Paco Tous
“El cine y la televisión deberían
acudir al rescate del teatro y la danza”
Aunque le conocen en toda España, su mejor función fue ante 15 personas. Más las que le ocurren a pie de calle. Detrás de la mascarilla que impone el momento, la responsabilidad de saberse querido
Texto: FRANCISCO PASTOR
Fotografías: FRANCISCO GUERRERO
Ocurrió hará unas semanas en un supermercado de Sevilla. Las malas noticias y lo largo de la cuarentena se habían traducido aquella mañana en un vaivén de cabezas bajas. Detrás de las mascarillas, y entre la mercancía de las baldas y los carros de la compra, algún cruce de monosílabos mustio, siempre en un tono de susurro. Hasta que alzó la voz Francisco Martínez. “¡Vecinos! ¿Qué pasa aquí, que no hablamos como siempre? Por hablar no se contagia nadie”, espetó este artista más conocido como Paco Tous —este último, su segundo apellido—.
“Puse tono de actor, además. Sentía que era mi responsabilidad intervenir”, relata desde el otro lado del teléfono. A nadie le extrañará que hace dos años recogiera la Medalla de Andalucía. Nació en el gaditano Puerto de Santa María hace 56 años, pero creció en Sevilla. Allí levantó una carrera teatral que ya supera las tres décadas, se asentó, formó una familia. Y eso que en Madrid le reclaman una vez y otra. Durante un lustro, como protagonista de Los hombres de Paco, la serie que le catapultó a la fama y que aún hoy es noticia: numerosos rumores que el actor esquiva comentar entre risas adelantan que Atresmedia retomará la serie tras 10 años de hiato. Más allá de su reconocido trabajo en dicha ficción, Tous ha pasado tres temporadas Con el culo al aire y le hemos visto también en Apaches o La casa de papel. Más de una docena de largometrajes certifican su trayectoria en el cine.
“Tuve suerte, porque todo esto me cogió en el sur, en mi casa”, anota. Está dedicando estos tiempos de excepción a su mujer, a su hijo y a Donna, una pastora belga que anima más el hogar. Menos mal que la vivienda, ríe el intérprete, cuenta con una azotea. Y una pequeña broma del destino en plena cuarentena y pandemia: fue en las calles de Sevilla donde Tous se vio rodando hace unos años algunos capítulos de La peste.
— ¿Llegaremos a reírnos de esto en algún momento?
— La risa nos salvará en algún momento, porque los españoles contamos con una gran experiencia en reírnos de nosotros mismos, y de alguna forma tendremos que soltar lastre. La comedia aporta claridad, y esta nos hará falta para depurarnos, reinventarnos y empezar esa historia nueva, esa vuelta a la vida. Pero eso llevará un tiempo; ahora las emociones son otras: a mí no dejan de conmoverme la solidaridad y la superación que estoy viendo a mi alrededor. Nos toca estar todos a una, y creo que obedezco en todo al Gobierno. Lo haría aunque fuera de cualquier otro color. Pero me gustaría ayudar más. Incluso me ofrezco a la policía municipal de Sevilla, por si me tienen que llevar donde sea a levantar los ánimos.
— ¿Le reconocen por la calle con la mascarilla?
— Sí, sí. Me paran y me dicen que les da igual lo que me ponga, que me han descubierto. Hasta me miran y se dirigen al personaje, porque muchas veces me toca de gracioso, entrañable y divertido.
— Y eso que, a partir de la cuarentena, la relación entre el artista y el público se está estableciendo sobre todo de forma virtual.
— Resulta algo frustrante porque no manejo bien ese medio. Tengo perfiles en algunas redes, pero no los muevo mucho. Tampoco me gustan las videoconferencias. ¡Y los directos por Internet! Soy torpe en la parte técnica, pero es que tampoco sé cómo afrontarlos. He hecho alguno y me ha salido mal porque quise llevarlo desde el personaje. Sentía que yo, como Paco, carecía de interés. ¿Quién soy yo para que los demás quieran hablar conmigo? Lo hago por deferencia hacia la gente que me quiere, pero me cuesta un poco entenderlo.
— ¿Siente, como alguno de sus compañeros, que la destreza en las redes forma parte del currículo?
— ¡Espero que no! Sé que hay algún informe, algún listado por ahí, en el que se nos puntúa por nuestro valor mediático. Cuántos seguidores tenemos, cuál es nuestra repercusión en la prensa. Aunque espero que todo esto no valga en realidad para nada. Y eso que ahora, con La casa de papel, he triplicado mis seguidores de Instagram porque empeieza a seguirme mucha gente desde Latinoamérica. Pero yo soy de presentarme a las pruebas.
— Cuando no están trabajando, muchos actores se reciclan con algún taller o emprenden un proyecto. Pero… ¿qué se hace cuando todo el país también está parado?
— Yo me paso una buena parte del día imaginando cosas. Músicas, juegos. Pienso en mi trabajo y en mi vida. Creo que hasta lo corrobora la ciencia: el cerebro de los artistas es creativo y siempre está con un pie en cualquier otro mundo. Un profesor mío decía que es imposible que un actor se quede mucho tiempo sentado.
— ¿Está escribiendo, está creando algo?
— No. No me he sentado a escribir. Tengo alguna cosa guardada en el cajón, como un espectáculo de flamenco que me gustaría dirigir en algún momento, pero por ahora prefiero dejarlo así, no poner nada sobre el papel. Viajo con una imaginación personal, no profesional, porque quiero descansar.
— ¿De qué parte del trabajo está descansando más?
— De los viajes. Vivo y tengo a mi familia en Sevilla. También a mis padres, que están mayores. Pero toda mi rutina laboral está en Madrid. Me alegro de haber aparcado los trenes y los hoteles. Estoy aprovechando el estar en casa.
— ¿Teme la llamada vuelta a la normalidad?
— Me preocupa lo que ocurra con el teatro, el hermano pobre de toda esta industria. Siempre lo es. A mí no me importa actuar para un tercio del aforo, ¡será que no he trabajado en obras a las que no venía nadie! La mejor función de mi vida ocurrió a mediados de los noventa en Granada. Habría unas 15 personas en la sala. Estábamos haciendo Maná, maná, un espectáculo de mi compañía. Ese día estaba tocado por una varita. Pero el problema de actuar frente a un público limitado no es ese, sino que la situación laminará a las pequeñas productoras.
— ¿Lo dice por experiencia? Fundó el grupo de teatro Los Ulen hace más de 30 años.
— Claro. Hago cuentas y creo que en compañías independientes como la mía no tendríamos ni para cubrir los viajes. Quizá sea el momento de pedir un gesto solidario en el gremio: el cine y la televisión deberían acudir al rescate del teatro, de la danza. Las artes que necesitan al público en vivo son las que más tarde van a retomar la normalidad. ¡Pasar todo un año sin sentarme en la platea! Me duele solo de pensarlo. En cuanto se abran los telones haré cola para ver una función tras otra. Ese será mi compromiso, y se lo pido a los españoles: cuando salgamos de esta, llenemos los teatros. Todos los actores hemos nacido en uno de ellos. Y yo pienso cada día más en las tablas. No me gustaría retirarme sin haber interpretado al Otelo de Shakespeare.
— Llevaba cerca de dos décadas de labor teatral cuando la televisión llegó a su carrera. Y con ella, el trabajo en equipos más grandes.
— Pero mantuve mi compañía. Y si algo he desarrollado gracias a esta doble vertiente, es la capacidad para entender a los demás. Cuando trabajo para otros tiro de todo mi bagaje y me pongo en el lugar de los productores y los directores. Soy permeable, comprensivo, disciplinado. Ahora, que sepan mandar, claro. Resulto un gran vasallo cuando me dirige un buen señor.
— A pesar de la experiencia y la fama, ¿logra conservar la humildad?
— La fama no me importa. Me siento muy sociable y me gusta saludar a la gente por la calle, pero para mí el éxito es trabajar, como lo he hecho, con actores de la talla de Juan Diego y Adriana Ozores. Ese aprendizaje es lo que más le agradezco al cine y la televisión. Por lo demás, hago mi papel cada día, paso a paso, lo mejor que puedo. Y ya está. Siempre dejo para mañana aquello de sentirme actor.