Paco León
“Soy como los patos: ni nadan, ni vuelan, ni corren, pero lo hacen todo”
Es como es. Muy Paco León. Radicalmente libre. Aquí, por primera vez sin tapujos, la historia con final feliz de aquel chaval de un barrio marginal sevillano que acabó conquistando y cayéndole bien a (casi) todo el mundo
Por SANTI ALVERÚ
Reportaje gráfico: JUAN CARLOS TOLEDO
Paco León es muchas personas. Es su familia, es Steve Jobs, es Antonio Banderas, es Humphrey Bogart, es J.J Abrams, es Ava Gardner, es Sandra Hermida. Absorbe la esencia de cada proyecto en el que se involucra para luego expandir lo aprendido desde su visión y su marca personal. Es un catalizador de energía, un trabajador incansable, un hombre optimista y encantador con una visión constantemente positiva. Nos encontramos con él para descubrir más sobre sus orígenes e inquietudes, y sobre si puede el profesional más inquieto de nuestro país estar verdaderamente tomándose un pequeño descanso.
– ¿Con qué se encuentra ahora? Acaba de estrenar la segunda temporada de La casa de las flores. ¿Cómo se encuentra mentalmente?
– He parado voluntariamente. Me voy a ir a California a hacer un curso de inglés, que ya está bien. La segunda temporada de Arde Madrid estaba en marcha y la frenamos. Es cierto que tengo un par de proyectos, porque yo quieto no me quedo. Pero estoy forzándome a parar, porque me daba cuenta de que me encontraba en una inercia que yo mismo había creado y ya no dominaba. Me veía haciendo cosas por obligación de hacerlas, sin saber si quería. Empezaba a agobiarme mucho la sensación de “esto ya me lo sé”.
– Le tenemos por un autor radicalmente libre y radicalmente único. Preparando esta entrevista nos hemos dado cuenta de que su obra, su persona, son elementos difíciles de abarcar si no cuenta con todos los referentes que le han inspirado. ¿Cree que hay un público que puede quedarse fuera de su obra?
– Creo que eso es completamente inevitable. No hay ningún creador que llegue a todo el mundo. Pero me parece curiosa esa percepción porque, claro, muchas veces yo no la contemplo. Como decía Manolete: “Yo soy de Sevilla, de donde es la gente”. Para mí lo neutro es ser de Sevilla...
– ¿Cree que existe en su forma de ser y de crear algo que polariza, que divide?
– Por supuesto que hay gente que no entra en mi mundo, pero este no es nada radical. Mire, anualmente se elaboran unos estudios sobre la percepción que se tiene hacia las celebridades en el mercado. Se utiliza mucho en las empresas para vincular personalidades a marcas y este tipo de cosas. Y siempre me sorprende que hace ya bastantes años que estoy entre los personajes españoles más conocidos y queridos, incluso entre los tres primeros. ¡De verdad! Yo soy el más sorprendido, aunque intuyo que tenga algo que ver con la tele.
– ¿Pero la persona y la creación van de la mano en ese sondeo? ¿Usted y lo que usted hace gustan por igual?
– Está bastante unido, o al menos me gustaría que lo estuviese. Creo que es un cariño que nace de mi trabajo con el Luisma, que supuso llegar durante 10 años todos los domingos a muchas familias, a su casa. Pero luego he desarrollado un trabajo muy amplio, con el que me he separado del personaje por completo, hasta desarrollar una marca personal, algo de lo que me siento muy orgulloso. Como me aburro mucho de mí mismo, mi objetivo es buscar cosas que me sigan interesando, estar constantemente en movimiento.
– Es uno de los profesionales que más trabaja, que más esfuerzo añade a todo lo que hace. ¿Le preocupa que surja una generación en la industria del entretenimiento que base su día a día en gestionar su imagen y no en un trabajo real?
– [Reflexiona]. Yo conozco a guionistas, realizadores o músicos, grandes trabajadores, que gestionan su propia imagen pública. Estamos hablando de algo muy importante. La creación de tu propia imagen forma parte de un trabajo artístico y creativo: vivimos en una cultura en la que construir una imagen propia puede formar parte de tu obra. Incluso construir tu propio cuerpo puede formar parte de una obra. Vamos, hay muchísimos profesionales que trabajan con estos mimbres y cuentan con toda mi admiración.
– Veo que no voy a encontrar al Paco León…
– ¿Hater?
– Sí.
– [Ríe]. Le va a costar. La actitud que tengo es toda la contraria, cada vez le veo más mérito a todo. Escuchaba una frase el otro día, no sé de quién, que decía: “Todos hacemos nuestras mierditas” [más risas]. Es verdad que esta profesión es una hoguera de vanidades, pero a mí me gusta sentir esta amistad, este respeto, valorar el trabajo de los demás. Siempre.
– ¿Valorar cada pequeño trabajo va en contra de reconocer esfuerzos mayores?
– No, para nada. Pero porque cualquier persona que desarrolla un trabajo ya se enfrenta a un esfuerzo, deja de ser pequeño al instante. A todo el mundo le cuesta mucho todo. Ves cada día a gente luchando, a cientos de actores buenísimos que están comiéndose los mocos y tienen todo el talento del mundo. Directores con muchas ganas… Y si consiguen hacer algo, olé. De base, pienso así. Esa cosa de “gente que vive del cuento” me parece una herencia franquista de la percepción de la gente del artisteo. Cuesta mucho vivir del cuento: hace falta mucho trabajo, mucho talento y mucha suerte.
– ¿Cómo recuerda sus primeros pasos? ¿Cuándo decide que quiere dedicarse a actuar? En un ambiente familiar dividido entre militares y payasos, ¿se recibió con apoyo o fue un acto de rebeldía?
– Ni una cosa ni la otra. No me sentí especialmente apoyado; se vivía una especie de anarquía educacional, un poco “aquí cada uno que haga lo que quiera”. No me pusieron problemas, pero tampoco me regalaron nada. Cuando era muy joven decidí irme a estudiar lejos del barrio, busqué enseguida salir de ese contexto tan pobre culturalmente.
– En el mundo de la interpretación existen muchas herramientas aleatorias que has de poseer y van más allá del simple talento para interpretar. Cuando empezaba, ¿qué era lo que más le chocaba, lo que más le costaba?
– He tenido bastante suerte porque empecé a trabajar bastante pronto y he podido ir construyéndome. De hecho, creo que me ha pasado lo contrario. Igual tenía más limitaciones como intérprete, pero tenía mejor intuición para el marketing. Algo que tiene mucho que ver con ser director. Luego sí llegaría la fama, pero me encontré con ella como un accidente. Era algo que ni esperaba ni buscaba ni había previsto.
– ¿Cómo de preparado llegó a ese accidente?
– Fue bastante paulatino, en contra de lo que pueda parecer. Yo empecé a hacer cosas en Canal Sur, en la tele. Luego llegó Homo Zapping, que empezó a destacar, y empezó a reconocerme la gente. Luego fue el Luisma, y aquello ya sí cambió todo. Pero antes todo iba surgiendo de manera bastante natural.
– Con Arde Madrid quiso revestir la serie; generar una narrativa a su alrededor, al más puro estilo de lo que Lindelof hace ahora con Watchmen. ¿De dónde nace esta voluntad?
– Sí, a mí es lo que más me pone. La primera razón es por responsabilidad hacia el producto. Considero que cuando la obra no llega al espectador es como si no se hubiese producido. No basta con hacer una película o una serie: la gente la tiene que ver. Y muchos directores se ocupan de hacer sus películas, pero no de venderlas. Así que por responsabilidad, por mi experiencia y porque estoy rodeado de muchas cosas que nadie ve, sé que tengo que hacer lo que sea para esto sea apetitoso. Y he descubierto que la comunicación, el marketing, se puede desarrollar de manera creativa. Cuando sabes que el cartel es algo que la gente ve más que la serie, te preocupas de hacer un cartel guay. Tu obra es el núcleo del universo que genera. Así, Arde Madrid no es solo una serie de las miles que hay, sino que además te propone un juego, con unos códigos a los que todo el mundo puede jugar.
– ¿Todo este talento que demuestra para la comunicación nace de la empatía, de saber cómo es la gente?
– Quizá sea muy soberbio por mi parte, pero yo siento una complicidad con el público. O, como diría una folclórica, con mi público [ríe]. Lo noto, lo veo en la calle, es una complicidad sutil, interna. La gente me pilla y hay un gamberreo, una relación especial con cada persona. Por eso cuando hice Carmina y amén me empeñé tanto en volver a intentar cambiar las reglas del juego de la distribución. Porque tengo una especie de pacto en el que la gente que me sigue sabe quién soy. No pueden esperar que les dé lo mismo.
– Hay algo en su persona, en cómo se ha construido, que tiene algo de fábula. La historia de un chaval de barrio marginal en la periferia de Sevilla llega hasta lo más alto. Me gustaría saber, para acabar, cuál es la relación que mantiene con su propia historia.
– En una ronda de preguntas que me hacían en Ginebra tras una proyección de Carmina o revienta una señora me preguntó: “¿Tu madre es así? Y si es así, ¿no te da vergüenza?”. Yo sabía que no estaba intentando ser ofensiva; de hecho, luego me di cuenta de que le había encantado la película. Tras pensar mucho, reparé en que todo lo que hago, lo hago por esto. Por el pudor, por luchar contra él, contra mis complejos, contra mi origen. Es un ejercicio de conciliación. Esto es lo que soy.
– ¿Y qué le queda? ¿Se sigue enfrentando al futuro con ilusión o ha aprendido tanto que ya la ha perdido?
– Sigo igual. No tengo ni idea de nada, no sé de nada. Soy el único director de España que no sabe de ópticas. Soy como los patos, que ni nadan, ni vuelan, ni corren, pero lo hacen todo. Me peleo mucho con Anna, mi mujer, que es un talento increíble. Porque parto del lema “Es mejor hacerlo que hacerlo bien”. Es mejor hacerlo, y hacerlo mal, que no hacerlo por querer hacerlo bien. Isabel Coixet me dijo una vez algo parecido, que no se me olvidará: “Es mejor hacer una película que no hacer una película” [ríe]. Hay que hacer. Siempre.
Paco León y el ‘stand up’
– En sus inicios hay una etapa que me fascina, la de los monólogos. Me parece algo muy coherente con su personalidad, esa forma de aprovecharse al máximo cuando lo único que se tiene es a uno mismo. ¿Cuánto duró todo eso, cómo llegó y cuándo supo que no le interesaba más hacer stand up?
– Es muy curioso. Yo nunca he sido monologuista, nunca he hecho stand up, excepto en contadas excepciones. Creo que estaba en Sevilla todavía cuando me enteré de que en Paramount Comedy te pagaban por hacer monólogo en su programa Nuevos cómicos. Y yo tenía uno escrito, que era más bien un personaje, un pastillero; algo que había desarrollado en clase de interpretación en el Instituto del Teatro de Sevilla. Construir personajes era algo que me gustaba mucho. Total, que me apunté a lo de Paramount Comedy y pagaban al metro, ¡según la duración! [ríe]. Por media hora pagaban… ¿200.000 pesetas?
– Mucho me parece.
– En euros es nada, ¿eh? ¿Igual 100.000 pesetas?
– Eso qué son, ¿600 euros? Bueno, tiene sentido.
– Yo creo que eran 200.000 pesetas, unos 1.200 euros, por media hora. Era muy difícil tener tanto tiempo, yo tenía como siete minutos, pero necesitaba tanto el dinero que cuando se acabó el monólogo improvisé el doble, hice 14. También tuve otra chulería: ellos me decían que primero se tenía que hacer el monólogo en una sala para probarlo y luego ya se grababa. Y yo dije que no. Les dije que lo hacía directamente grabado. “Si no os gusta, no me lo pagáis, pero si os gusta, me lo pagáis”. Al final les gustó, pese a que se salía un poco del monólogo clásico, pero la gente se reía mucho. Luego ya de famoso llegó El club de la comedia, donde siempre me he escrito yo mis guiones, lo que me parecía más interesante. Han sido solo esas dos cosas, nunca he actuado en bares ni nada parecido. Me da mucho respeto.
Una convulsa relación con la industria
– ¿Qué tal se lleva ahora con los exhibidores?
– Bien, bien. Para Carmina y amén me hice un Steve Jobs: les reuní a todos, les hice un pase privado y me puse a dar un discurso, a intentar ganármelos con mi simpatía. Yo era el que se iba a cargar la industria y allí estaba, no había pasado nada. Intentaba que nos pudiésemos encontrar en ese objetivo común, que es que la gente vaya al cine.
– Es cierto que hubo un momento en el que creíamos que iba a acabar con el cine…
– Bueno, hubo una cosa que no se sabe y que ahora voy a contar aquí. Cuando propuse hacer el estreno multiplataforma y comencé a llamar y a convencer a cada exhibidor, hasta conseguir 25 salas de cine en las que estrenar, los exhibidores hicieron un escrito para intentar boicotearme a mí como actor…
– ¿Un comunicado?
– Sí, de exhibidores a productores, una carta dentro de la industria. Nunca lo dije porque en aquel momento pensé que no serían capaces de hacerlo, que no les podría salir bien. Pero me pareció algo muy feo, lo pasé muy mal.