Pau Durà
“Jorge Sánchez-Cabezudo se arriesgó dándome mi personaje en ‘Crematorio’. Luego han venido muchos más papeles de malo”
Se cumplen 10 años de la primera serie de autor española, la que seguramente marcó el inicio de la época más dorada en nuestra ficción televisiva. La estrenó Canal+ y para este actor curtido en la comedia supuso un drástico cambio de registro. Ese reto interpretativo no fue el único de Durà, que desde entonces se labra una prometedora carrera también como cineasta
ALOÑA FERNÁNDEZ
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
La afición al teatro en la niñez, “el veneno de estar encima de un escenario”, se convirtió en un anhelo profesional cuando, al acabar el instituto, un joven Pau Durà (Alcoi, 1972) descubrió por televisión que existían escuelas de Arte Dramático. En aquel momento se planteó trasladarse a Barcelona para intentar que le admitieran. Aunque de ello ya han transcurrido tres décadas, el amor que siente por la interpretación no ha hecho más que intensificarse, acompañado ahora además por el despertar de un gusanillo dormido desde la adolescencia: el de la escritura y la dirección.
“Ni se me pasaba por la cabeza que podía acabar haciendo de actor en el cine o en la tele, y mucho menos, dirigiendo o escribiendo”, recuerda este creador sobre la etapa en la que dejó su ciudad. Ahora retoca en la sala de montaje su segunda película tras las cámaras, Toscana, la primera donde compatibiliza las labores de guion y dirección con la faceta de actor. Su estreno llegará a lo largo de este año, y en la agenda de 2022 tiene anotado su tercer largometraje, una road movie cuyo título será Pájaros. Más inminente es su incorporación a la serie Madre, y por si ello fuera poco, estos días le vemos en la ficción de TVE Ana Tramel. El juego.
Pese al aluvión de proyectos en los que está envuelto, Durà nos dedica unos minutos para hablar de Crematorio, un hito de la televisión en España del que se cumple su décimo aniversario. Aquella serie haría que muchos directores de casting le llevasen al lado oscuro de las historias.
– En 2014 lamentaba que Crematorio fuese una producción poco vista. Más que una serie, usted la consideraba una película de siete horas. ¿Hoy sigue pensando lo mismo?
– Sí. Creo que abrió un camino. En Crematorio se cumplió aquella máxima que David Simon, el creador de The wire, atribuyó a los guionistas de esa serie: algo así como que le den por saco al espectador medio. Y lo conseguimos porque era una historia para un canal de pago, Canal+, de ahí su parecido con el cine. En cine uno intenta hacer la película que le gusta, y los Sánchez-Cabezudo crearon la serie que querían hacer ellos, sin pensar en que debiera gustar a todos los miembros de la familia. Desde entonces, en España se han hecho series muy interesantes, lo cual no significa que antes no se hicieran. Pero se hacen de otra manera, no se intentan alargar si no es necesario.
– ¿Llegó a barajarse una continuación para Crematorio?
– La gente hablaba de una segunda parte, pero para qué, si era redonda. Y con lo que cuesta desarrollar una temporada, entiendo que dijesen: “Vamos a dejarlo en alto”. Entre los personajes siempre teníamos una coña, sin ningún ánimo de hacer espóiler: se podría crear un spin-off sobre qué había hecho con la pasta Zarrategui, mi papel en el reparto. Era el único personaje que no estaba en la novela de Chirbes, era como el consigliere de El padrino. Estoy muy contento de haber participado porque marcó un antes y un después.
– Usted ya había trabajado mucho para televisión. ¿Durante la grabación de esa serie sintió que estaba inmerso en algo diferente?
– Sí. Aquello se parecía más a las películas para televisión que yo conocía que a las ficciones seriadas. He participado en series en las que no sabía hacia dónde iba mi personaje, pero recuerdo que en Crematorio filmamos los ocho capítulos del tirón: el primer día hice secuencias del último episodio. Esa era otra similitud más con el cine. Y el nivel de producción… Ahora es más habitual, lo ves en los títulos de Netflix, pero en aquella etapa no era tan común. Conocí a Jorge y Alberto Sánchez-Cabezudo, que son amigos míos, recurro mucho a ellos cuando escribo.
– También fue innovadora en el plano temático porque en ese tiempo no se estrenaban demasiadas ficciones políticas en España.
– Nacía del universo de Chirbes, de una novela de monólogos interiores, sin nada de dramaturgia. Y la inventaron ellos. Se habla poco del gran trabajo de adaptación, pero es de premio. Antes de que me dieran los guiones cogí la novela y me pregunté cómo lo harían. En cuanto al tema de la corrupción, Berlanga nunca dejó de hacer comedias, como en La escopeta nacional. Fue curioso que Crematorio coincidiera con el auge en los descubrimientos de casos de corrupción, sobre todo en Valencia, el lugar en el que estábamos rodando nosotros. Pero lo que más me interesaba, y lo que me sigue interesando cuando pienso en la serie o la veo, es cómo conseguir empatía hacia aquellos personajes. Eso es a lo que no estamos acostumbrados: estamos habituados a estar al lado del bueno y tener claro quiénes son los malos. En esta, como en toda la saga de El padrino, el espectador está con ellos. Y eso que son unos hijos de puta, o al menos el protagonista, Bertomeu, y toda la trama que tiene urdida. Se logra la empatía, que no la simpatía, aun provocándole un dilema al público, y ahí es donde radica la modernidad, el cambio. Ahora ya abunda este tipo de ficciones centradas en personajes oscuros, de esos con los que cruzarías de acera al verlos.
– ¿Qué recuerda de su Zarrategui?
– Lo disfruté. Creo que es Alberto Rey a quien le leí un artículo sobre Crematorio en el decía que una de las virtudes de la serie, entre otras muchas, era que me habían sacado de la tele de decorados o de comedia para meterme en un personaje frío. Me acuerdo de que curraba mucho con Jorge [Sánchez-Cabezudo] la mínima expresión. Yo soy un tío expansivo, me gusta la comedia y el humor, y ahí me encorseté, me reclamaban para eso. Siempre se lo he agradecido a Jorge, que se arriesgó dándome aquel personaje. Luego han venido muchos más papeles de malo, con la edad me van saliendo más así.
– Ha visto recientemente a los hermanos Sánchez-Cabezudo. ¿Ha sido alguna celebración por el aniversario de Crematorio o algo casual?
– Ha sido casual, me han ayudado en mi segunda película, como mucha gente próxima a mí a la que pido que eche un vistazo cuando estoy acabando. Vinieron a un pase que hice y nos volvimos a ver. Me ayudan siempre, lo hicieron con mi anterior peli. Están en mi quinteto de confianza cuando tengo una historia. La escritura y el montaje en cine son labores en las que se necesita escuchar mucho y tener miradas ajenas, porque llega un momento en el que tú no eres objetivo.
– ¿Qué le hizo pasarse al otro lado, a la dirección?
– Siempre lo achaco a la crisis de los 40. Me gusta pensar que es algo que tenía ahí, a los 12 o 13 años ya escribía guiones que he recuperado recientemente, funciones de verdad. El cine siempre me ha interesado, y llegó un momento en que dije: “Creo que estoy preparado”. O que la escritura ya llegó a un punto en el que pensé: “Estoy se podría rodar”. Nunca es un proceso inmediato, no se trata de un “voy a escribir una película”, el camino fue muy tranquilo. Antes de los 40 tenía ganas de ponerme. La creación desde cero es un placer mucho más grande, la satisfacción también es mayor, como lo son después los golpes. Tenía un guion que se perdió en un cajón y que le pasé a mi amiga Mireia Ros para que lo dirigiera ella. Me dijo: “Esto lo tienes que dirigir tú”. A raíz de eso me dije: “¿Por qué no?”. En los últimos años disfruto mucho en el medio de la imagen, en la planificación, en contar con imágenes.
– Hábleme de Toscana.
– Es una comedia que nace un poco de una doble crisis: la global de 2009, que fue cuando la empecé, y también de la personal, la de los 40. Regreso en clave cómica a ese momento crítico de la madurez, de la paternidad. Cuento la historia de un crítico gastronómico que queda atrapado en el restaurante italiano Toscana, en el momento en el que un pinche le reclama a su jefe el finiquito que le debe con una escopeta. Habla de hasta qué punto nos necesitamos los unos a los otros, y al final hay mucho drama en la peli, pues muestra las pequeñas crisis personales y emocionales que azotan a los personajes más allá de la global.
– En la pequeña pantalla tiene pendiente de estreno Ana Tramel. El juego. ¿Cuál es su papel?
– El de un tipo bastante desagradable. Últimamente me ofrecen personajes desagradables, por eso tengo que escribirme yo mismo Toscana para pasármelo bien [ríe]. En Ana Tramel soy el marido de Natalia Verbeke, y aunque no estoy metido en la trama del juego, soy un maltratador. Y para Atresmedia empiezo a grabar en unas semanas Madre, con Adriana Ugarte y María León. Ambas protagonizan este drama familiar en torno a la maternidad, y ahí también interpreto a un tipo… No lo voy a desvelar, pero no sé qué me ven.
– Alguien tiene que hacerlo…
– Efectivamente. Se trata de buscar al humano que hay debajo de estos tipos, que es lo que hacemos al interpretar estas historias, como en Crematorio. Hay que construir a los malos. El de Ana Tramel es un tipo equivocado, pero no he visto el resultado tras el rodaje, y por mi experiencia en la dirección sé que podemos encontrarnos con cosas muy distintas debido a la reescritura del montaje. El actor forma parte de una cadena muy grande.
– Usted ha trabajado en cine, teatro y televisión. ¿Hay algún medio con el que disfrute más?
– La verdad es que no. Estuve un poco alejado del teatro, durante unos 10 años no me subí al escenario por manías, llamémosle pánico escénico. Y últimamente hago menos teatro porque estoy ocupado en otros menesteres. Como los rodajes forman parte de mi vida, disfruto con cada retorno al teatro.