Pero antes del gran salto al sol de Los Ángeles y al calor de la fama planetaria, hubo otro brinco, quizá diminuto, que lo determinó todo. Incluido este texto. No queda claro cuándo la chica nacida en 1974 en el municipio madrileño de Alcobendas decidió ser estrella. Quizá fue mientras estudiaba ballet clásico o, como confesó tiempo atrás, el día que fue a ver ¡Átame! (siempre el mismo). Entonces, desde la altura de los 13 años, no contaba con la edad reglamentaria que una película como esa y una moral como la nuestra exigían. Se hizo pasar por mayor de lo que era y quedó deslumbrada. Ya nada tuvo remedio. O quizá puede ser que todo empezara mientras hacía sus pinitos en el videoclip La fuerza del destino, de Mecano, o cuando se fajaba entre la muchachada junto a Jesús Vázquez en el programa La quinta marcha. Quién sabe, tal vez el verdadero principio de todo se encuentre incluso antes: la primera vez que movió los brazos o, más sencillo, el momento exacto en el que abrió los ojos.
Sea como sea, cuando se presentó por primera vez delante de Bigas Luna para su papel de Silvia en Jamón, jamón al lado de Javier Bardem, ya estaba todo decidido. “La recuerdo”, comentó un día perdido el director que más la quería, “como la auténtica Perla de Monegrillo [por la región aragonesa de los Monegros en la que discurría la cinta]. Llamaba la atención el arrojo, la determinación. Daba la impresión de que nada ni nadie la podía parar. Y así ha sido. Hay que tener cuidado de lo que se desea... puede acabar por jugarte una mala pasada”. Y Bigas se reía: “Coincidí con Tom Cruise en Hollywood y me dijo yamón, yamón a gritos. Él también se había dado cuenta”. El tiempo ha querido que los dos jóvenes actores que se conocieron en el corazón más árido de una España fundamentalmente árida acaben por estar juntos, con dos hijos y convertidos en las personalidades más conocidas y admiradas en el ancho mundo –empezando por Francia– que ha dado esa misma y eterna España árida.
Por el camino que aún continúa quedan dos premios Goya; papeles memorables como el de La niña de tus ojos, de Trueba; un David de Donatello italiano por su desgarrado papel en No te mueves, de Sergio Castellito, o el lejano recuerdo del desparpajo generacional en Todo es mentira. Y, cómo olvidarlo, unos cuantos desastres con parada obligada en eso que se llamó Sahara. Y en Manolete, por qué no. Toda estrella para serlo de verdad tiene antes que ser muy consciente de lo duro que es el suelo. Pero, por encima de todo, quedan la ambición, los ojos y, en efecto, el movimiento.