– ¿Le gusta más lo de cómico que lo de actor?
– En este oficio te lleva la ola. Es ella la que decide: “Tú harás de gracioso y tú de intenso”. Pero eso está en la mirada de los demás. Yo hago dramas y comedias con la misma disposición. Te llaman cuando te han visto en una película, y así se va configurando eso que denominan carrera. Pero es la ola la que te lleva, lo cual no sé si es bueno o malo.
– Si hubiera debutado en un dramón, en lugar de con Ópera prima, ¿su trayectoria habría ido por otro lado?
– Igual a estas horas podría ser notario o registrador de la propiedad, algo que habría hecho mucho más felices a mis parejas. Lo bueno del cine es que la fama se mantiene en la memoria de la gente. En la tele pasas picos de gran popularidad que luego desaparecen. El cine perdura, la tele se olvida.
– ¿Echa de menos más personajes principales?
– Al contrario. Me sorprende mi cantidad de protas. Y en este país tenemos el mejor plantel de secundarios del mundo. Ni el cine norteamericano lo iguala. Estoy muy orgulloso de los papeles que me han ofrecido, aunque yo, por mi naturaleza, desee borrar todo lo que hice en el pasado. No entiendo a esa gente que dice: “¡No me arrepiento de nada!”. Bromas aparte, no siento ninguna amargura por no tener más papeles protagonistas.
– ¿Y por no haber recibido más premios?
– Con 13 años gané un concurso de magia en la tele. El premio consistía en una paloma de oro y 50.000 pesetas con las que compré un abrigo a mi madre. Ahí se colmaron mis ansias de reconocimiento, nunca he tenido después la sensación de no ser valorado como merezco. Los galardones solo sirven para que tus amigos te odien un poco y vender la película en que sales. Conviene que no lo olvidemos. Esto es como si eres encofrador y esperas que cada año te den el trofeo al mejor encofrador de la temporada.