El éxito en la pequeña pantalla facilitó su salto al largometraje. Acababa 2009 cuando estrenó Luna nueva, la adaptación española del segundo libro de la saga Crepúsculo, que se rodó con un ínfimo presupuesto durante seis días. Interpretó al licántropo Jacob Black, enamorado de la humana Bella Swan y enemigo del vampiro Edward Cullen, por lo que torpedeaba el célebre romance entre ellos. Pero de poco servía su empeño: aunque salvaba a la chica de una muerte segura, esta no tenía ningún interés más allá de la amistad. Dos años más tarde conquistó las salas con la terrorífica XP3D, cuyo reparto congregó a estrellas televisivas tan aclamadas como Amaia Salamanca o Maxi Iglesias. Todos eran alumnos de Psiquiatría y viajaban a un pueblo abandonado con la intención de investigar los fenómenos paranormales derivados de un oscuro suceso, ya que un doctor había matado tiempo atrás a sus pacientes tras someterles a salvajes torturas. Los jóvenes, escépticos al principio, cambiaban de opinión cuando el fantasma del asesino les acosaba.
Recientemente ha viajado hasta Nicaragua para encabezar La pantalla rota, una película sobre los graves efectos que puede acarrear el uso irresponsable de las nuevas tecnologías. Su personaje, Álex, graba uno de los tórridos encuentros que mantiene con una compañera de la facultad. Pero olvida el teléfono móvil en un bar y ese error destrozará las vidas de ambos, pues el vídeo es difundido por alguien que quiere vengarse de ellos. La directora, Florence Jaugey, es casi desconocida entre el público español pese a sus dos grandes hazañas: el corto Cinema Alcázar obtuvo el Oso de Plata en la Berlinale de 1998 y La Yuma, el primer filme comercial nicaragüense que veía la luz tras dos décadas estériles, superó la taquilla de Avatar en el país centroamericano. Sinela ha aprovechado su estancia allí para visitar el centro que Infancia Sin Fronteras inauguró con ayuda de la presentadora Ana Rosa Quintana, donde esa ONG proporciona un nivel básico de educación y una atención médica orientada a solventar problemas de malnutrición. “Muchas personas de mi generación deben saber que asociaciones como esta apoyan a muchísimos niños sin apenas recursos. Aunque en España vivimos una coyuntura complicada, con muy poco dinero podemos seguir financiando este tipo de causas”, asegura.
Y eso no es todo. Al margen de su faceta interpretativa, ya ha debutado como escritor. Su primer libro se titula El chico sin identidad, un compendio de fábulas tan lúgubres como tiernas, ilustradas con dibujos propios que transportan al universo de Tim Burton. “Es una obra para navegantes sin brújula, lectores estremecidos por la soledad. Pretende aportar un atisbo de luz optimista dentro de una enorme oscuridad”, resume.
HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
− ¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor?
− Sí, lo decidí a los dieciséis, ahí comenzó mi aventura. Por entonces no sabía su significado, pero era el camino que más quería. Y no me equivoqué: ahora me siento más feliz que nunca al comprender lo que significa ser actor y la responsabilidad que conlleva. Tener permiso para vivir otras vidas es fascinante, todo un privilegio.
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− A mis padres. Ambos me dijeron: “Haz lo que te haga feliz, no hay mayor satisfacción para nosotros que saber que estás haciendo lo que amas. No importa el dinero, lo importante es que tú estés bien”.
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− Estar siempre cerca de personas que comprenden el alma humana, como Martha Castrillón, mi gran maestra y amiga de viaje. También Rosa Estévez, Luis San Narciso, Tonucha Vidal, Andrés Cuenca… Y, por supuesto, Juan Carlos Corazza y el impecable equipo pedagógico de su estudio.
− ¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño? ¿Por qué motivo?
− A Rubén, de la miniserie El castigo, de Calparsoro. Fue el primer papel al que me entregué, mi primer acercamiento al trabajo. Me ayudó a despertar ciertas facetas de mí mismo que quizá aún no hubiera conocido sin él.
− Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− ¡A llamar! [Risas]
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− No, no existe esa opción, no podría tirar algo que está dentro de mí.
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Nunca lo he pensado.
− ¿Le gusta volver a ver los títulos en los que ha participado?
− Depende del producto final y de la historia que cuenta.