para no venirme abajo y no forzar el gesto. Porque iría a peor. Es una experiencia de la que aprendo también como espectadora: si me encuentro en la platea y siento la risa por dentro, trato de sacarla fuera. Que los actores la vean desde el escenario.
— En La llamada provocaba la carcajada mientras cantaba.
— En el guion de Los Javis la música acompañaba al texto: era una comedia con canciones. Y como los diálogos, ya de por sí, hacían reír, estaba claro que lo bordaríamos. Cuando me tocó incorporarme al elenco había visto la obra, así que sabía por dónde iban los tiros. Aunque no sé qué habría pensado si, de improviso, y sin saber nada de ellos, ese libreto hubiera llegado a mis manos. Pero vaya, yo trabajo desde el juego. Y fue ahí desde donde me lo tomé.
—¿A qué se refiere cuando habla del juego?
— Analizo el texto y le echo imaginación. Trato de entender el personaje: cuáles son sus objetivos y qué estrategias va a emplear para llegar hasta ellos. Observo mucho a la gente. Ahora que preparo un piloto para una serie, llevo puesta esa mirada. Me pregunto si el personaje será como esta amiga mía o si se parecerá más a aquella otra. Jugar es también tratar de alcanzar el aura de las personas.
— ¿Esquiva trabajar desde el daño, aunque sea ahí donde acuden otros actores?
— Lo he intentado, pero es una técnica que me aleja del personaje. No va conmigo. Soy peor actriz cuando intento conectar con cosas de mi vida. Nunca trabajo un papel desde mis vivencias personales. Me he apuntado a cursos de este tipo y, la verdad, siempre he hecho el ridículo. Hasta me invitaron a irme de uno. Soy una persona muy pudorosa, ¡también para el desnudo físico! Y llego a esas clases, donde los alumnos cuentan sus vidas y detallan cómo llegan a la emoción, y me siento una traidora porque me veo incapaz de indagar en lo personal. Fue así como me acabé yendo de España para formarme, en la escuela de Susan Batson en Nueva York. Pensé que, si estaba lejos de casa y de mi gente, lograría vencer toda esa vergüenza. Pero seguía bloqueada. Así que decidí que no. Mi camino era otro.