PAULA USERO
“La sensación de inseguridad te mantiene viva y alerta”
Atraviesa un momento incomparable: nominada al Goya por ‘La boda de Rosa’ y con una legión de fans gracias a su Luisita de ‘#Luimelia’. Pero no todo fueron alegrías para esta joven actriz valenciana que llegó a la profesión casi por casualidad
JUAN FERNÁNDEZ
Paula Usero (Valencia, 1991) lleva pellizcándose desde hace seis años, y no ha parado de hacerlo hasta la gala de los Goya. La noche del 6 de marzo escuchó su nombre en la lista de nominadas a mejor actriz revelación de 2020 por su papel de Lidia en La boda de Rosa. Necesita confirmar que todo lo que está viviendo no es un sueño, sino algo tan real como las dos películas y la media docena de series que ya lleva hechas. Desde 2015 encadena series como Velvet Colección, Amar es para siempre o #Luimelia, donde da vida a una de las protagonistas. No está mal para alguien que el día anterior a su debut ante las cámaras pensaba que lo de ganarse la vida como actriz les pasaba a otras, pero no a ella. La frescura que transmite en la pantalla bebe del extrañamiento de quien no se ha contaminado aún por los vicios del oficio y sigue viéndolo todo con mirada de recién llegada mientras va rumiando por dentro: ¿de verdad esto me está ocurriendo a mí?
- Es obligado empezar por lo más reciente: ¿cómo ha vivido los premios Goya?
- En casa, muy nerviosa hasta media hora antes de que empezara la gala. En ese momento me relajé, me tomé un vino y me dije: bueno, ya está, se han acabado los días y semanas de promoción, trabajo y tensión, lo que tenga que ser, será. Me gustó mucho la ceremonia, tan sobria y rápida.
- Llega el turno del premio a la actriz revelación, Belén Cuesta abre el sobre, pero no pronuncia su nombre. ¿Qué sintió?
- La primera reacción fue de sorpresa porque Jone [Laspiur] no era la que más sonaba para el premio. Me alegré mucho por ella, la escribí enseguida con mi felicitación. Se lo merece. Es obvio que me gustaría haber ganado, pero verme en una de las cuatro ventanitas de las nominadas ya era un premio. Se dice a menudo, pero es cierto: el verdadero premio es currar. Aún no he asimilado todo lo que he vivido en los últimos años.
- ¿Por qué?
- Quizá porque ha pasado poco tiempo desde que empecé a estudiar interpretación y tengo muy presentes las dudas que me asaltaban en la carrera. Me matriculé en la Escuela Superior de Arte Dramático de Valencia en 2012 y en tercer curso nadie tenía claro en clase qué sería de nosotros cuando acabáramos. Me parecía muy improbable encontrar trabajo como actriz.
- Pero tardó poco en debutar.
- Me han pasado cosas que jamás habría imaginado, como que me escogieran para hacer El olivo mientras estaba estudiando. Y que además ocurriera de aquella manera. No quería presentarme al castingporque pensaba que no me elegirían, pero mandé el currículum porque me etiquetó en Facebook el padre del chico con el que salía. Tuve que cancelar la prueba porque ese día diluvió en Valencia y la tenía en Castellón, a una hora en coche y con la carretera impracticable. Después de hacer una segunda prueba en Madrid me dijeron que habían seleccionado a otra, pero al tiempo recibí un mensaje en el que me avisaban: “Te estamos buscando para contratarte”. Me pilló en el ensayo de la obra de fin de curso de tercero y casi me da algo.
- ¿Esa película borró las dudas que tenía hacia esta profesión?
- Los meses posteriores a El olivo tampoco fueron fáciles. Para instalarme en Madrid, alquilé un piso desde Valencia. Sin verlo y sin conocer la ciudad. A mi llegada descubrí que era un zulo de 20 metros cuadrados en la calle Ballesta. Mi padre no quería dejarme allí, se volvió llorando. Con el sueldo de dependienta no me llegaba para cubrir los gastos, así que empecé a trabajar en el guardarropa de un local de Chueca llamado Intruso, de nueve de la noche a seis de la madrugada. Como conseguí una repre, hice algunas pruebas. Pero no me salía nada. Y me sentí muy maltratada en los castings. Un día me harté y me dije: “Se acabó”.
- ¿Qué hizo?
- ¡Qué iba a hacer! Me volví a Valencia. Aquello no era vida. En los meses que aguanté, casi no hice amigos: estaba todo el tiempo trabajando o andaba sin dinero para tomarme una copa. Pura pobreza. Tenía 24 años y no estaba dispuesta a seguir malviviendo así. El día que me marché hice el casting para Velvet Colección, por jugar una última carta, sin esperanza. Y me cogieron.
- ¿Ahora sí se cree esto de ser actriz?
- Cuando recuerdo esos años me sorprende que pudiera sobreponerme a todas las dificultades que encontré y siguiera peleando, pero quizá era necesario vivir aquello para estar aquí en este momento. Las dudas sobre ser actriz no las pierdes nunca, pero esa sensación de inseguridad es buena porque te mantiene viva y alerta. Cada vez que me eligen para hacer un personaje nuevo, me cago de miedo y pienso que no sabré hacerlo o que no me voy a entender con el director o el equipo. Y luego llego al rodaje, me meto en el engranaje y me veo bien, suelta, resolutiva.
- ¿Esas sensaciones se parecen a lo que imaginó de esta profesión el día que decidió que sería actriz? ¿Recuerda ese día?
- Claro que lo recuerdo. Fue a finales del primer año de Ciencias Políticas. Empecé esa carrera, pero no me gustaba nada. Mi excusa favorita para no ir a clase era ayudar a unos amigos que estaban estudiando Comunicación Audiovisual y necesitaban a alguien que hiciera las secuencias que escribían. Uno de ellos me dijo un día: “¿Por qué no te apuntas a la Escuela de Arte Dramático?”. De pronto, mi gran sorpresa: “¿Pero eso se estudia como si fuera una carrera?”. Hasta ese momento no me lo había planteado.
- Y se apuntó.
- Me matriculé a escondidas porque no me atrevía a decirlo en casa. La semana anterior a la prueba de acceso me tuvieron que hospitalizar y aproveché ese momento para soltárselo a mis padres. Mi madre me dijo: “Ya lo hablaremos”. Y yo respondí: “No hay nada que hablar, mamá, quiero estudiar interpretación”. Al llegar al examen me enteré de que había que preparar cinco obras, y yo solo me había mirado El sí de las niñas. Tuve la suerte de que cayó esa. Al año siguiente dejé Políticas.
- ¿Qué referencias tenía de este oficio? ¿Por qué quería dedicarse a la interpretación?
- Mi única referencia eran los anuncios publicitarios que grabé de cría. No solo hice los de las muñecas de Famosa y el arroz La Fallera, que son los más conocidos, sino que participé en otros muchos: en casa había cintas y cintas de spots conmigo de protagonista. La Conselleria d’Educació lanzó la campaña de unos colegios que se iban a construir y forraron toda Valencia con mi cara en carteles enormes.
- ¿Cómo recuerda aquellas primeras experiencias?
- Con mucha alegría. Me encantaba que mi madre viniera al colegio a sacarme de clase para grabar un anuncio. Me acuerdo perfectamente de los rostros y los nombres de la gente de la publicidad. El director, la maquilladora, los de vestuario… Me sentía feliz cuando me ponía ante la cámara. Me gustaba menos cómo lo vivía en el colegio, porque llegué a sufrir bullying a consecuencia de aquellos anuncios.
- ¿Bullying?
- Me convertí en una niña especial porque salía en la tele, y eso despertó recelos en compañeras del colegio, incluso entre mis amigas. Me daban de lado, me marginaban, me señalaban… Me sentí odiada, lo pasé mal. Al final, grabar anuncios fue mi escapatoria, ya que al menos tenía esos ratos para liberarme de aquella presión.
- El éxito de la serie #Luimelia en Atresplayer le ha descubierto una cara diferente de la fama: su personaje se ha convertido en un icono LGTBI. ¿Qué le parece?
- La historia de Luisita y Amelia, las protagonistas, llega a mucha gente porque cuenta por primera vez el amor de dos mujeres con normalidad, sin sufrimiento de por medio. La preocupación de ambas es que el dinero no les llega para el alquiler, no que su amor sea imposible Lo que me sorprende es que todavía hay quien confunde el personaje con la actriz y me pregunta por la calle si yo soy ella. Me pasa a menudo.
- ¿Qué ha aprendido en estos años?
- Mucho. Cuando grabé mi primera secuencia para la tele me notaba muy insegura, creía que me hacían un favor enorme al dejarme estar allí. Gustavo Ron, el director de Velvet Colección, me decía: “Estás aquí porque creemos que lo vas a hacer bien. Ahora creételo tú misma, confía en ti”. Me sentía como un bebé en un mundo desconocido. Me parecía que Asier Etxeandia me comía en las secuencias que tenía con él. En cambio, ahora en los rodajes me siento libre y feliz. Soy disfrutona y lo paso muy bien trabajando.
- Va a grabar la cuarta temporada de #Luimelia, acaba de estrenar en Netflix La cocinera de Castamar y aún sigue saboreando los éxitos de La boda de Rosa. ¿Ha cogido velocidad de crucero?
- Desde que hice Velvet Colección no he parado de trabajar. Sé que esto no es lo normal y que tendré algún parón más pronto que tarde. Lo veo en las compañeras. Me preparo para ese momento y disfruto de lo que estoy viviendo. Me gusta que me hayan nominado como actriz revelación porque así me veo: llevo muy poco tiempo en esto y aún me queda mucho aprendizaje. Me siento una recién llegada.