Pepa Aniorte
“Si nos reímos del personaje no hacemos comedia. Hacemos el tonto”
Afín a la pequeña épica del barrio. Divertida, porque siempre se sintió cercana a la alegría. Perfeccionista, por respeto al oficio. Actuar es encontrar la verdad y decirla en voz alta
FRANCISCO PASTOR (@frandepan)
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)
Pepa Aniorte ya había trabajado con Pedro Almodóvar y Daniel Sánchez Arévalo cuando acabó la carrera de arte dramático. Y ello porque, de joven, la impaciencia y la incertidumbre la habían llevado temporalmente a abandonar la ESAD, en Murcia, para arrojarse al mercado laboral. Años después, la noticia de que los planes de estudio de la escuela cambiarían la llevaron de nuevo hasta allí. Y de vuelta, puntualmente, a la Comunidad que la nombró Premio a la Mujer Murciana en 2011. Aunque, en puridad, la actriz nació en Orihuela (Alicante) hace 44 años.
La única mañana que los rodajes de la diaria Servir y proteger le dejan libre, Aniorte se felicita por el estreno del largometraje Mi querida cofradía, donde cuenta la historia de una mujer que, tras décadas en la retaguardia de una hermandad religiosa, quiere dirigir el paso durante la Semana Santa. Aniorte se reconoce en un buen momento. Lo explica desde una cafetería de Arganzuela: el distrito al que, más de una década atrás, ella llegó sin apenas dinero y envuelta en el sueño de la ficción.
Tilda su fama de “tierna, cercana y de barrio”. Porque Arganzuela es, también, el lugar en el que los vecinos solían comentar con ella sus desventuras en la pequeña pantalla: la misteriosa El incidente o, incluso, un reciente paso como concursante por Tu cara me suena(que para algo pasó Aniorte la juventud trabajando en orquestas de jóvenes). También hay quienes, gracias a las reposiciones, le siguen preguntando por los papeles con los que se dio a conocer al gran público, en Águila Rojay en Los Serrano. En las dos ocasiones, y aunque en marcos muy diferentes, de criada.
— ¿Se escriben tramas diferentes para las señoras y para las doncellas?
— Sí. Creo que viene de la tradición del teatro clásico. Para los nobles eran las tramas solemnes. A las criadas y mayordomos les tocaba la parte simpática: resolvían los asuntos de los señores y padecían sus enredos. Se veían diferencias hasta en el nivel cultural de los personajes. Y quizá antes hubiera algún sustrato de verdad en ello, pero hoy la gente que está abajo, muchas veces, cuenta con una cultura y una formación vastísimas. Más amplia que la de quienes están arriba. Yo misma prefiero encender la televisión y encontrarme gente corriente, que me hable de las historias que vemos a nuestro alrededor. Como actriz, manejo más referencias al preparar personajes de clase humilde. Mi abuela, en concreto, sirvió en una casa: pues cojo sus historias y me las llevo al personaje.
— En el arte dramático, ¿también se quedan abajo los profesionales mejor formados?
— Muchos de ellos, sí. Pienso en algunos amigos, muy preparados, que trabajan a duras penas. Apenas les sale alguna función. Y no alcanzan la oportunidad de mostrar aquello que solo ellos pueden aportar. Se buscan perfiles muy concretos o las convocatorias para las pruebas se quedan por el camino. Yo me presenté a cientos de papeles hasta que me cogieron para un anuncio. Y pasé de un rodaje a otro, hasta que, en un solo año y de golpe, rodé tres películas. Entre ellas, Volver [2006]. En este oficio, o viene todo junto o no llega nada.
— Almodóvar la eligió cuando andaba recién llegada al gremio.
— Y me volví loca. Tan lejano me parecía trabajar con Woody Allen como que me llamaran de El Deseo. Pero fueron solo tres días de rodaje y tuve tiempo para prepararme. Eso es fundamental cuando aún estamos aprendiendo. Llegué y quería conocerlo todo: cómo colocaban la cámara, las luces aquí o allá. Visité la peluquería clandestina que inspiraba la película. Nunca me había visto en algo tan grande, pero Pedro me relajó: había visto mi trabajo en la prueba y me pidió que siguiera el mismo camino.
— ¿Aún hoy encuentra tiempo para preparar bien los papeles?
— Sí. En Servir y proteger nos dan los guiones con al menos una semana de antelación. Trabajamos con ritmo, pero llegamos con los deberes hechos. Hablo con los guionistas, vemos las líneas y el mapa del personaje. Y como no me despego de él, lo conozco de una forma muy rica. En cambio, una semana no me valdría para levantar, desde la nada, un cortometraje. Creo que depende de una misma, de la responsabilidad y del amor propio, no coger más trabajo del que vaya a salir bien. No solo por tiempo: puede que no veamos el papel con claridad. Un personaje es un regalo y, si no nos enamora al abrirlo, es mejor que no lo hagamos.
— ¿Y siempre sintió amor por la comedia?
— Desde que era pequeña me hace ilusión que la gente se ría conmigo. Quería ser artista, sin más: subir a un escenario. Cantaba y, también al cantar, me gustaba más lo cercano a la alegría. Y no hay trucos para el humor. Son los mismos que ocurren en el drama. Nos toca descifrar el papel, encontrar su verdad y decirla en voz alta. Vivir la tragedia, cuando la haya, y hacerla nuestra. La carcajada es el cometido del público, no el nuestro. Si nos reímos del personaje no hacemos comedia. Hacemos el tonto.
— ¿Ha temido alguna vez acomodarse en los papeles cómicos?
— Solo hay un lugar donde me dolería verme: en el paro. Pero sí, sueño con algún drama, con una pieza de misterio bien retorcida, o levantar una villana muy perversa. Y cada vez estoy más preparada para ello, aunque, claro, algunos personajes quedan más lejos que otros. Para interpretar a Carmen Polo en Lo que escondían sus ojos me documenté en el No-Do, me fijé en cómo ella sonreía solo con la boca, sin que el gesto cambiase en absoluto su mirada. Buscaba su conflicto junto a un marido al que muchos querían matar. Me reconozco afortunada: me han tocado buenos equipos en los que he encontrado muchas respuestas. Suelo saltar con red.
— Algún salto sin red habrá: dejó la escuela en Murcia y viajó a Madrid.
— Llevaba ya tres años estudiando arte dramático, un tiempo que pasamos entre miedos y dudas. Nuestros allegados temen por nosotros y nuestro futuro. Me preguntaba si podría vivir de esto y quería respuestas. Vine a Madrid con 10.000 pesetas en el bolsillo. Hasta empecé a limpiar en casa de un amigo. Recuerdo que me quedaran ocho euros en la cuenta y no poder sacarlos del cajero por ser una cantidad muy pequeña. Yo no le contaba nada a mis padres, que también eran trabajadores, pero venían a verme y lo veían. Llenaban mi nevera y me recordaban que su puerta estaría siempre abierta. Y aunque salí de ahí, jamás he sentido que pudiera acomodarme. ¡Estoy en la lucha siempre!
—¿En la lucha, también, como mujer?
—El pasado 8 de marzo mi madre, casi con 80 años, decidió que no hacía nada en la casa y comían fuera. ¡Mi padre encantado, claro, porque se libraba de fregar los platos, como le toca siempre! Y yo no puedo quejarme. En Servir y protegersomos más mujeres y se escriben personajes adultos, muy buenos, para nosotras. El día de la huelga paramos durante dos horas y fuimos a la manifestación. Mi querida cofradíaestá escrita y dirigida por un equipo femenino. En El incidente mi personaje desata la investigación, y eso me gusta mucho. Pero aún nos sobran personajes como la esposa-de, la secretaria-de, la víctima-de. Y faltan papeles de mujeres poderosas, cuyo valor resida en sí mismas y no en su relación con los hombres.
—¿Saldrán en España nombres de acosadores, como ha ocurrido en Estados Unidos?
—No lo sé. Yo no me he cruzado con ningún canalla. Quizá porque no seré de una belleza demoledora o porque habré tenido suerte. También es cierto que nuestra industria queda lejos del star system norteamericano, que concentra mucho la riqueza. Un hombre con muchísimo dinero filtraba la llegada de las mujeres al mercado laboral. Aquí nadie cuenta con ese capital, y el poco que hay está más repartido. Por suerte, ningún hombre de nuestra industria es imprescindible.