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22-07-2016



Paula Ortiz
 
 
“Tres generaciones de librepensadores cambiarían un país”



´La novia’, adaptación de la lorquiana ‘Bodas de sangre’, sigue suscitando interés y admiración allá donde va. Su directora es un vendaval: la pereza, desde luego, no figura entre sus comensales



JAVIER OLIVARES LEÓN
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Quizá al bebé de Paula Ortiz no le guste el cine. Tal vez no le llene tanto leer como a su madre. Es posible que se conforme con escuchar las casetes de cuentos tradicionales que ella a su vez heredó su madre. Lo único seguro es que el heredero estará más próximo a la hiperactividad que a la pachorra. Una prueba: el día en que tuvo lugar esta entrevista, ya en la cuenta atrás del alumbramiento, Paula Ortiz tenía programada una charla en la Academia del Cine. Y había dedicado la mañana a rodar un proyecto publicitario con el cocinero David (Dabiz) Muñoz para Aldeas Infantiles, que no solo de premios vive la madre de La novia. Provoca estrés hojear la agenda de esta zaragozana de 38 años, y para seguir sus redes sociales hacen falta pulmones de maratoniano.
 
– ¿Es fácil distinguir el lenguaje de cada trabajo?
– Quizá el lenguaje no cambie tanto, sí la dinámica de trabajo. El spot se parece al corto, pero, sobre todo, al encargo: pones al servicio de quien te llama tus herramientas narrativas. Dime qué quieres contar, y lo hago. A veces son muy abstractos, y yo lo trabajo.
 
– ¿De alguno está especialmente orgulloso, por su entidad narrativa?
– Sí, pero más por las exploraciones que representan. Por ejemplo, las campañas que hice con Elsa Pataky para la firma Women’Secret. He aprendido mucho en ellas. Firmé otro para el Gobierno de Aragón, un programa educativo de cine y salud, que quedó muy bonito. Y este de Aldeas Infantiles resulta muy onírico, con el mundo de David Muñoz.
 
 
 

 
 
– Carlos Vermut, director de Magical Girl, lamentaba hace dos años en esta misma sección de haber perdido alguna nominación al Goya que le hacía ilusión, como la del guión. La novia tenía 12.
– Pues… yo creo que me ha pasado lo mismo. En mi caso se trataba de un guion adaptado, que constituía una reivindicación de Lorca. Reivindicación cultural que no tuvo respaldo, ese lenguaje poético del asunto. Eso, y probablemente, la nominación de la música. Por cierto, qué grande Carlos Vermut. Salí tan impactada con la película que necesitaba decirle que siguiera con sus ideas. Solo me ha pasado con Magical Girl y con La gran belleza [de Paolo Sorrentino]. Las he visto dos veces porque lo necesitaba
 
– ¿Y le dolió quedarse sin el Goya de director(a)?
– Es que había directores muy fuertes, con propuestas muy honestas. No siempre sucede así en otros festivales. Hay algunas menos comprensibles, o menos honestas. Pero perdimos con propuestas que merecían mucho la pena.
 
– ¿Hay alguna similitud entre su Lorca y el de Saura?
– Son propuestas espejo, en cierto modo. Su ballet cuenta toda la parte poética de Lorca, con movimiento pero sin versos. Lo vi muchas veces. Utiliza el conflicto, la trama, sin usar el espacio físico, los paisajes a los que alude Lorca. Y en nuestro proyecto, el paisaje es decisivo, como lo es en el universo lorquiano.
 
– Entre tanto parabién, ¿le ha molestado algo de lo escuchado o leído sobre La novia?
– Me desilusiona que se frivolice la estética. El lenguaje, el tratamiento de las formas, lo considero algo filosófico, una experiencia, algo totalmente imbricado con la ética del relato. Que eso se frivolice y se reduzca a lo superficial, me molesta. Puede no gustar, puedes no entrar al código ético o trágico que implica…
 
 
 

 
 
– Experiencia tiene la misma raíz que experimento.
– Es que había mucho de experimento. Se trataba de traducir una obra de hace casi cien años con las herramientas del cine contemporáneo. Y una obra de teatro que pertenece a la órbita de lo poético, que implica una iluminación (no en el sentido técnico) diferente, que alumbra aspectos distintos del alma. Por otro lado, es una tragedia, no un drama. El código trágico, el planteamiento de un río como relato que te lleva hasta la catarsis, para dejar en el aire unas preguntas.
 
– ¿Es buen momento para este tipo de relatos?
– Seguro. Hay necesidad de ellos. Por eso digo que tienen mucho de experimento, porque no se abordan: se hacen códigos dramáticos, cómicos… pero no trágicos. Sí hay directores trágicos, como Lars von Trier. Y se trataba de elegir esa estética para lanzar la experiencia trágica.
 
– ¿Fue duro el rodaje?
– Durísimo. El desierto de Los Monegros es el lugar más fotográfico del mundo, pero también uno de los más duros. Hace mucho frío, o mucho calor. Y La novia se hizo en verano, con mucho viento. Había alerta roja, incluso. Los actores tenían que decir versos en una situación física fuerte. Son durísimas las comunicaciones, tanto para llegar como para lograr cobertura del móvil. Y queríamos hacer una apuesta estética fuerte con poco dinero. Por tanto, sin margen de error. Casi ningún día se rodaba lo planificado. Estás todo el tiempo pensando que lo que haces son ñapas, apaños. Y para los actores, es mucha presión. Resistencia mental y física. Y claro, eso no lo percibes en plató.
 
– ¿Percibía a diario si el resultado era o no lo que quería?
– No. Se percibe justo lo contrario. Lo que no haces. De hecho, no se hizo parte del guion.
 
 

 
 
– ¿Usted dirige mucho a los actores?
– Mucho, soy muy pesada. Es el quid de la cuestión. Hay actores que no se dejan hacer. Y gente de método, de sus escuelas, a los que mueves muy poco de ese carril. En La novia es muy importante ajustarse a la dramaturgia, es importante ceñirse a la historia. Todo el tiempo que te den con los actores, es precioso para trabajar. Pregúntale a Álex García [risas]. Hubo que desmontarle, porque tenía otra cosa en la cabeza.
 
– ¿Vio claro el protagonismo de Inma Cuesta desde el principio?
– Rotundamente. Lo más difícil, en el propio texto, fue saber dibujar bien a los hombres. Las mujeres están claras desde el principio, Inma y las secundarias, Luisa Gavasa [Goya a la mejor secundaria] y Ana Fernández.
 
– ¿Tiene otro Lorca, otro clásico en mente?
– Sí, sí. No será lo primero que haga. Tengo muchas ideas sin producción.
 
– Pero usted le sobra arte con los productores. En su primera película, De tu ventana a la mía, consiguió coproducción norteamericana, turca, alemana…
– Fue un poco casualidad. Aquello salió tirando del hilo. Fue fruto de buscar la coproducción. Pero para los proyectos de ahora no hay nada. La novia es una película artesanal, que me dejó algo exhausta.
 
 

 
 
– ¿Maribel Verdú también llegó a su vida por casualidad?
– No, a Maribel la busqué. Por la vía natural. Contacté con el representante y le dije que quería enviarle un guion. Y, nada más recibirlo, me llamó la actriz. “Te llamaré en dos semanas”.
 
– Algo vería, al recibirlo…
– Es que yo mando siempre los guiones con un dosier visual, un pequeño cuaderno, un libro de referencias, de películas. Meto incluso músicas y versos. Más que nada, para que se hagan idea de la película de un vistazo. Todo guión pueden ser muchas películas. Así ve hacia dónde apunto.
 
– Y, ¿es cierto que Spike Lee y Anthony Minghella le animaron con su primer guion, en Nueva York?
– Sí, era un auténtico privilegio tenerlos de profesores. Disfruté, algo mayor, de una beca de investigación de cuatro años. Estuve en la Tisch School of the Arts, en Nueva York. Era consciente de ello. Me fui a los 27-28 años, y había que aprovecharlo.
 
– ¿Que le dijo Minghella, por ejemplo?
– Ya estaba enfermo, pero apelaba a la pura esencia de la narración en el individuo y la sociedad. No hablaba solo de herramienta cinematográfica, del momento. Era la vuelta hacia atrás, a la raíz, permanentemente. Normalmente, en la vorágine de producción y rodaje, pierdes esa semilla. Cuando alguien como él te recuerda que vayas al porqué de la historia, al porqué los que somos cuentacuentos y narradores de la sociedad no somos un ornamento… La cultura no es la última capa, sino la base. Y eso lo explicaba muy sencilla y recurrentemente.
 
 

 
 
– También estuvo en un taller con Bigas Luna.
– Es lo primero que hice. Diría que es complementario de lo de Estados Unidos. Me enseñó muchas herramientas de narración. Era también un taller de narración audiovisual, explicaba la forma de narrar en imagen. Era buen profesor.
 
– ¿Qué recuerda de su legado?
– Te ponía la cámara y te decía: “Rueda”. Un plano, un minuto, una historia. “Cuéntamela, sin cortes, sin texto”. Y así, semanalmente. Me ayudó a perder el miedo. Y era muy respetuoso en la hora de valorar. Un buen maestro.
 
   La repercusión de La novia ha permitido a Paula Ortiz codearse con lo más consagrado de la profesión. Del pasamanos de la alfombra roja de los Goya destaca haber conocido a Fernando León de Aranoa y a Isabel Coixet. Pero con quien mejor se entiende, casi sin hablar, es con los paisanos y colegas de su generación. “Es que son hasta compañeros, trabajamos juntos. Con Paco Plaza comparto todo, por su gran sentido de la narración, el oficio y el compañerismo: quiere que las películas salgan y salgan bien. Se pone en tu cabeza. Y Miguel Ángel Lamata, zaragozano como yo, es mi hermano mayor. Quizá porque hemos llegado en un momento tan duro que, o te ayudas o mueres. No hay otra”.
 
 

 
 
– ¿Qué tal se lleva con sus colegas femeninas?
– Hay un sentimiento de hermandad fuerte. Yo pertenezco a la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (Cima), y hacemos todas por echarnos una mano. Siempre que he acudido a Icíar Bollaín, me ha ayudado. Y Josefina Molina es toda una filósofa a la que reivindico siempre. Su Función de noche me pareció excelsa. Tiene una generosidad extraordinaria. Con todas. Y vivió una época durísima, más que nosotras. En el oficio hay egos, por supuesto, pero también hay mucha voluntad de supervivencia. Incluso aunque no estés de acuerdo con la película o el proyecto.
 
– ¿Cómo se dio cuenta usted de que la docencia podía satisfacer la ambición?
– Es que yo vengo de la docencia, mis padres eran profesores, y estudié Filología Hispánica. Hice el doctorado en Historia del Arte.  En realidad todo lo que hacía me condenaba a la docencia.
 
– ¿Y le gusta?
– Mucho. Es que dar clase te obliga constantemente a replantear las bases, como me decía Minghella: tener que explicar a los que vienen cómo hacemos nuestro oficio te obliga a clarificarlo. A veces, la vorágine te pierde en las ramas. Te obliga, además, a mantenerte actualizada con los tiempos: estar con gente de 20 años te aleja, en cierta medida. Alucino con las cosas que ven, a veces muy alejadas de las mías. Y en última instancia, porque la educación cambia el mundo.
 
– ¿En qué sentido?
– Tres generaciones de librepensadores cambiarían un país. Estoy segura, y creo que desde el aula se pueden cambiar muchas cosas. Me lo tomo como algo muy pasional, como hacer películas.
 
 
 

 
 
– ¿Qué nivel tiene la gente de 20 años?
– No es cierto que sean menos cultos. Tienen referencias distintas. Ven poco cine, pero porque sacian su avidez de historias en otras partes: internet, vídeos breves de YouTube. Relatos, al fin y al cabo. El gran reto de los que enseñamos es asimilar esa información, canalizarla. Nosotros tenemos más información que nuestros padres, como ellos tuvieron más que nuestros abuelos.
 
– Tienen todo, pero no van a Billy Wilder.
– ¿Y por qué? Porque saben que teclean un nombre y lo tienen aquí y ahora. Wilder, Kurosawa… la educación debería consistir en trazar caminos para llegar a las raíces. Y hay días que flipas. Se quedan con las primeras referencias rápidas que llegan. No tiene sentido que tú les hables en plan clase magistral, porque lo teclean y lo encuentran. La labor del profesor consiste en buscar los itinerarios, de una manera crítica, a raíces estructurales de nuestra cultura. Conocer a John Ford no es banal, es la base de nuestra cultura. Hay que llevarles ahí, y no es fácil. Vienen de otros lugares.
 
– ¿Tiene referencias fílmicas distintas a sus alumnos?
– Totalmente. En un año puedo no coincidir en ninguna película con ellos. Ni libros, ni programas de televisión ni series. Ni Mad men ni Juego de tronos. Ha cambiado todo en los diez años que llevo ejerciendo. He tenido que ver Los juegos del hambre para saber de qué hablan.
 
– ¿Le gusta el lenguaje de las series?
– Depende. Son tan radicales que o eres fan o eres detractor. Hay cosas muy fuertes. Y a nivel de dirección, hay propuestas muy bestias. Y de guiones, también. Los grandes guionistas están ahí.
 
 
 

 
 
– ¿Alguna vez se le atragantó la lectura de pequeña como la verdura?
Leí mucho de pequeña, es cierto. Y ahora se me atraganta más que antes. Antes leías un libro en una noche, ahora hay muchas perturbaciones, en forma de textos cortos. Ahora lo que más me cuesta con los alumnos es que entiendan que hay nudo, desarrollo y desenlace o conclusiones. No sé adónde van, muchas veces. Solo leen la información fragmentada, flasheada. Y me pasa a mí: en la adolescencia leía compulsivamente. Vivo de esas rentas. Cantidad de cuentos y relatos que se me ocurren los conecto con lo de entonces. Ahora leo cosas muy teóricas. Y bastante teatro.
 
– ¿Se multiplican las ofertas con los premios?
– Sí, con La novia hay más difusión. Es lógico que se acuerden de ti cuando haces una película. Durante el embarazo no me ha estado quedando otra que rechazar propuestas internacionales. Y te obliga a explicar en otro idioma. En inglés no voy mal, aunque no es mi lengua materna.
 
– ¿Qué hará después del periodo de lactancia de su bebé?
– Hay un proyecto seguro, que saldrá. Después de leer todas las obras del dramaturgo Juan Mayorga, vamos a escribir entre los dos El arte de la entrevista. Habíamos empezado otro proyecto que no cuajó, La lengua en pedazos, un texto sobre Santa Teresa de Jesús. Pero la experiencia fue muy interesante. Juan es algo parecido a Minghella, de esa gente que te regala tiempo. Hay cosas que te dicen a las que yo habría llegado en meses. Al alumbrarte ahí, te fijas.
 
– Tendrá los actores pensados.
– Son dos actores protagonistas, y dependerá de si lo hacemos en inglés o en español.
 
 

 
 
Doctas ausencias y presencias
La corta pero estruendosa carrera de Paula Ortiz lamenta ya algunas desapariciones. Con Álex Angulo, fallecido en julio de 2014, hizo El hueco de Tristán Boj, un corto de 2008 en el que ya se dibujaba el universo Ortiz, y De tu ventana a la mía. “Éramos de la misma tribu, como él decía. Muy bondadoso, mantenía una ingenuidad y una sensibilidad únicas. Escuchaba como un niño, y siempre estará vinculado a mí”. En el largo que constituía la ópera prima de la directora también participó Carlos Álvarez Novoa. “Se ha ido este año mi gran maestro en el cine”. Ortiz enumera otros nombres en activo que han marcado su trayectoria: Migue Amoedo, el director de fotografía de sus largos; Nick Tanis, un profesor de cine que tuvo en Nueva York, y Bill Reilly, otro maestro ineludible. “Había sido ayudante de dirección de Elia Kazan, y me dio claves que siempre tengo en la cabeza. Era un señor de 150 kilos, discípulo de Lee Strasberg y recuerdo su voz en cada momento. Él me explicó el método de forma muy práctica. Me contó cómo llegó el Actors Studio a ser lo que era y por qué alguien tenía que invertir en tu obra diez dólares y dos horas en vez de irse a casa con su familia. Cada vez que me siento ante un guión, pienso en él”.
 

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