– ¿De qué personaje de su carrera está más orgulloso?
– Supongo que del último. Y Cucho, de El tiempo de la felicidad: era tan lejano a mí que me encantaba. Es una historia sencilla, de emociones, de personajes. La vi hace poco y ha envejecido muy bien. Estoy orgulloso, porque en ella conocí a Manuel Iborra y Verónica Forqué.
– ¿Aún le llaman Mariano, como su personaje en ‘Los hombres de Paco’?
– Sí, de vez en cuando. La gente muy televisiva quizá me conozca solo por ese nombre. Pero lo de los encasillamientos es cosa de los periodistas…
– Es un encasillamiento con gusto, en cualquier caso…
– Uno trabaja por su físico y yo no puedo hacer los personajes que hace maravillosamente Eduardo Noriega, por ejemplo. Ni él los míos. Como no es la primera ni la última serie que haré, siempre te asocian a alguna. También me llamaron José Antonio, como el becario de Periodistas.
– Por cierto, aparte de su madre cuando se enfada, ¿alguien le llama José Antonio, su nombre de pila?
– Me llama siempre así, Jose [lo entona con acento grave, no agudo]. Desde joven me llamaron Pepe y me quedé con Pepón al coger peso. Ella llegaba a colgar el teléfono cuando preguntaban por mí: “Aquí no vive ningún Pepón”.
– ¿Qué tal llevaron en una familia de restauradores que se apuntara a aquel taller de teatro?
– Al principio lo consideraban una gilipollez. Era un curso de la Universidad Laboral, en mi pueblo [San Pedro de Alcántara]. Aprendimos a hacer teatro de calle con los Sin Volantes de Granada, una compañía de este género. Yo había ahorrado trabajando en el bar de mis padres para venirme a Madrid. “Cuando gaste el dinero y se pegue la hostia, ya volverá”, se decían.
– ¿Alguien les susurró: “Es que el niño vale”?
– No lo sé. María Luisa Ponte, que tenía una casa cerca del restaurante familiar y era amiga de mi madre, vino a verme a una obra que hicimos en el pueblo y les insistió para que me dejaran. Me presentó incluso a su representante, Ramón Pilacés, que en principio no quiso nada conmigo...
– Y usted, ¿cuándo se dio cuenta?
– Aún no lo tengo claro [risas]. No tenía vocación continuada de nada. Quise ser médico, camionero, periodista. Me he ido tomando en serio lo de ser actor según he ido trabajando. Cada vez tengo más respeto y más miedo a esta profesión. Se me pone a cien el corazón antes de empezar.