“Es importante hacer una autocrítica sólida, pero sin llegar al harakiri”
Tuvo suerte Patrick Criado en su primera prueba, para enlazar luego un trabajo con otro, por aprender de sus compañeros sin paso previo por una escuela. Pero tras ‘Mar de plástico’ se vio sin nada que hacer y se empeñó en luchar con más fuerza por su oficio
PEDRO DEL CORRAL | @pedrodelcorral_
Sonríe con todas las partes de su cuerpo. Ilumina cada palabra que articula con grandes dosis de sensatez. Sabe de lo que habla y actúa con conocimiento de causa. Mira, analiza, debate. Lleva incrustado el arte en las entrañas y la memoria en la piel. Patrick Criado ha cargado sobre sus hombros el peso de la resistencia de la guarnición española de Baler (1898. Los últimos de Filipinas, Salvador Calvo), el cargo de conciencia de quien se quiere quitar la vida (El club de los incomprendidos, de Carlos Sedes) o las dudas entre jugar al ataque o al contragolpe días antes de celebrarse una boda (La gran familia española, Daniel Sánchez Arévalo). Y en cada caso ha sabido crear su personaje a ras de carne, embistiendo con fuerza contra sus dilemas.
Es un obrero de la palabra, un sastre de los sentimientos. Siempre que se enfrenta a un nuevo reto bucea entre los sonidos de su mente, pasea abismado por las profundidades del texto y explora sus sensaciones. “Es la mejor forma de saber quién soy y quién quiero ser en cada proyecto”, enfatiza. Esa trasparencia le viene de serie. Se detiene a menudo mientras habla para ponerse a pensar. Sin pudores. Este madrileño sabe que sus movimientos van acompañados de nitroglicerina, por eso prefiere defender sus armas cuando esté frente a una cámara. Su duende aparece entonces de puntillas, agarra el pecho del espectador… y le relata qué está pasando en su mundo interior. Es profundo y reflexivo. Expresa con ojos de quien ha vivido su historia y respira con la energía de quien sigue caminando de la mano de su juventud.
Es más que el canallita y el malote que figura en su extenso currículum. Ha sido asesino de sangre fría (Mar de plástico), retrato del reinado de Felipe IV (Águila roja) y niño de orfanato (Amar en tiempos revueltos). Ha cavado tantos túneles dramáticos como nervios ha matado en sus 23 primaveras. “Es bueno sentirlos. Aún recuerdo cómo me temblaban las piernas cuando me tuve que enfrentar a mi primer desnudo. Afrontar desafíos forma parte de mi carrera, pero también de mi vida”, ríe entre carcajadas. Y lo natural es acompañarle porque, pase lo que pase, siempre ha luchado por conservar la sencillez que le ha dado su barrio: La Elipa. El siguiente paso será mantener ese nivel de franqueza en la serie Vivir sin permiso, el filme Asesinato en la universidad y en la obra Cronología de las bestias. Su promiscuidad artística seguro que se lo permite.
– Ha crecido en el cine y la televisión. ¿No le daba miedo convertirse en un juguete roto más?
– Jamás me lo planteé, hasta hace un par de años. Si algo he aprendido es que nunca sabes cuándo volverás a trabajar, cuándo te van a llamar de nuevo. Antes no tenía esa sensación; ahora sí. Por eso valoro mi profesión y doy el máximo en cualquier proyecto.
– ¿Esperar esa llamada es tan horrible como lo pintan?
– Te vuelves loco. Por eso intento buscar alternativas. Cuando estuve sin hacer nada me dediqué a aprender idiomas, a estudiar, a conocer gente… Hay que sacar la parte positiva de no trabajar. Solo he tenido un parón grande en mi carrera, y gracias a él, me di cuenta de que también era necesario. Fue la primera vez que me pregunté: ¿cuál es el siguiente paso? Antes no me había preocupado por ello.
– Nunca ha recibido clases de interpretación. Cuando le preguntan qué ha hecho para ser actor, ¿qué responde?
– Que el mío no es el mejor ejemplo a seguir. Es necesaria la formación para forjar una base sólida. Las escuelas son el mejor medio para que saques el duende que tienes escondido. Es como cantar: casi todos podemos hacerlo, pero muy pocos tienen el don de emocionar. Yo quería ser futbolista, pero no era Messi, y eso se nota desde el minuto cero. Hay que tener algo y aprender a sacarlo. En mi caso, lo he conseguido trabajando y viendo a mis compañeros.
– ¿Recuerda su primer casting?
– Sí, el de Águila roja, con Luis San Narciso. Aquel día tuve un examen del colegio para el que no estudié, y tampoco me había preparado la prueba. Lo hice fatal. Y Luis me pidió que regresase en un momento en el que estuviera más tranquilo. Vio algo en mí. Volví al día siguiente y me cogieron. Pero eso no suele ser habitual: si no te sale bien un casting, te toca esperar otra oportunidad.
– ¿De qué manera afectó a su carrera la nominación a los Goya por La gran familia española?
– Hubo una explosión de generosidad. Para mucha gente ese era mi gran momento, pero es todo paja. Los premios son un paripé que no te da trabajo. Solo una olla exprés de felicidad. Eso no significa que aquel no fuera uno de los momentos más bonitos de toda mi vida.
– ¿Hace falta tener un ‘plan B’ por si acaso?
– Mis padres querían, ante todo, que tuviera los pies en el suelo. Cuando eres un crío es fácil perderte: te dicen un par de halagos en un rodaje y ya te crees el mejor. En esos casos es importante que tengas a tu familia cerca para que te baje de la nube. También a mis colegas de toda la vida. Da igual que uno sea actor y otro sea ingeniero de minas, todos llegamos reventados de trabajar y todos nos contamos nuestras cosas para desahogarnos.
– ¿Es fácil conservar a los amigos de siempre?
– Cuesta… pero sí. Son muy necesarios. En especial, en aquellos momentos en los que hay alguna caída: tan rápido puedes protagonizar un proyecto de la hostia como no estar haciendo absolutamente nada. A mí me pasó tras finalizar Mar de plástico. Estuve un año sin trabajo y decidí irme a Londres para vivir otras experiencias. Tuve que superar ese duelo yo solo, pero cuando lo consigues, vuelves con más fuerza que nunca. La lucha es algo que va ligado a la profesión.
– ¿Es complicado que alguien que no conoce este mundillo entienda cómo funciona?
– Sí. Hay un lado humano que todos entienden y cosas que mi colega del barrio no. Por eso son tan necesarios los compañeros de profesión. Por lo general, tengo amigos tanto de un lado como del otro.
– ¿Cuál ha sido el personaje más complejo que ha preparado?
– El de Mar de plástico. Fernando Rueda era un chico diferente, hablaba de otra manera, volcaba una energía extraña. Dicho de otro modo: era un asesino psicópata. Ha sido mi papel más adulto, y eso lo noté durante el rodaje. A veces me encontraba sin herramientas para desarrollarlo, pero intentaba utilizar la intuición y los consejos de mis compañeros. Ser actor es un aprendizaje constante, incluso cuando no estás grabando.
– ¿Le gusta hacer de malo?
– Sin duda. Son los papeles más agradecidos porque te permiten unos lujos que en la vida real jamás tendrías. En esa serie siempre estaba por encima del resto de personajes a nivel mental y psicológico. Yo era el único que sabía la identidad del asesino. Era como un secreto de Estado. Eso nunca pasa en nuestra rutina.
– Suele mencionar a Pedro Casablanc como uno de sus referentes.
– Lo que más admiro de él es su habitual estado de relajación absoluta. Mantiene la calma siempre. Parece que no le importa tener la cámara delante, todo lo que ocurre a su alrededor le es indiferente mientras graba. Es él y su circunstancia.
– ¿Qué diferencias observa entre el pequeño Patrick de Los Serrano o El comisario y el ya jovenzuelo que aparecía en El Ministerio del Tiempo o El padre de Caín?
– Para mí interpretar es jugar. Eso no ha cambiado. La diferencia es que me preparo mucho más las cosas. Lo tomo con más consciencia: me centro en la psicología del personaje y hago un trabajo de mesa minucioso. Y a nivel personal, todo se ha ido reconduciendo, es la diferencia entre un niño y un adulto.
– Ahora valorará mejor los proyectos que le lleguen.
– Sí. Me quedo con aquellas historias que van más allá de lo que se está viendo. También valoro que haya diálogos verídicos sobre los que luego puedas trabajar. Contar con un buen guion y un personaje definido es un gustazo. Lo que más me gusta de mi profesión es hacer de alguien que tiene una línea de pensamiento diferente a la tuya.
– Continúa con Cronología de las bestias, su primer trabajo escénico, con Carmen Machi al frente.
– Me gusta mucho el teatro porque no puedes mecanizar las cosas. Es muy sexi, y lo más bonito es que cada día es diferente.
– Para saber que su trabajo está bien hecho, ¿cree que es crucial eso verse y no reconocerse?
– Tengo la suerte de analizar mi trabajo y decidir si me gusta o no lo que he hecho. Otros compañeros no pueden hacerlo. En mi caso, me veo a mí mismo en todo momento, sé lo que estaba haciendo y cómo pensaba entonces. Es bueno hacer una autocrítica sólida, pero sin llegar al harakiri.
– La música le ha acompañado en varios de sus rodajes. ¿Le apasiona tanto como a sus personajes de El club de los incomprendidos y Todos están muertos (Beatriz Sanchís)?
– Me encanta. Mi padre es músico y ha tenido muchos grupos. No podría vivir sin ella.
– ¿Qué escucha en estos momentos?
– De todo. Últimamente me he centrado en Joaquín Sabina. Ya conocía sus canciones típicas, pero ahora estoy empapándome de toda su discografía, es un maestro.
– Usa poco Twitter, pero de vez en cuando retuitea algo de política. ¿Teme que, a medida que pasen los años, empiecen a aparecer en sus entrevistas cuestiones en las que deba posicionarse?
– Miedo no me da. Estoy siempre informado, pero cuando me tengo que mantener al margen en una conversación, sé hacerlo. Si considero que no debo responder, no lo voy a hacer. Son preguntas muy complicadas porque, digas lo que digas, tendrán consecuencias. Siempre hay que cuidar las palabras.