Jorge Rigaud, el San Valentín
que acabó en una fosa común
José Manuel Serrano recrea en el documental ‘Osario norte’ los últimos días del actor argentino, un galán de éxito que cayó en el olvido y murió solo en Leganés
PEDRO DEL CORRAL (@pedrodelcorral_)
Nadie sabe muy bien cómo sobrellevar la fama, pero menos aún afrontar su caída. Jorge Rigaud (1905-1984) encarnó ese paradigma de estrella que acaba descendiendo a los infiernos a una velocidad frenética. Su caso bien podría ser el de muchos actores y actrices que, tras una época de gran popularidad, como la que él disfrutó al encarnar a San Valentín, pasaron a un olvido ingrato y cruel. Sin embargo, el suyo resulta incluso aún más extremo: no solo se desmoronó su carrera, sino que murió en el anonimato. Lo hizo en Leganés, en el cinturón sur de la capital de España, poco después de vivir como un vagabundo en Madrid. El documental Osario norte, dirigido por José Manuel Serrano, busca ahora restituir su figura.
A esta historia llegó Serrano en 2008 cuando el actor Aldo Sambrell –un clásico de las películas del Oeste en Almería– se la descubrió. “Me llamó la atención que ni siquiera tenía una tumba, sino que habían depositado sus restos en un osario. Casi nadie conoce cómo falleció y dónde se encuentra esa fosa común”, relata Serrano, que ha tardado una década en armar el proyecto. Pero que considera que su esfuerzo, a la manera de acto de justicia, bien ha merecido la pena.
Aunque Rigaud nació en Argentina, su madre se lo llevó a Francia tras perder a su padre. Allí conoció a directores como René Clair y Max Ophuls, que le consagraron entre los actores del momento. Permaneció varios años encadenando papeles hasta que la II Guerra Mundial le devolvió a su país natal. A España terminaría dando el salto en la década de los cincuenta.
Un vaso de whisky (1958), Los cuervos (1961) o Marisol rumbo a Río (1963) fueron algunas de las películas que protagonizó en nuestro país. Pero la cinta que acabó llevándole al estrellato fue El día de los enamorados, de Fernando Palacios, un hito que le llevó a compartir créditos con Kirk Douglas, Rita Hayworth y Rex Harrison. A partir de ahí, paso a paso, la mecha se fue apagando y el declive comenzó con la muerte de su mujer. “Fue un duro golpe para él. No tenía hijos ni familiares cercanos, se quedó solo. Eso, unido a que apenas trabajaba y, si lo hacía, era en papeles episódicos, acabó por arrastrarle”, continúa Serrano.
No hablamos de un nombre que apareciera en los rótulos de manera circunstancial. Participó en cerca de 200 películas y series, y entre los cineastas que le dirigieron encontramos nombres tan significativos como José Luis Borau, Manuel Gutiérrez Aragón, Edgar Neville, Jaime Chávarri, John Farrow, Paul Wendkos... Salía a razón de 10 títulos por año, la mayoría adscritos a de géneros como la comedia, el giallo y el spaguetti western. Como curiosidad, sus personajes fueron amables, simpáticos y elegantes, un porte que coincidía con el suyo propio y que distaba del ocaso que vivió más tarde. Pero la trascendencia de sus intervenciones fue decreciendo progresivamente hasta que la presencia de esos papeles se volvió testimonial. Y esa situación se quebraría para siempre cuando su vida personal empezó a derrumbarse.
Acostumbrarse a olvidar
A partir de la pérdida de su pareja, su vida ya no volvió a ser la misma. Al tiempo, un atropello le dejó ingresado en el hospital. Murió meses más tarde. “Solemos creer que los intérpretes que salen en la pantalla y pisan alfombras rojas tienen una vida fácil, y no es así en infinidad de casos”, reflexiona el autor de Osario norte. “La realidad es que muchos tienen que hacer malabares para sobrevivir. El público, salvo excepciones, acaba descuidando a aquellos que alguna vez le hicieron disfrutar. Además, la industria prescinde pronto de los nombres que ya no venden tanto. Al final, desde dentro también te van apartando. Mientras tienes éxito, tienes amigos… Después, tristemente, ya va quedando menos de esa amistad”.
Pedro Casablanc, Antonio Mayans, Carlos Arévalo, Paca Gabaldón y Eugenio Martín son algunas de las figuras que desfilan por el documental, que en el fondo se convierte en una reflexión sobre la idea del éxito. “Nos hemos acostumbrado a olvidar. En ocasiones, recordar nos produce dolor, por lo que hay algo de supervivencia en ello. Además”, prosigue el cineasta, “noto cierta dejadez que hace que ni siquiera nos interese conocer a quienes nos precedieron. He conocido estudiantes de interpretación que no sabían quiénes eran José Bódalo o Margarita Xirgu”. Su cinta, que se preestrenó el pasado mes de mayo, ha seguido desde entonces recorriendo salas y foros por España.
Otro de sus objetivos de todo el proyecto es conseguir que el Ayuntamiento de Leganés haga justicia a Rigaud y coloque una placa en la calle en la que vivió. “Unas veces pienso que sí cederán y demasiadas, que no. Creo que se acabará poniendo, pero no como demandamos. Tras 10 años de lucha con distintas corporaciones, promesas incumplidas, silencios eternos… ya no nos conformamos solo con eso. Es de recibo que nos permitan algo más. Nos gustaría hacer un pase en Leganés de igual modo que hemos hecho en otras ciudades”, expone Serrano, que en 2012 fue finalista a los Goya por el documental Contra el tiempo.
Como en su anterior trabajo, de nuevo, vuelve a poner el foco en la soledad de las personas mayores, una problemática que le preocupa especialmente tras lo ocurrido en la pandemia. “La vida se compone de más fracasos que de éxitos”, señala. Por ahora, sigue reivindicando la memoria de Rigaud. Tal vez esta sea la única forma de salvarle del enésimo olvido. “El cine siempre es una buena herramienta para reivindicar asuntos, aunque sean quijotescos”, concluye. El tiempo dirá.