– Ahora que parece que lo que no pasa a través de una pantalla no es real, que vivimos hiperconectados, ¿cuesta atraer a los jóvenes al teatro?
– Sí, pero me da la impresión de que siempre ha costado. Ahora, a nivel de entretenimiento, cada vez los jóvenes están más lejos de la comunicación del teatro, cada vez lo entienden menos. Creo que los niños también tendrían que estar educados en ir al teatro, ir a aprender a esperar, a observar, a escuchar, ir a un concierto y escuchar, y saber recibir. Ir al teatro y estar tranquilo y saber recibir aquello. Este tipo de comunicación tan real, tan física, en un espacio tan cara a cara –yo en Ragazzo lo noto mucho porque le hablo a la gente, les miro a los ojos–, cuando son muy jóvenes, no están acostumbrados a esta comunicación, hasta el punto que no la aceptan.
– Les incomoda.
– Les incomoda y no la aceptan, y hacen bromas y se te burlan, y no quieren recibir, pero porque emocionalmente no estamos educados en la empatía. El ritual del teatro existe desde que somos tribus de cazadores. Después de tanta pantalla y tanto estímulo tan fácil como el que ofrecen las redes, donde tú puedes planificar y decidir muy bien lo que muestras de ti y lo que quieres decir, la gente no está preparada para la vida misma. Y la vida es el ahora, donde tú te puedes equivocar, donde no puedes pensar lo que puedes decir, donde tu cara refleja lo que estás pensando y tienes que lidiar con el presente. Y creo que el acercamiento del teatro hacia los jóvenes también es un tema.
– ¿En qué sentido?
– Primero, económicamente. Si soy joven, quizás prefiera gastarme 12 euros en salir un día de fiesta y tomarme dos cubatas que en acercarme al Lliure a ver [mira a su alrededor los carteles de funciones pasadas que decoran el bar] Camí de nit. No tengo ni puta idea de qué será. Titus Andronicus, hostia, Shakespeare, no tengo ni idea. Y mola mucho y está muy bien, pero si costara tres euros y ya desde pequeño hubiera ido a ver Los viajes de Gulliver, después Jasón y los Argonautas o Moby Dick, y hubiera adquirido la costumbre esa de “voy al teatro o al cine a ver eso”… Creo que falta este acercamiento.
– ¿Y qué más?
– Pues luego está la idea esa del “teatro para jóvenes”, y eso también es raro. Hay teatro. Punto. Sí que hay teatro infantil, que tiene que ser más sugerente, más visual y tal, pero… ¿teatro para jóvenes? Los jóvenes no somos tontos; podemos ser ignorantes, pero como todo el mundo lo ha sido en algún momento. Un joven puede flipar viendo Shakespeare. Simplemente, teatro joven tendría que ser teatro vivo, teatro con movimiento: que un chaval que está todo el día con las pantallas vaya al teatro y se sienta identificado. Se necesita un teatro vivo para que los jóvenes vayan.
– Ragazzo entra en esta categoría. Tiene una trama, pero es muy físico.
– Sí, de hecho el otro día vinieron amigos míos y gente de institutos, y a la que se informan un poco del tema, habla de una realidad social, de la propia juventud con un tipo de propuesta que no es muy clásica pero sí muy teatral. Te obliga a utilizar tu imaginación. Creo que funciona, que la gente que se quiere acercar lo consigue. Algunos alumnos de institutos que han venido son los que están atentos y alucinados. Los hay también que se dedican a hacer el gamberro, pero la escena sacude la conciencia y el pensamiento entre la gente joven.