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17-05-2017

 
 
Pedro Casablanc

 “Para ser actor, desgraciadamente, ya no hace falta leer”


Dice que se lo debe “todo” a Bárdenas, a quien encarnó en la memorable ‘B’, pero exagera. El de Casablanca hace tiempo que ejerce el magisterio en la escena


ANTONIO FRAGUAS
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
La tarde nos regala un sol duro y resplandeciente sobre las paredes de este local de la sierra madrileña, pero es difícil definir el color de los ojos de Pedro Casablanc. El café Babel es un lugar cinematográfico. Fundado por Mariano Barroso, cuenta con una pequeña sala de proyección y un programa de actividades muy apañado. Por aquí se dejan caer actores y artistas radicados en Torrelodones y alrededores. Casablanc, vestido de negro, toma asiento: “Mis ojos son del color de las montañas lejanas. Salen a los de mi madre que, aunque era de Ceuta, parecía sueca. Siempre que veo a Liv Ullmann, me acuerdo de mi madre”.
 
   Pedro Manuel Ortiz nació en Casablanca, Marruecos, en 1963. De ahí el nombre artístico. Su abuelo, y luego su padre, regentaron la sastrería donde se vestían las clases pudientes de la colonia y hasta el mismísimo rey Hassan II. Pero de Humphrey Bogart, ni rastro. “En los 18 años que viví allí no vi la película. Cuando lo hice, ya en Sevilla, fue muy desmitificador”, cuenta con pose de detective maduro.
 
   La trayectoria de este actor es oceánica. Desde los años ochenta, ha participado en decenas de largometrajes y series de televisión (Policías y Mar de plástico son quizá las más celebradas). Pero Casablanc siempre ha vivido consagrado el teatro y el teatro ha querido recompensarle esa devoción con un personaje, el de Luis Bárcenas, que le ha abierto las puertas a papeles protagónicos de cine. Si uno echa la vista atrás, no ha sido un camino fácil. El sol declina en los ojos del actor y lo hace con un fulgor postrero, digno de un lento flashback
 
 

 
 
– Usted empieza a hacer teatro de niño, en la Casa de España de Casablanca.
– Sí, a las órdenes de una llanita llamada Goly Vázquez. Una mujer soltera que trabajaba de contable, creo. Montó una compañía para la colonia española. Actuábamos en el escenario de la Cámara de Comercio, que estaba en el mismo recinto que la Casa de España. Allí Goly Sastre montaba obras muy comerciales, de la colección Escelicer: Alfonso Sastre, Paso, Mihura, Benavente, Muñoz Seca, incluso Shakespeare. Hice una obra de Julio Matías, una comedia de salón, y otra de René de Obaldia titulada Viento en las ramas del Sassafras, un western; pero creo que lo primero que interpreté fue un entremés de Cervantes o un paso de Lope de Rueda, y también fui presentador de la fiesta de fin de curso. Allí me vio Goly y le pidió a mi madre que me dejase actuar. Tenía 15 años. Lo fuerte es que tengo 53 y no he parado.
 
– No ha parado, pero se fue a Sevilla a estudiar Bellas Artes, no teatro.
– No estudié teatro porque no me dejaban. A mi padre no le gustaba nada que yo fuera actor. En Casablanca cuando acababas el COU había que irse, porque no había universidad. Se me daba bien dibujar y me mandaron a Bellas Artes, a Sevilla, para ver si me convertía en profesor de dibujo. Me lo pasé muy bien: principios de los ochenta, ecos de la movida, veníamos a ARCO en autobús… Y en la facultad entré en un grupo universitario. A partir de ahí me vieron y así me ha ido siempre. He trabajado porque me han visto. En teatro nunca he perseguido un papel, en cine sí. En cine me ha costado mucho; pero en teatro lo he hecho casi todo.
 
 

 
 
– ¿Cuál fue el momento mágico en que supo que lo suyo con el teatro iba en serio?
– Mi caída del caballo, como la de San Pablo, fue haciendo un bolo en Marbella. Estaba en la playa por la mañana y pensaba: “Esta noche tengo actuación y me van a pagar, yo quiero dedicarme a esto”.
 
– Parece que no ha perdido usted esa ilusión de los comienzos, pese a que en más de una ocasión ha criticado las presiones y las vendettas en la profesión.
– Sí. Como muchos otros, yo también he sentido la amenaza del “Cuidado con lo que dices, cuidado con lo que hablas, no te signifiques”. Sobre todo, en teatro. Estamos en un nivel de miseria enorme, en el que casi el 80 por ciento de la profesión no puede vivir de esto, y cuanto más alta es la necesidad más grande es el miedo a no volver a trabajar. Hay quien se aprovecha de eso. Pero bueno, como me dijo alguien alguna vez, la gallina de los huevos de oro en este caso la tengo yo y los huevos los pongo donde quiero.
 
 

 
 
– Con este panorama, ¿no le asusta que alguno de sus hijos decida ser actor?
– Tengo tres hijos, el pequeño ya apunta maneras y la mayor, que tiene 18 años, no se acaba de decidir. Pero no me asusta. Si de verdad quieren hacerlo les apoyaré por todos los medios. Creo que, si les va como a mí (si consigues llegar, si consigues trabajar), la profesión de actor es la mejor dentro de las profesiones artísticas.
 
– En la obra Yo, Feuerbach da vida usted a un actor veterano que tiene que explicarle quién es y de dónde viene a un hombre joven con la potestad de darle trabajo. Y el hombre joven no sabe nada acerca de la fértil trayectoria del aspirante. ¿Le ha pasado algo así a usted?
– Feuerbach es un visionario, un tío que lo sabe todo del teatro, que ha pasado la línea roja de la razón (en el sentido de que la sensibilidad le ha descarnado) y encuentra un mundo al que él llega diciendo “Aquí tenéis mi alma” y le responden: “Y para qué la quiero, si tengo WhatsApp…”. Y a mí me pasa mucho encontrarme con gente joven para la que todo lo anterior no existe. Doy muchos cursos y los referentes de la gente joven de ahora son Banderas, Bardem, Penélope Cruz, Javier Gutiérrez, Carmen Machi, yo mismo… ¿Y Rodero y Bódalo y Prada? A mis hijos les pasa: cuando mi hija me dice que quiere ser actriz le recuerdo que nunca la he visto con un libro en la mano, pero luego pienso que, desgraciadamente, para ser actor ya no hace falta leer.
 
 

 
 
– Bueno, en España parece que no hace falta leer para casi nada
– Ya, pero tienes que leer algo para ser actor. Por lo menos te tiene que gustar leer. Mi hija me dice que no, que se puede aprender un texto si se lo graba y se lo escucha con un auricular. Hay grandes hornadas de jóvenes que son como orcos y quieren hacer teatro y quieren ser actores y llenan las escuelas y no han leído nada.
 
– ¿Pero quieren ser actores o quieren ser famosos?
– Quieren ser famosos. Hay un clima en el que las redes sociales, el glamour y las alfombras rojas han deslumbrado a mucha gente y han pervertido la vocación. Siempre cuento que a mí me deslumbró Laurence Olivier en Espartaco. Yo quería ser romano, estar ahí. He imaginado otros mundos leyendo a Julio Verne o Los tres mosqueteros, he querido recrear otros mundos.
 
– Cuando un actor interpreta a otro actor, ¿se interpreta a sí mismo?
– Sí, porque todos los referentes, los textos y las circunstancias dadas del personaje las lleva uno en su vida. Si has vivido de una forma consecuente con tu profesión, con lo que quieres y lo que eres, esas circunstancias están ahí. De alguna forma sólo tienes que contar tu vida. Por eso uno de los monólogos de teatro más maravillosos son los consejos de Hamlet a los actores. El actor al que le toca hacerlo se vuelve loco de gusto.
 
 

 
 
– ¿Hacer televisión es una devaluación de la pureza del teatro?
– Yo creo que todos tenemos vocación de gustar y no me creo que haya actores que solo quieran actuar en las salas marginales. En cualquier caso, he tenido muchísima suerte, siempre he podido elegir lo que hecho y casi siempre han sido cosas de una cierta calidad. Pero es verdad que con un bagaje de teatro tan grande como el mío a veces uno hace cosas muy malas, aunque siempre dentro de una línea con una cierta coherencia literaria, filosófica o artística. A veces he tenido que hacer cosas menos comprometidas, claro. De todas formas, empecé a hacer televisión hace 20 años, en la serie Policías, y tuve la suerte de toparme con un personaje muy concreto, muy curioso y muy bien escrito.
 
– Usted ha hecho muchos papeles breves, de actor característico. ¿Eso ha cambiado ahora?
– Eso ha cambiado a raíz de interpretar a Bárcenas. El acceso al cine para mí ha sido dificilísimo y si ahora empiezan a ofrecerme papeles con más recorrido ha sido gracias a Bárcenas. Por poner un ejemplo: yo nunca había estado en la gala de los Goya en calidad de nominado. Y ahora fíjate… Todo se lo debo a Luis.
 
 

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